Edición 47
Los cuadros contemplados; una vertiente en la poesía de Manuel Machado
Por: Leonardo Javier Rivas Lobo
A manera de inicio, basta decir que Manuel Machado fue un peculiar poeta que transitó los inicios del modernismo español. La memoria de su obra comienza con Alma (1902). Este es un poemario modernista en el que se siente el sutil desfile de imágenes encapsuladas en rimas escurridizas. El eco de los pasos de Verlaine, resuena en varias de sus estrofas. Muchas han sido las críticas y los análisis a los que ha sido expuesto y lo menciono porque es allí desde donde se empieza a vislumbrar la evolución temática y poética de Manuel Machado.
Ahora pasaremos revista al carácter y al contenido de Apolo (Teatro pictórico) (1911), para luego enfocarnos en describir cómo se dan los enlaces y las uniones entre la poesía y la pintura; para finalizar, se describirán las visiones y las figuraciones que hace el poeta en dos sonetos puntuales que están enmarcados en laobra mencionada. Este libro, bien podría ser considerado como un precursor en la lírica española de ese entonces, ya que nos revela la comunión momentánea que se da entre el verso y el cuadro: esta unión es un camino insospechado en el modernismo y Manuel Machado nos da la primera prueba de esta relación. “Con la obra de Manuel se podría hacer una exposición hermosa mezclando los cuadros y los poemas motivados por la visión lírica de éstos” (Cenizo, 2003, p. 60).
Cabe destacar que Apolo no es el primer acercamiento de Machado a esos aires poéticos cercanos a la pintura. Fue con anterioridad, específicamente, en Museo, donde haytres poemas entre los que destaca “Felipe IV”. Estos humildes sonetos devienen en Alma. Museo. Los cantares (1907), una suerte de catálogo que recoge varios poemas de los libros anteriores del poeta. Navarro (1994) nos ilustra un poco sobre las diferencias entre Museo y Apolo:
Con todo, hay que señalar que ambas series de textos presentan de hecho dos manifestaciones diferenciadas de esa misma poética del arte y la historia. En el caso de Apolo se trata básicamente de la fórmula del “poema sobre cuadro,” que se adapta sin problemas aparentes al subtitulo de “Teatro pictórico” del libro. En Museo, sin embargo la adecuación entre las resonancias plásticas del título de la sección y la naturaleza de los poemas que la componen se presenta más problemática y apunta a una visión de las relaciones entre arte y literatura mucho más compleja que la reflejada en las trasposiciones de Apolo y más cercana, además, a los planteamientos centrales de la poesía parnasiana. (p.18-19)
El poemario Apolo consta de una serie de veinticinco sonetos en la que cada uno describe, cándida y rítmicamente, un cuadro. Así es como Manuel Machado hace méritos para convertirse en uno de los primeros poetas que habla con soltura léxica sobre cuadro, al menos a inicios del siglo XX; otros personajes de las letras españolas también acudieron a esa luminosa senda de imágenes estáticas (El Museo del Prado) como: Ortega y Gasset, Eugenio d’Ors, Rafael Alberti (Mainer, 2007).
En Apolo, los sonetos siguen la misma línea de tiempo que tendrían los cuadros de la exposición. Esto se deduce debido a la cercanía de los sonetos, que hablan sobre el cuadro de Botticelli, Da Vinci y Tiziano, respectivamente. Los movimientos o escuelas artísticas apenas se diferencian entre sí, porque el verso sólo sabe describir la maravilla o la incógnita que irradia el lienzo para los ojos del poeta. Mendoza (2008) nos dice sobre el móvil de Apolo: “la selección de la obras que motivan el conjunto de poemas de Apolo es una muestra de su personal y cultural esteticismo ecléctico, es decir una producción un tanto dispar y variada”.
¿En dónde está la línea que separa al poema de la pintura? Es difícil establecer este límite, esa separación que aparta al color de la palabra. El poema, se funda mediante figuras literarias, tropos; su corazón, lo que da vida al poema y lo vuelve el arte de la palabra, es la metáfora, entendida como la traslación de una realidad hacia otro espacio y otro significado. La pintura es una revelación hecha tangible y apreciable, basada en ciertas técnicas e infinidad de colores que el pintor domina a placer. Hay metáforas en la pintura, esto es innegable, pero metáforas entendidas mas como algo visual. La imagen en el cuadro debe ser hallada por el espectador; en cambio, en la poesía la misma imagen viene inesperadamente y trastoca los rieles del lenguaje en los que se mueve el lector. La intertextualidad que existe cuando un poema es la nueva representación de una obra de arte ya existente no puede negarse, es evidente aunque nos hable de cosas esquivas (Mendoza, 2008).
