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Edición 46

La Cabra Ediciones: Antología de la poesía ecuatoriana. De César Dávila Andrade a nuestros días. Segunda Entrega



Para ver la primera entrega de esta entrada: La Cabra Ediciones: Antología de la poesía ecuatoriana. De César Dávila Andrade a nuestros días

 

 

Una selección de una antología —que ya es a su vez una selección— no puede dejar de ser una tarea caprichosa y, en realidad, un poco absurda. Ya Xavier Oquendo Troncoso, en el prólogo a esta excelente antología publicada en el 2011, anuncia las dificultades a las que se puede enfrentar el antólogo, empezando por el “amiguismo” y terminando por el miedo a la hegemonía literaria que no le permite al compilador hacer propuestas divergentes que enriquezcan el panorama poético de un país. Y en realidad esta antología no solo evade las dificultades sino que ofrece una mirada crítica, en el sentido de que agrupa a los poetas no desde una perspectiva cronológica —como habitualmente sucede—, sino desde la construcción de unos ejes temáticos alrededor de los cuales estos autores trabajan (aceptando, por supuesto, que los poetas son más complejos y no se ciñen exclusivamente a un “tema”). Desde Otro páramo sabemos que volver a picar lo que ya ha sido reunido con rigor genera un panorama parcial, pero ante la imposibilidad de transcribir el libro entero en nuestra revista por obvias razones, presentamos a continuación una selección realizada por nuestro comité editorial que abarca, en el mismo orden del libro, los cuatro ejes temáticos restantes propuestos por Oquendo (los anteriores fueron abordados en la entrega previa): “Experimento y novedad”, “La experiencia”, “Contemplación e imagen” y “Lo urbano e impersonal”. Consideramos que es fundamental continuar un diálogo con la rica y compleja poesía ecuatoriana y, ante esta urgencia, los invitamos a disfrutar esta muestra parcial y esperamos que los motive a entrar de lleno en la poesía de este país. Leer “Antología de la poesía ecuatoriana. De César Dávila Andrade a nuestros días” es una muy buena manera de empezar.

 

 

De la sección “Experimento y novedad”

 

 

Efraín Jara Idrovo (Cuenca, 1926)

 

Poeta, ensayista y catedrático universitario. En mereció el Premio Nacional Eugenio Espejo, por la totalidad de su obra. Fue director de la revista El Guacamayo y la Serpiente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Azuay. Entre sus obras podemos destacar los poemarios Carta en soledad inconsolable (1946), Tránsito en la ceniza (1947), Rastro de la ausencia (1948), Dos poemas (1973), Sollozo por Pedro Jara (1978), El mundo de las evidencias (1980), In memoriam (1980), Alguien dispone de su muerte (1988), De lo superficial a lo profundo (1992), Los rostros de Eros (1997) y El mundo de las evidencias 1945-1998 (1999).

 

 

Sollozo por Pedro Jara

 

(Estructuras para una elegía)

(fragmento)

 

I

 

1.1

1 el radiograma decía

2 “tu hijo nació. Cómo hemos de llamarlo”

3 yo andaba entonces por las islas

4 dispersa procesión del basalto

5                                                     coágulos del estupor

6 secos ganglios de la eternidad

7 eslabones de piedra en la palma del océano

8 rostros esculpidos por el fuego sin edad

9 soledad

10 terquedad relampagueante de la duración

11 enconado olor seminal de los esteros

12 andaba

13         anduve

14                      y dije

15 mientras vociferaban la sangre y las gaviotas

16 se llamará pedro

17 pedrohuesosdepedernal

18                                                 pedrorrisadepiedra

19 piedra inflamada por la lumbre de meteoros de la vida

 

 

II

 

2.1

1 ¡hijo mío!

2 mordido implacablemente por los nitratos de los días

3 parecías tallado en diamante

4 hechoparaempiedradurar

5                                       hechoparaperdurar

6 entre las proliferaciones de herrumbre del tiempo

7 pero todo cuanto arde en la sangre o la inteligencia

8 suena a caída de hojas y aniquilamiento

9 ay cinceles de piedra para hendir la roca

10 ay impacto sordo de fruto del golpe de las masas

11 ay facciones abrasadas por la lengua de la caducidad

12 rostros de piedra

13                      rastros de piedra

14 semblantes de piedra rapa-nui

15 pómulos curtidos por la soledad del mundo

16 friso del desamparo

17 cuencas imperturbables donde se agasaja el tiempo

18 como un pequeño animal despavorido

19 sienes de piedra

20                      mandíbulas de piedra

21 pedrobasalto o pedroisladepascua

22 piedras contaminadas por la pasión del hombre

23 piedras corroídas por las sales del exterminio

24 piedras que han ido aligerando el volumen

25 en el polvo sollozante de los adioses

 

