Edición 63
Atravesar el desierto
En las praderas del fin del mundo,
de las láminas ajadas de los cuerpos,
se desclavan, una a una, las partículas de polvo
que engulle el viejo sol, único dios integro.
Andrea Cote
"El mundo es una máquina sorda" dice Shaun Tan y allí, en la línea divisoria entre la vida que nace y la muerte que espera, la poeta Andrea Cote nos presenta el libro En las praderas del fin del mundo, que como la palabra honesta tiene la esperanza de encontrar oídos abiertos. El libro publicado en el 2019 por la editorial Valparaíso podría ser visto como un viaje a través del desierto. En la primera parte aparecen: la madre, el hijo y el padre, poemas que a medida que son leídos dialogan. Luego, transita por los lindes de un desierto que más allá de un lugar exacto en el mapa, configura una atmósfera de un mundo distópico que hace pensar al lector en un territorio al filo de su desaparición. Finalmente, el recorrido aterriza en un escenario más específico, lugares de Norte América y de la experiencia de la poeta. Un viaje en el que se parte de un lugar imaginado a un lugar más próximo e íntimo.
El libro de Cote cuenta con dos partes: “Desierto rumor” y “Migraciones”. En la primera, abre con un poema en la voz del hijo quien afirma tener “el peso de un hombre” y entrevé en éste su soledad. El hijo de este primer poema parece, en palabras de Martin Heidegger, arrojado al mundo, un mundo que es una “bestia” como dirá Cote más adelante. Se destacan los poemas que se dirigen al hijo como el poema “Pastor de sol” que, al igual que “Testamento” de Emilia Ayarza, o “Este lado de la verdad” de Dylan Thomas, la poeta se dirige al hijo consciente de todo aquello que lo rodea y de ese “rebaño de palabras” que a la vez le habla y le previene del mundo.
En el poema “Raíz” aparece el padre, quien pide: “no vayas”, “rumbo adentro / allá en lo yermo”. En este poema el padre aconseja. En “Las jornadas de Ícaro” es la madre la que enuncia, la que mira al hijo deslizarse por “difíciles parajes” y tanto en uno como en otro poema se podría pensar en una madre y un padre de carne y hueso, o en entidades de naturaleza espectral que habitan entre seres humanos y ven más allá del presente. El desierto no da señas de una ubicación geográfica precisa, se presenta en esta primera parte del libro como un lugar simbólico o interior.
La segunda parte del libro inicia con el poema “Niebla” que de manera sutil enuncia una atmósfera de guerra. No sabemos con certeza qué ha ocurrido en aquella estación que colinda con el fin del mundo, pero vale la pena resaltar la manera como Cote construye las imágenes y las alusiones de despojo. Estas nos ubican en un espacio universal que ha sido atravesado por la violencia, la ausencia y la infertilidad de la tierra.
Más adelante, en el segundo apartado, el territorio que se nombra toma una ubicación más precisa y se enuncian lugares como: Arizona, Ohio, hasta llegar al poema “Key West” que sirve para establecer un breve diálogo con Hemingway y la escritura. Luego está “El Paso”, el cual antecede a los últimos poemas. Estos presentan una voz poética más personal y cotidiana, en contraste a esas voces de madre, hijo y padre, del inicio, que miran al mundo con distancia.
En el último poema Cote nos dice: “Pienso en el día en el que yo soy / la tierra azotada de desierto / y la gente habla de mí / mientras contempla rocas extraviadas, / la vida que existe en lo que nada más soñamos.” En este apartado la poeta nos lleva a un escenario íntimo, al que llegamos al final de la travesía. Lugar en el que contemplamos el paisaje soñado por la autora, un espacio que está entre lo intangible y lo real, la distopía y la desolación. En las praderas del fin del mundo transitamos en medio de sensaciones, que se quedan como fotografías fijas de aridez, y el asomo de la vida que crece y se hace un lugar en medio de condiciones hostiles. La palabra que resiste y respira en lo que es capaz de soñar.
Noticia Biográfica
Jenny Bernal (Bogotá, 1987). Promotora de Lectura y escritora.