La poesía se puede dar en diferentes formas, numerables e identificables (soneto, oda, madrigal, entre otros.) aunque siempre terminara revelándonos algo del mundo, y ocultándolo, al mismo tiempo; la pintura tiene varias bifurcaciones creativas (retratos, naturalezas muertas, entre otros). Cada ámbito artístico, tiene sus rumbos y naves predilectas, aunque, lo que sí se puede afirmar, es que cada disciplina del arte, es impulsada mediante el uso (explicito o no) de una metáfora. De esta manera es como todo aquello que aun no habita las parcelas de la realidad, sin importar si es algo imaginario o no, encuentra vida y aparece mediante la vena artística del pintor o el poeta (Díaz y Sánchez , 2014).
En este punto se dará entrada a la ecfrasis (ekphrasis) término necesario para ilustrar la relación y los resultados que provoca la unión, poesía-pintura (en nuestro caso). Que no nos sorprenda la novedad que pudo haber tenido esta hermandad, ya que es tan antigua como la poesía misma, nos podemos remontar a la descripción que hace Homero del grandioso escudo de Aquiles (¡Esta imperecedera y sublime parte de la Ilíada abarca casi todo un canto!) de esta manera, la ecfrasis es una descripción de algo real, indudablemente, pero algo realmente maravilloso que la palabra desea rescatar para el lector: es una nueva representación de algo ya existente.
Volviendo a Machado y sus sonetos, Díaz y Sánchez (2014) nos dicen sobre esto: “El punto de partida de la ekphrasis es una experiencia estética del poeta actuando como espectador” (p. 189). El poeta siempre es un espectador, de la vida y su cauce de eventos, principalmente, pero en esta figura, el poeta es un espectador con un fin más activo que los demás, ya que él oculta en sus dedos un poema, así es como el escritor se convierte en casi un espía de otro mundo en la galería.
La ecfrasis es una experiencia que enlaza una obra de arte con otra, de diferentes capacidades, el resultado es algo que cautiva e impresiona; la poesía que habla sobre un cuadro establece una relación, naturalmente intertextual. Pimentel (2003) nos ilustra: “Por otra parte, como ya lo apunta Spitzer, el texto ecfrástico surge de un impulso que se resuelve en la práctica textual que conocemos como descripción; un deseo de de-scribir” (p. 282).
Ya habiendo descrito los rasgos temáticos de la obra Apolo y, además, ya después de haber introducido la figura de la ecfrasis como un lugar en el cual nos ubicaremos a la hora de describir la relación poema-cuadro, a continuación presento dos sonetos de Apolo que he escogido para ser analizados:
Sandro Botticelli. La primavera
A D. Francisco Álvarez-Osorio.
¡Oh el sottovoce balbuciente, oscuro,
de la primer lujuria… Oh, la delicia
del beso adolescente, casi puro…
Oh, el no saber de la primer caricia!…
¡Despertares de amor, entre cantares
y humedad de jardín, llanto sin pena,
divina enfermedad que el alma llena,
primera mancha de los azahares!
Ángel, niño, mujer… Los sensuales
Ojos adormilados, y anegados
En inauditas savias incipientes…
Y los rostros de almendra, virginales,
Como flores al sol, aurirosados,
En los campos de mayo sonrientes!…
En este primer soneto, el relacionado a La primavera de Botticelli, desde la primera estrofa, se percibe una voz eufórica que se deleita en la escena del cuadro (siete figuras humanas en colores claros que resaltan sobre un fondo oscurecido) primero hay una exclamación que nos traslada, inmediatamente a la expresión que tiene cada rostro, y la misma exaltación parece prolongarse a lo largo del soneto, porque siempre se nos dice algo sobre la emoción que reclama a cada rostro. Los cuerpos parecer ser excluidos del soneto, cada estrofa nos dice algo del rostro, porque la mirada del poeta parece haberse quedado en ese estadio luminoso; ya en la última estrofa, Manuel Machado nos entrega una descripción final de esos “rostros virginales” que habitan los “los campos de mayo”.