 

III

 

3.1

1 desesperado revoloteo del instante

2 nosotros

3           los insensatos

4 los alimentadores de desmesuras y de tumbas

5 los que nos desvelamos

6 por saber qué hacemos aquí

7 anhelamos la inmensidad del océano

8 y sólo nos pertenece la indecisión de la lágrima

9 pedropiélago te quise

10                                     te tuve pedrogota

11 pedromar te ansié

12                       te perdí pedroespuma

13 como a la playa la marea debías sobrepasarme

14 pero tu muerte crecía más rápido que mi amor

15 delicada espina de erizo

16 sombrilla errante de la medusa

17 agonía de terciopelos del deslizamiento del pez

18 chillido de la gaviota entre el fragor dula rompiente

19 todo se ahonda

20                      se hunde

21                                     se difunde

22 parecías forjado con la tenacidad del arrecife

23 farallón olvidado del tiempo

24 indeclinable jabalina del albatros

25 ¡pero fuiste aleteo de golondrina en el vendaval!

26 imaginé disparándose tus huesos

27 con la gracia tenaz de las columnas

28 con la agresiva terquedad de las madréporas

29 ¡pero fuiste apenas resplandeciente estertor

30 del róbalo aventado en las arenas!

31 ay pedroesteladealgas

32                                   ay pedrosalpicaduradeola

33 en el rutilante acantilado de la vida

 

 

IV

 

4.1

1 en verdad

2          ¿fue verdad?,

3 ¿eras tú el que pendía de la cadena del higiénico

4 como seco mechón de sauce sobre el río?

5 ser ido

6           ser herido

7                         sal diluida

8                                       suicida

9 ah surco de paloma del pensamiento

10 borrado por el sonido atronador del desdén

11 ah soberbia del astro que manda al diablo su órbita

12 ah pertinaz repudiador de lo establecido

13 pedrogorralrevés

14                       pedromuertealospájaros

15 pedrorrompelosvidrios

16                                     y el eterno brazo entablillado

17 pedro fermentación de vísceras de la vida

18 ¡sólo que ya no estás!

19 sólo que al cerrarte los párpados

20 para velar el relámpago congelado en tus ojos

21 ya no te reconocía

22 ¿eras tú en verdad?

23 ¿eso de helada indolencia de témpano?

24 ¿eso de pavesas que la desesperación insta a soplar?

25 ¿eso que se desmorona en las tinieblas para siempre?

 

 

V

 

5.1

1 pedro ya no

2                       tan sólo piedra

3 grumo devuelto a las opresivas láminas del esquisto

4 al congelado silencio de la cantera

5 nunca más la aventura

6                                       únicamente a la ventura

7 al ensañamiento vesánico de las depredaciones

8 a lo que sólo deja residuos

9                                                    nunca huellas

10 nunca sonido de enramadas y raíces en el pecho

11 estela de tizones del tiempo

12 pero refulges en mí

13 como una espada al fondo de un arroyo

14 pero suspiras en mí

15                                      amas todavía en mí

16 golpeas en el corazón

17 como un animal anhelante de otra oportunidad

18 ¡hijo mío!

19 somos fervor de espuma de un piélago insondable.

 

 

 

 

 

Agustín Vulgarín (Guayaquil 1938-1986)

 

Fue actor y periodista, vinculado con la televisión y el folclor. Publicó El pez que fuma (1964), Poemas (1969), El bosque de las estatuas (1974), Cuadernos de Bantú (1977), Prólogo a prólogo (1980), Dogma y ritual de Cubilota y su progenie (1981).

 

 

Mamá maravillosa

 

Mi madre, espejo mágico donde los rostros se miran bellos

Mi madre, pisapapeles del original de Poesía

Mi madre, melón cubierto de nieve

Mi madre, mariposa aprisionada entre las bisagras de una puerta

Mi madre, túnica vistosa de los terrenos primitivos

Mi madre, estrella de mar exhibida en caja de vidrio

Mi madre, cómodo par de zapatos viejos

Mi madre, poniendo cirios al filo de los lacrimales

Mi madre, pluma de ganso

Mi madre, metrón para medir las palpitaciones terrestres

Mi madre, heroico fusil de revoluciones

Mi madre en el número 9999999999 de las constelaciones vitales.

Mi madre dueña de la lámpara de Aladino y la espada de Merlín

siempre lista a defender los sueños de su hijo.

