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Edición 54

“Primaveral” y “Los cisnes” de Rubén Darío



 

 

 

Primaveral

 

Mes de rosas. Van mis rimas

En ronda, a la vasta selva,

A recoger miel y aromas

En las flores entreabiertas.

Amada, ven. El gran bosque

Es nuestro templo, allí­ ondea

Y flota un santo perfume

De amor. El pájaro vuela

De un árbol a otro y saluda

Tu frente rosada y bella

Como a un alba; y las encinas

Robustas, altas, soberbias,

Cuando tú pasas agitan

Sus hojas verdes y trémulas,

Y enarcan sus ramas como

Para que pase una reina.

¡Oh, amada mí­a! Es el dulce

Tiempo de la primavera.

 

Mira en tus ojos, los mí­os,

Da al viento la cabellera,

Y que bañe el sol ese oro

De luz salvaje y espléndida.

Dame que aprieten mis manos

Las tuyas de rosa y seda,

Y rí­e, y muestren tus labios

Su púrpura húmeda y fresca.

Yo voy a decirte rimas,

Tú vas a escuchar risueña;

Si acaso algún ruiseñor

Viniese a posarse cerca,

Y a contar alguna historia

De ninfas, rosas o estrellas,

Tú no oirás notas ni trinos,

Sino, enamorada y regia,

Escucharás mis canciones

Fija en mis labios que tiemblan.

¡Oh, amada mí­a! Es el dulce

Tiempo de la primavera.

 

Allá hay una clara fuente

Que brota de una caverna,

Donde se bañan desnudas

Las blancas ninfas que juegan.

Rí­en al son de la espuma,

Hienden la linfa serena,

Entre polvo cristalino

Esponjan sus cabelleras,

Y saben himnos de amores

En hermosa lengua griega,

Que en glorioso tiempo antiguo

Pan inventó en las florestas.

Amada, pondré en mis rimas

La palabra más soberbia

De las frases, de los versos,

De los himnos de esa lengua;

Y te diré esa palabra

Empapada en miel hiblea...

¡Oh, amada mí­a! en el dulce

Tiempo de la primavera.

 

Van en sus grupos vibrantes

Revolando las abejas

Como un áureo torbellino

Que la blanca luz alegra;

Y sobre el agua sonora

Pasan radiantes, ligeras,

Con sus alas cristalinas

Las irisadas libélulas.

Oye: canta la cigarra

Porque ama al sol, que en la selva

Su polvo de oro tamiza

Entre las hojas espesas.

Su aliento nos da en un soplo

Fecundo la madre tierra,

Con el alma de los cálices

Y el aroma de las yerbas.

 

¿Ves aquel nido? Hay un ave.

Son dos: el macho y la hembra.

Ella tiene el buche blanco,

Él tiene las plumas negras.

En la garganta el gorjeo,

Las alas blandas y trémulas;

Y los picos que se chocan

Como labios que se besan.

El nido es cántico. El ave

Incuba el trino, ¡oh, poetas!

De la lira universal,

El ave pulsa una cuerda.

Bendito el calor sagrado

Que hizo reventar las yemas,

¡Oh, amada mí­a, en el dulce

Tiempo de la primavera!

 

Mi dulce musa Delicia

Me trajo una ánfora griega

Cincelada en alabastro,

De vino de Naxos llena;

Y una hermosa copa de oro,

La base henchida de perlas,

Para que bebiese el vino

Que es propicio a los poetas.

En la ánfora está Diana,

Real, orgullosa y esbelta,

Con su desnudez divina

Y en su actitud cinegética.

Y en la copa luminosa

Está Venus Citerea

Tendida cerca de Adonis

Que sus caricias desdeña.

No quiero el vino de Naxos

Ni el ánfora de esas bellas,

Ni la copa donde Cipria

Al gallardo Adonis ruega.

Quiero beber el amor

Sólo en tu boca bermeja.

¡Oh, amada mí­a!, en el dulce

Tiempo de la primavera!

 

 

 

 

Los cisnes

 

¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello

al paso de los tristes y errantes soñadores?

¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,

tiránico a las aguas e impasible a las flores?

 

Yo te saludo ahora como en versos latinos

te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.

Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,

y en diferentes lenguas es la misma canción.

 

A vosotros mi lengua no debe ser extraña.

A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez...

Soy un hijo de América, soy un nieto de España...

Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez...

Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas

den a las frentes pálidas sus caricias más puras

y alejen vuestras blancas figuras pintorescas

de nuestras mentes tristes las ideas oscuras.

 

Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,

se mueren nuestras rosas, se agotan nuestras palmas,

casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,

y somos los mendigos de nuestras pobres almas.

 

Nos predican la guerra con águilas feroces,

gerifaltes de antaño revienen a los puños,

mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,

ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.

 

Faltos del alimento que dan las grandes cosas,

¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?

A falta de laureles son muy dulces las rosas,

y a falta de victorias busquemos los halagos.

 

La América española como la España entera

fija está en el Oriente de su fatal destino;

yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera

con la interrogación de tu cuello divino.

 

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?

¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?

¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?

¿Callaremos ahora para llorar después?

 

He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros

que habéis sido los fieles en la desilusión,

mientras siento una fuga de americanos potros

y el estertor postrero de un caduco león...

 

...Y un cisne negro dijo: «La noche anuncia el dí­a».

Y uno blanco: «¡La aurora es inmortal! ¡La aurora

es inmortal!» ¡Oh tierras de sol y de armoní­a,

aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!


Noticia Biográfica


Félix Rubén Garcí­a Sarmiento, conocido como Rubén Darí­o (Metapa, hoy Ciudad Darí­o, Matagalpa, 18 de enero de 1867 – León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta, periodista y diplomático nicaragí¼ense, máximo representante del modernismo literario en lengua espaí±ola. Es, posiblemente, el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesí­a del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado prí­ncipe de las letras castellanas.



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