Al ver el famoso cuadro de Botticelli, en una primera mirada, lo más resaltante, son las figuras idílicas de los hombres y las mujeres, esos cuerpos coloridos e impolutos, que son asediados por la oscuridad reinante del oscuro bosque y sus criaturas (en la esquina derecha se puede apreciar una especie de fantasma o demonio). Cada cuerpo representa una escena y cada rostro nos dice algo distinto del otro, pero cada uno puede enmarcarse en una misma exaltación, ya sea amorosa o temerosa.
Leonardo Da Vinci. La Gioconda
Florencia –flor de música y aroma-
patria del gran Leonardo inenarrable,
madre de lo sutil y lo inefable…
Florencia del león y la paloma.
Mona Lisa sonríe, Madona Elisa
mira pasar los siglos sonriente.
… Y nosotros también eternamente,
Llevamos en el alma su sonrisa.
Sonríe la Gioconda… ¿Qué armonía,
qué paisaje de ensueño la extasía?
¿Por dónde vaga su mirar velado?…
¿Qué palabra fatal suena en su oído?…
¿Qué amores desentierra del olvido?…
¿Qué secreto magnifico ha escuchado?…
En este segundo soneto, el que nos habla sobre La Gioconda de Da Vinci, la estructura es cinemática, más apropiada para la línea creativa que exige el soneto. En la primera estrofa, Machado nos introduce la Florencia de Leonardo, después, aparece la Mona Lisa y el poeta siente el aire contemplativo que la mujer nos ha dejado, su sonrisa incorruptible, ya en las últimas dos estrofas, el poeta siembra las interrogantes y las dudas que pueden asediar a ese rostro inefable. “¿Qué secreto magnifico ha escuchado?…” ciertamente, el soneto de Machado nos relata la vida mas allá de la sonrisa que puede tener la Mona Lisa.
Cuando vemos el cuadro, es inevitable no sentir la placidez que tiene la mirada de la Mona Lisa, y además, eludir el encanto de su sonrisa es una tarea irrealizable, Leonardo Da Vinci dejo un sentimiento admirable en ese cuadro, en el que el paisaje se diluye alrededor de la figura sobria de la Mujer. Las múltiples interpretaciones a las que puede ser sometido este cuadro parecen fundamentarse en las preguntas que genera ese rostro, nada más.
Manuel Machado, fue un poeta difícil de encasillar en un movimiento o tendencia, su obra siempre estuvo en un constante cambio, lo único recurrente en él podría ser el aire meditabundo de sus versos. En su vida se le hizo difícil desprenderse de la sombra venerable de su hermano Antonio, esto pudo haber ralentizado el alcance memorial de su obra, pero aun así, muchos de sus contemporáneos se detuvieron a detallar el carácter único de la obra de Manuel y hoy en día, ese poeta, ha sido reivindicado por el tiempo y su memoria.
Apolo es un poemario con rasgos únicos para su época, desde el primer soneto hasta el último, se siente la frescura y el encanto de una poesía distinta, guiada por la ecfrasis.
Bibliografía
Cenizo, J. (2003). “Alma”, Manuel Machado y el Modernismo. Cauce. Nº 26, p. 47-65
Díaz, J. y Dolores, M. (2014). Poesía y Pintura. La verdad en las relaciones entre artes. Escritura e Imagen. Vol. 10 (2014), p. 181-198.
Mendoza, A. (2008). Manuel Machado: Los efectos de la intertextualidad creativa. A propósito de “Apolo Teatro Pictórico” (1910) Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc8d0c2
Machado, M., (1911), Apolo Teatro Pictórico, Madrid, España, V. Prieto y Compañía, Editores Princesa.
Navarro, E. (1994). El “Museo” de Manuel Machado. Philologia hispalensis. Nº 9, p. 17-32
Pimentel, L. (2003). Ecfrasis y lecturas iconotextuales. Poligrafías. Nº 4, p. 205-218.
Noticia Biográfica
Leonardo Javier Rivas Lobo cursa el cuarto semestre de la carrera de Letras, mención lengua y lit. Hispanoamericana y venezolana, en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes (Mérida, Venezuela). Ha participado en el IV Encuentro de jóvenes creadores, además, ha sido parte de un grupo literario merideño, llamado “Tinta Negra”.