 

 

 

 

As de corazones

 

No quiero creer, no quiero

un corazón dejando de parir vida

lejos de esta guitarra de latidos, ni

corazón sin novelas de ay negrita yo te adoro… Así

mi corazón guardamonedas de caridad

no ve demasiado oscura la vida.

Mi corazón de pañolones de fibra alegre,

chorros, al mismo tiempo, de tedio

desde la frente hasta la nuca.

Sin espada ni capa, mi corazón pelea como caballero medieval

y baila el valse de los afligidos. Sigue,

mi corazón trepando escaleras de millones de peldaños

que no conducen a ninguna parte.

Con ojo de vidrio

mi corazón contempla el paisaje de la nostalgia.

Siente frío

como un niño desnudo y se avergüenza de ello

corazón en calzoncillos.

Mi corazón bajo otro corazón desconocido.

Mi corazón, animal perezoso para agacharse y recogerse a sí mismo

en cualquier tejar del mundo.

Mi corazón de avisos luminosos mil novecientos y pico.

Mi corazón marcial listo para el combate de la desesperación

general o doméstica.

Mi corazón de arsénico. Con rasguños

y barrios bajos

y guantes de boxeo.

Sin camisa, mi corazón absorbe tintos,

mi corazón con hueso habla

descompuesto;

yo le mimo, le pongo flores, lo beso;

corazón boquiabierto, no quiero,

no lo quiero con electricidad negativa, lo embarco

con pasaje de primera

vestido de luz fiesta, mi corazón lo quiera o no,

llegará a seguro puerto.

 

 

 

 

Sonia Manzano (Guayaquil, 1947)

 

Poeta, narradora y ensayista. Fue subsecretaria de Cultura del Litoral (2007-2008). Es autora de diez poemarios, entre ellos Full de reinas (1990), Patente de corza (1996) y Último regreso a Edén (2002). Ha recibido el Premio Nacional Joaquín Gallegos Lara por el cuentario Flujo escarlata (1999) y el primer premio de la Tercera Bienal de la Novela Ecuatoriana por No abras la ventana todavía (1994). Su obra aparece en varias antologías del Ecuador, España, México, Perú y Estados Unidos. Ha dictado conferencias sobre literatura ecuatoriana en Costa Rica, Perú y España.

 

 

Miércoles sin ceniza

 

Si esperan por mí

esperen sentados.

Por cada mil veces que me voy,

una, regreso,

por cada vez que regreso

nadie espera por mí.

 

Cada vez que yo he vuelto me he encontrado

con una estación distinta

y un pueblo diferente.

 

No creo ser esa que baja

con una sola maleta.

Yo soy la que se queda adentro de los trenes

esperando que un pueblo

se estacione en sus ojos.

 

Es miércoles sin ceniza,

en la frente me trazo

la señal de la bruma que destilan los trenes.

 

 

 

 

De la sección “La experiencia”

 

 

Ileana Espinel (Guayaquil, 1933 – 2002)

 

Poeta, crítica y periodista. Junto con Miguel Donoso Pareja y David Ledesma fundó el grupo poético Club. Fue miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, del Núcleo del Guayas y del Ateneo Ecuatoriano de Quito. Su obra literaria se inicia en con La estatua luminosa y continúa con Diríase que canto (1969), Tan sólo trece (1972), La corriente alterna (Costa Rica, 1978); en 2000 apareció una selección de su obra poética editada en España.

 

 

Dislate con pastillas

 

Pertranquil

Esencial

Pankreoflat

Flaminón

Peridez

Baralgina

Tioctán

Persantín

Buscopax

Irgapirina

mosaico adocenado

del templo drogadicto

que oficia diariamente

en mis entrañas

(todo para que el hígado

el insomnio los nervios

el músculo cardiaco

los dedos que hormiguean

retrasen los relojes

que marcan sin remedio

el infallable paso vencedor de la muerte).

 

 

 

 

Rodrigo Pesántez Rodas  (Azogues, 1937)

 

Doctor en Filosofía y Letras. Dictó cursos de literatura hispanoamericana en Nueva York y Minneapolis (1969-1970). En 1962 obtuvo el primer Premio Nacional de Poesía Ismael Pérez Pazmiño de Guayaquil; en 1966, el Premio Internacional José Vasconcelos de México por su labor de investigación y promoción. Ha publicado poesía, ensayos y tratados sobre literatura ecuatoriana, entre otros títulos: El espantajo y el río (1973), Atando cabos (1989), Viñas de Orfeo (México, 2006) y Poesía junta (2008), así como los dos tomos de Visión y revisión de la literatura ecuatoriana (México, 2006; 2010), y la revaloración y estudio de Ramillete, de Xacinto de Evia (Madrid, 2009). Fue condecorado por el Congreso Nacional en 1997.

 

 

Lecciones y deberes

                                                            —Sofía era su nombre—

 

Yo conocí a mi abuela,

y su voz era un dique de quindes:

sembraba y bordaba.

 

Descubrí en sus ojales

la miel de los toctes y el alma del guabo:

mi abuela pintaba.

 

En sus ojos los pájaros

daban los primeros paseos:

mi abuela avanzaba.

 

Conocí que en sus canas

las canoas al río esperaban:

ella tarareaba.

 

Cuando conocí el dolor:

mi abuela ya no estaba.

 

 

 

 

Ana María Iza (Quito, 1941)

 

Licenciada en Ciencias de la Comunicación, ha ejercido su labor de periodista sobre todo en la radio. Aparece en diversas antologías de Ecuador y América Latina. Ha merecido varios premios nacionales por su obra poética, como el Premio Nacional de Poesía Ismael Pérez Pazmiño (1967, 1974, 1984 y 1995), el premio único de la séptima edición de El poeta y su voz (2003), y el premio de la Primera Bienal de Poesía Juegos florales (1995). Su obra poética está contenida en los volúmenes Pedazo de nada (1961), Lírica hispana (Caracas, 1963), Los cajones del insomnio (1967), Puertas inútiles (1968), Heredarás el viento (1974), Fiel al humo (1986), Reflejo del sol sobre las piedras (1987), Papeles asustados (1994, 2005), Herrumbre persistente (1995) y Poesía junta (2009).

 

 

Conocimiento

 

Si tú me amas

la tierra dará flores,

árboles, agua, frutos,

los hombres engendrarán,

la vida será hermosa.

 

Si tú no me amas

la tierra dará flores

árboles, agua, frutos,

los hombres engendrarán,

la vida será hermosa.

 

 

 

 

Violeta Luna (Guayaquil, 1943)

 

Poeta, narradora, crítica literaria y catedrática. Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Premio A los Mejores Cuentos (1969), el Premio Nacional de Poesía Ismael Pérez Pazmiño (1970) y el Premio Nacional Jorge Carrera Andrade (1994). Ha publicado, en poesía, Poesía universitaria (1964), El ventanal del agua (1965), Y con el sol me cubro (1967), Posiblemente el aire (1970), Ayer me llamaba primavera (1973), La sortija de la lluvia (1980), Corazón acróbata (1983), Memorias de humo (1987), Las puertas de la hierba (1994), Sólo una vez la vida (2000). Ha publicado también cuento y ensayo.

 

 

Cantos de temor y de blasfemia

 

Canto primero

 

Potranca de los montes,

tú debes ser feliz junto a la hierba,

en medio de las ranas y el estiércol,

sin esta geometría de las calles,

sin estos omnibuses,

sin estos perros cultos,

sin falsas teorías de la vida,

llegando hasta el amor sin desnudarte.

Y debes ser feliz porque eres potra,

sin esta depresión de la etiqueta

ni todas las mentiras de los libros.

Feliz sencillamente,

feliz como este viento que te nutre,

pariendo cada invierno

encima del orín, bajo la luna,

naciendo y masticando las auroras

como saladas frutas,

pariendo sin dolor entre el granizo.

Por eso,

hubiera preferido ser un rayo,

un trozo de carbón

o cualquier cosa.

Ser piedra necesaria, astilla necesaria,

aguja necesaria,

tener un solo nombre,

un tiempo sin semanas,

un sitio sin medidas.

Tener un ser agreste,

un ser que nada sabe,

que nada planifica,

que no calcula nada.

Ser agua que no colme,

ser lanza que no sangre,

ser muerte que no muere.

Hubiera preferido ser un río,

un túnel sin salida.

Tal vez una palabra que no existe,

que nunca fue enseñada,

que se parece a nada,

que es piedra necesaria,

aguja necesaria,

veneno necesario,

ser sólo esa palabra:

felicidad.

 

 

 

 

Canto tercero

 

Tú debes ser feliz potranca buena,

sin estas reflexiones,

sin estos pergaminos oxidados,

sin estos alfileres

que bajo el corazón están picando.

Más bien me propondría

no hablar ahora nada,

ni recordar mis años

que tienen cicatrices atrasadas,

ni recordar que es lunes

y tengo que lavar alguna llaga,

hoy quiero estar callada,

hundir esta cabeza entre mis manos

y no pensar en nada.

Tenderme como quiera hasta olvidarme,

hacer de las ideas trapos sucios.

Cansada de mirar la misma calle,

las mismas puntuaciones de un letrero,

cansada de espiarme me amenazo,

estoy hasta estorbándome,

y quiero no pensar en el mercado

ni en estas rutinarias ahorcadas,

y si alguien a la puerta está llamando,

que aguarde cuatro vidas,

que aguarde hasta olvidarme de mí misma.

 

 

 

 

La elección

 

Si me dieran a escoger

entre un árbol de guayabas

y una palabra dulce,

tal vez me quedaría

con las guayabas verdes.

Hombre de cualquier camisa:

labrador, marinero, abogado,

si tú me dieras a elegir

entre un dorado código,

una tranquila piedra

o el mar de cualquier concha,

tal vez me quedaría

con un rincón del mar.

No sé por qué insistimos

en disfrazar las cosas,

en darles otra piel

que ni siquiera vibra.

Digamos por ejemplo:

las uvas son más uvas en la rama,

el pan es más seguro en la mazorca,

los ojos miran más en cada sombra,

y el amor es más amor en lo imposible.

No sé por qué insistimos

en inventar mentiras

y no dejar que al día

le nazcan rosas ciegas o guitarras.

Por qué llamar al vino

moscatel, oporto, tinto.

Por qué partir al mundo

entre chinos, africanos, moscovitas.

Por qué ponerle escalas al aroma,

a la hermosura grados,

pulgadas a lo exacto.

Por qué pensar en bueno,

más bueno, menos bueno.

Pensemos de una vez y para siempre

en darle latigazos a la farsa.

Y mientras esto venga,

hombre de cualquier camisa:

labrador, marinero, abogado,

si tú me dieras a elegir

entre Dios, el amor, la libertad,

te juro que me quedo

con las guayabas verdes.

 

 

 

 

Marialuz Albuja Bayas (Quito, 1972)

 

Magíster en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha publicado los poemarios Las naranjas y el mar (1997), Llevo de la luna un rayo (1999), Paisaje de sal (2004), La voz habitada (coautora, 2008) y La pendiente imposible (2008), obra que fue premiada y publicada por el Ministerio de Cultura del Ecuador. Sus textos han aparecido en revistas literarias y en antologías nacionales e internacionales (Argentina, México, España, Venezuela, Perú). Ha representado al Ecuador en Lima, Bilbao, Pamplona, San Sebastián, Santiago de Chile y Cartagena de Indias.

 

 

Te duermes.

Regresas a casa.

Tu madre baña a tu hermana tierna.

Su risa infantil se refleja en el agua, llenándola de uvas, de pétalos nuevos.

Tu hermano se ha lastimado las rodillas

su sangre gotea en la arena.

Tú, del otro lado, te aferras a la maleza.

Un remolino se abre bajo tus pies y te llama.

Despiertas.

 

No tienes ya tierna hermana

ni hermano pequeño a quien las rodillas le sangran.

Tienes casi treinta años,

una hermana que es madre,

dos hermanos que ya no recuerdan la infancia.

 

Has visto ciudades rodeadas de muros

donde invisibles las olas anuncian la luz.

Has vuelto a soñarlo.

Deseas ser hija

sentir el calor de tu madre dormida

pasar todo el día en la casa del valle

mirando los aguacates lustrosos que cuelgan tímidamente de los árboles del jardín,

las mariposas que pierden el rumbo, igual que tú,

entre la huerta y el mundo.

 

Deseas ocasionar la catástrofe que te permita ser, otra vez,

la pequeña que escribe poemas.

Deseas convertirte en la loca de la familia

en la perdedora feliz y risueña

que puede sentarse a mirar el silencio

porque es incapaz de otra cosa

pero no tienes ya tierna hermana

ni hermano pequeño a quien las rodillas le sangran.

 

Has visto ciudades cubiertas de insomnio

donde la lluvia se estrella y sacude la tierra.

Un remolino se abre bajo tus pies y te llama.

Despiertas.

 

 

 

 

De la sección “Contemplación e imagen”

 

 

Hugo Salazar Tamariz  (Cuenca, 1923-1999)

 

Poeta, narrador, dramaturgo y catedrático universitario. Publicó los poemarios Transparencia en el trébol (1948), Mi parcela de magia (1949), El habitante amenazado (1955), Poemas desnudos (1958), Sinfonía de los antepasados (1960), Apuntes del forastero (1963), Tres poemas (1968) y Por así decirlo (1977). Ha publicado también libros de teatro, novela y cuento.

 

 

Canto séptimo

 

Identidad

                                                            A Francisco X. Salazar (mi padre)

 

Mi país es de fuego domiciliado en sangre y en palabra;

un grito transmutado en ola

en ala

y hasta en soledad.

Es un vasto país con eucaliptos

y dispara a los mitos del azul

su verde dialecto tropical de maraña;

tiene como hombros volcanes con anhelos nevados

y pesadas montañas de tierra

y de impuestos;

debajo de sus hombres,

de su hierba fidelísima,

de sus gusanos,

tiene el subsuelo abriendo sus alcobas

y también la cadena de la semilla

y de la mies

ajenas,

y del ajeno pan en hambre propia…

Al lado de sus seres

y sus árboles,

tiene ríos inventados por él,

dichos como en un solo golpe de voz

y algunos,

como el Guayas

o el Esmeraldas,

en el dintel,

hojeando eternamente su marea de peces

y de barcos.

Mi país es un punto de la tierra que se volvió alarido

entre el mar

y las rocas

y sus gentes.

Aquí,

en el alarido,

vive su habitante transparente,

como la buena voluntad,

opaco tal el capricho

sentado en los recodos del alma

y en los caminos trabajados con las uñas.

Ama el pedestal,

la pared del viento,

su techo de lluvia

y sol turnándose.

Mastica condimentos dolorosos en su historia

y edita un diario de trabajo

con los crispados signos de los dedos;

digiere su memoria

y sus proyectos;

gasta sus zapatos

y su sangre;

desvive su única existencia;

recoge cacao,

arroz,

patatas,

el llanto de los niños,

el dolor de las hembras

y el silencio del hombre;

siembra cañaduzales,

tagua,

mangle

y un ferviente deseo de elevarse,

sembrándose a sí mismo,

después de las colinas

y de las tempestades.

Mi país es de fuego derramado,

de oro robado por los yanquis;

tiene árboles

y mujeres frutales

en cada paso de su cuerpo henchido.

Mi país es la sílaba tónica

y su acento

el habitante vibrátil,

amenazado,

que le viene como a pedir de boca,

que ama la esquina de su casa,

el año de su boda,

y su pellejo sensitivo,

tibio,

irrenunciable.

Es aquí,

precisamente,

donde enterraron al padre de su padre,

entre el día,

la noche

y el abuso.

En este punto celebraron todos la llegada del hijo,

un explotado más,

un hombre puesto debajo del centavo,

pero que empujaría la justicia hacia delante.

Aquí se besaron los novios

más allá de los padres,

y muy cerca de un fuego que destruye su idioma.

¡Este punto es sagrado

como el contorno de mi madre!

A mi país se viene con los pasos lavados,

con el alma encima del vestido

y vestidos de hombres,

no como cadenas de empréstitos

o misiones militares,

ni invadiendo,

atropellando el derecho de darnos gobernantes

de acuerdo con nuestro aire,

nuestra luz,

conciencia,

necesidad

y tiempo.

Es un país con luz

y su tiniebla es para hombres

que duermen no que han muerto.

Es un país de niños que han crecido como el maíz,

las aves

o el cabello;

que cumple su palabra,

y tiene citas,

experimenta asco,

y siente hambre de cereal,

de mujer

y de justicia.

Mi país es un poco de montañas

que alcanzan para todos los altos de la tierra;

en ellas está el grito

y en el grito nosotros,

enteros como el día.

Mi país es la costa,

la sierra

y su futuro,

los hijos ilegítimos

y el hombre que delinque,

el pleito de vecinos

y el obrero apresado,

el anónimo muerto en elecciones

y el impuesto que roba la empresa imperialista;

la hulla,

el petróleo,

la balsa liviana como el aire

y la voz alta;

el sueño de los hijos,

el recuerdo

las sienes del suicida,

el vientre repleto de las hembras,

de los barcos

y de los propósitos.

Estamos aquí cientos de años,

subiendo la montaña

y fabricando el día de mañana;

alimentando infamias, políticos

y engaños;

viviendo de discursos,

de congresos inútiles,

de onerosas deudas extranjeras;

viviendo de empujones,

de llanto,

de protestas.

Pero ésta es nuestra tierra

y hasta el fuego nos toca con caricia si nace de su filo

y crece en su corteza inundada de siglos…

Mi país es arena en la ribera,

un gran río en la niebla

y niebla en la primera hora

y amenaza de niebla en el futuro;

es también vientre combado

y apretarse de manos expansivas,

y charla de mujeres al umbral de la tarde,

y palmada cordial en las espaldas,

agua clara en el río,

en la lluvia

y en el vaso casero

y permanente.

Mi país es el lápiz,

el retrato amarillento,

las puertas que chirrían en las noches como gatos en celo

o moribundos;

es también los pianos,

la ropa lavada,

los guijarros,

la mesa con migajas,

el paseo del domingo,

el alto madrugar del panadero,

la sombra del árbol o del padre;

el jugo de las frutas

y sus cortezas desoladas

y el hombre que las barre,

sorbiéndose el alba con sus necesidades apremiantes.

Es cada nueva huelga

y los reclamos,

el salario ridículo que arde como espina

en la yema de los dedos;

es la boca del hijo sin sustento,

sin escuela ni calzado;

el campesino sin puentes,

sin letras,

sin descanso,

sin riesgo

y sin domingos;

el empleado con su única comida

y doce bocas;

el cargador con su ración de insultos,

encallecido de hambre;

y el chofer,

con el sueño

de eterno copiloto.

Es un laberinto de valles

y montañas,

selvas,

ríos,

lagunas;

un laberinto de calles,

destinos

y marcas extranjeras

y terribles esfuerzos nacionales.

Mi país es el mar hecho montañas hacia el lado de arriba

y hombres por el lado de adentro;

tiene aves parecidas a todos los sonidos

y formas parecidas a todas las miradas;

frutos como buenos consejos

y raíces tan hondas como querer ser libres.

Todo el que venga en son de guerra entrará en el rugido;

tendrá que arremangarse para luchar

con nuestra lucha justa:

tenemos de aliado al sol

que nos alumbra desde adentro hacia afuera.

 

 

 

 

Mario Cobo Barona (Ambato, 1930 – 2007)

 

Poeta y catedrático. Miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro correspondiente de la Real Academia Española, doctor Honoris Causa por la Universidad Indoamérica del Ecuador. Miembro del grupo América, director de la Casa de Montalvo, presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Fue diputado de la nación. En poesía sobresalen Las esquinas del agua (1961), Tierra ternura (1971), Historia (1981), Anversos (1982), Éxodos (1991), Los eternos laberintos (1998), El viaje innumerable (1998) Bitácora de las incompletudes (2001). Ha escrito también teatro y ensayo.

 

 

Océano

 

Es tan cierto que el mar no cree ya en sus peces

que se van en los barcos,

que cuando el pescador le agacha una blasfemia,

resaca del dolor que el mar se traga,

en su puntual idioma de olas

va diciendo que sí: ¡pobres los hombres!

 

Desertores del agua y sus orígenes

hemos venido a las lejancias penitentes

a tratar de encontrarnos en ninguna parte.

Le compramos a la espuma su inocencia

en su voz de burbujas: libres, lastimosas,

intermitentes, creciendo y fracasando.

Le queremos latir en su bullicio y en sus ecos,

le queremos beber en sus gaviotas,

en sus siempre después, y en su tristeza rota.

 

No sé si el mar creó al hombre desde el caos,

pero cree en el hombre,

porque su eternidad es regresar. Y se defiende,

y le cuestiona porque está en su adentro.

 

El mar desde la arena es un ausente

vencido a su costumbre de mareas.

El hombre es en la playa un caminante

tendido a su costumbre de recuerdos.

 

Pobre del mar: improvisando, emocionando,

contando lo que tiene que hacer.

Pobre del hombre erigido en mar,

por unos cuantos peces y unos sueños,

inventariado entre los arrecifes y las perlas,

siempre ensayando en sus pequeñas vidas,

los osarios sin fondo y sin juicio final.

 

Pobre del hombre saliendo del mar,

hombre diario y angosto, sin rostro y sin nombre,

perseguido de un perro y su lenta tristeza

y ese fiel animal de la melancolía.

Pobre del hombre fiel a su olfato húmedo, pensando:

cuánto de sal tirita sobre su propia sombra.

 

 

 

 

Carlos Manuel Arízaga (Cañar, 1938)

 

Poeta y narrador. Ha merecido, entre otros, los siguientes reconocimientos: Concurso Nacional Universitario de Poesía (1966), Concurso Nacional de Poesía en la Fiesta de las Flores y Frutas (1966), Premio Nacional de Poesía II Festival de Artes (1967, 1975), Premio de Poesía del Centro Municipal de Cultura (1976, 1979), Premio Único Nacional de Poesía Infantil (1981), Concurso Interprovincial CCE (1996). Ha publicado los poemarios Sobresalto (1962), Las ocupaciones salomónicas (1966), Valija del desterrado (1968), El espejo negro (1970), Abreviatura (1972), La cabeza alborotada (1974), La rama del verano (1980), Maizalmente David (1987), Evangelio de Casa Adentro (1990) y Ceremonial de la abundancia (1994).

 

 

Segunda canción por un hallazgo simple

 

Debe llamarse elegía

este no estar en algún sitio;

es que siempre parten los trenes,

y al deseo de fugarnos

quedamos abrazados.

Por más que los ojos

retraten océanos, puertos, estaciones,

cuando un hijo nos espera

con las manos aromadas de manzanas

y la radio dice una canción

adornada de eucaliptos,

parten los trenes,

los puertos y los muelles se detienen

y en el hombro de una mujer

nos diluimos.

 

 

 

 

De la sección “Lo urbano e impersonal”

 

 

Huilo Ruales Hualca (Ibarra, 1947)

 

Poeta, narrador, dramaturgo y cronista. En poesía ha publicado El ángel de la gasolina (1999), Vivir mata (2005), Pabellón B (2007). Recibió el Premio Nacional Aurelio Espinosa Pólit por el libro de cuentos Loca para loca la loca (1989) y el Premio Nacional Aurelio Espinosa Pólit por Fetiche fantoche (1994). Ha publicado también dos novelas. Tres de sus piezas han sido llevadas a escena: Añicos (Ecuador), El que sale al último que apague la luz y Satango (Francia). Sus crónicas se publican regularmente en varias revistas. Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales y consta en innumerables antologías. Parte de su obra ha sido traducida al alemán y al francés.

 

 

El poeta puede hasta vivirse

 

hubo una vez un poeta que logró explicar

en cinco mil versos extraordinarios

en qué consiste una ventana.

otro hubo que cruzó los nevados alpes

buscando las huellas de un telegrama

y un tercero que para siempre

practica con ángeles la eutanasia.

 

hay poetas que pueden acostumbrarse

a vivir intensamente en un armario

y otros, que con un sonido efervescente

se ahogan vestidos en un vaso de agua.

 

otras veces incontables los poetas

esperan a una mujer toda la vida

sin escribir un solo verso.

 

y sin que ella llegue.

 

 

 

 

Fernando Iturburu (Guayaquil, 1960)

 

Realizó estudios literarios en Ecuador, Francia y Estados Unidos. Ha publicado, en poesía: De maitines y laúdes (México, 1985), Vástagos (1990), El camino tomado (1997), Contra sí mismo (2004), y la antología personal Rumor de inventario (2008). Tradujo poesía ecuatoriana al inglés con Alexis Levitin, Tapestry of the Sun. An anthology of Ecuadorian poetry (California, ). Además, ha publicado entrevistas, cuentos, una novela, crónicas y ensayo.

 

 

***

 

Cuando Fabia me mira

lo hace para conocerme mejor

Sus ojos van de la pupila al arco de mis cejas

De un lado de mi frente al ángulo inferior de mi cara

(sólo así se conoce el mundo a su edad)

Y cuando quiere algo simplemente lo toma

Extiende sus bracitos y los mueve como sacudiendo una sábana

antes de ser tendida al sol

Cuando yo la miro, en cambio

veo el perfil de su boca y a su madre junto a ella

Mientras las dos juegan sobre la alfombra

y cantan canciones y se ríen

veo sólo los efectos de lo que hacen

Y me quedo esperando que suceda otra cosa

como si debiera ocurrir otra cosa

No reparo en el tiempo que eternamente viven

Sólo me echo a un costado

y percibo de cerca el murmullo de Dios

 

***

 

Desde el avión veía las montañas y los ríos

y sólo quería saber

si Fabia era la montaña o los ríos

 

***

 

Me puse a buscar poemas para ti, Fabia

En libros y en la computadora

Pero eran malos Fabia, muy malos

Malos lo que se dice malos

Porque ni eran sinceros ni decían nada nuevo

(sólo lo que es nuevo es sincero)

Los poemas que encontré siempre llevaban

corazoncitos rosados y música de restaurantes

Así, para terminar copiando un poema de ésos

mejor escribir sencillamente el amor que tú me has dado

 

***

 

Mi madre era una diosa en miniatura

De esas mujeres campesinas

que traen decenas de proverbios

Con ella preparé el fuego para hervir la ropa

(porque en el trópico

ésa es la única manera de matar enfermedades)

Lavé los platos después de las comidas

Barrí y limpié la casa

como todas mis hermanas

Y un día

luego de que su cuerpo dijera

basta ya querida, es hora de partir

la vistieron de blanco como a una monja

y su rostro fue la misma cara de la luna

Cantamos y lloramos su partida

y en todos causó estragos ese vacío

Hasta que en un sueño sentí su mano nuevamente

tomando tibiamente mi mano

y fuimos ella y yo otra vez

Y desde allí

yo también

reparo mejor en la forma de las nubes

 

 

 

Vea también: La Cabra Ediciones: Antología de la poesía ecuatoriana. De César Dávila Andrade a nuestros días


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