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Edición 51

Tres Poéticas: Jaime Gil de Biedma, Ángel González y Enrique Lihn



POÉTICA

 

(Jaime Gil de Biedma)

 

1

 

Escribir un poema es aspirar a la formulación de una relación significativa entre un hombre concreto y el mundo en que vive. En principio, la poesía me parece una tentativa, entre otras muchas, por hacer nuestra vida un poco más inteligible, un poco más humana.

 

Para mí, el poema empieza en una composición de lugar y acaba en una síntesis: la invención de esa relación significativa. Invención a la vez en el sentido etimológico de hallazgo o des- cubrimiento de algo ya existente —y que por tanto no se alumbra ex nihilo en mi cabeza— y en el de creación imaginativa.

 

Creo que con esto queda claro que mis versos no aspiran a ser la expresión incondicionada de una subjetividad, sino a expresar la relación en que ésta se encuentra respecto al mundo de la experiencia común. Es la interacción entre esos dos factores —experiencia común y subjetividad— lo que poéticamente me interesa: ambos deben quedar expresos en una relación particular que constituye el tema del poema.

 

2

 

Posiblemente alguien se diga que la actitud literaria expresada en los anteriores párrafos es más propia de un novelista que de un poeta. No lo sé. Lo que sí sé es que al poeta actual le plantea ciertos problemas “de taller” que al novelista, su contemporáneo, no se le suscitan, o por lo menos no se le suscitan tan agudamente.

 

El novelista, en efecto, dispone de una variedad de personajes, con ninguno de los cuales necesariamente le identificamos. Por el contrario, en la poesía moderna —hay excepciones, claro está: por ejemplo, los poemas en que nos habla un determinado personaje, o varios— es casi inevitable asumir que la primera persona del poema, la voz que habla, es el poeta mismo, y lo que esa voz pide al lector es, antes que nada, que comulgue con ella, que incondicionalmente —mientras dure la lectura del poema— la tome por suya.

 

Pues bien, es esa comunión —a la que instintivamente tiende el lector de poesía actual— lo que la poesía que a mí me interesa se esfuerza muchas veces por evitar. Para ello, el poeta debe situarse a una cierta distancia de su lector —de su interlocutor— ya una cierta distancia de sí mismo: exactamente a las mismas que cuando comunica socialmente, personalmente, con otros hombres. En pocas palabras finales: a menudo, la poesía que yo aspiro a hacer no es comunión, sino conversación, diálogo.

 

 

 

 

POESÍA Y COMPROMISO

 

(Ángel González)

 

La poesía, como obra del hombre y para el hombre, está sujeta a tantos cambios y mudanzas como el hombre mismo. La Historia de la poesía, la Historia de la literatura, no es más que un fragmento de la Historia, que siempre es del hombre. A veces se omite este hecho, o no se destaca lo suficiente, y se pretende analizar históricamente la poesía, presentándola como un desarrollo que obedece a leyes internas, propias, desarraigándola, en la medida de lo posible, de la actividad humana, o al menos de ciertos aspectos de la actividad humana: las condiciones sociales y económicas en las que esa actividad se manifiesta, la filosofía, etc.

 

Aceptando que la poesía aparece en el entramado de la Historia, y que la Historia es evolución, es fácil comprender que algunos poetas —entre los que me cuento— no se planteen el problema de la eternidad del poema, o se lo planteen invirtiendo los términos clásicos: si buscar el asentimiento de los siglos futuros es como tratar de hacer blanco con los ojos cerrados en un objeto en movimiento, es necesario apuntar al tiempo que se conoce, dirigirse al hombre con el que se limita, con el que se convive. Por esas razones considero legítima la poesía que ha dado en llamarse social, denominación seguramente poco feliz, pero que ha hecho fortuna y sirve unas veces para entendernos y otras para confundirnos. Me refiero a la poesía crítica, que es expresión de una actitud moral, de un compromiso respecto a las cosas más graves que suceden en la Historia que, de alguna manera, estamos protagonizando. A esa poesía se le oponen frecuentemente reparos en nombre de la libertad de la creación artística. Se confunde entonces al creador comprometido con el mediatizado, ya partir de esa confusión, generalmente deliberada, ya nada queda claro.

 

Pero yo me pregunto: si el artista ha de ser libre para todo, menos para comprometerse, ¿para qué le sirve la libertad? ¿No es ésa una libertad que cierra más caminos que los que abre, que inmoviliza y limita? Sinceramente, no concibo cómo puede haber alguien que se interese por esa libertad sin consecuencias. En rigor, el compromiso es un acto de libertad, un acto libre. Por otra parte, vivimos en un mundo demasiado comprometedor, entre realidades ante las cuales la indiferencia o el desconocimiento son difíciles, por no decir imposibles, incluso para los poetas más embebidos en la contemplación de la hermosura de la Naturaleza.

 

La temática de esta poesía comprometida suele ser también objeto de críticas, especialmente por parte de los cultivadores de una poesía más tradicional en su forma y en sus objetivos Muchos que, probablemente, no tienen nada que oponer a una oda escrita a la batalla de Lepanto, manifiestan una viva repugnancia ante un poema dedicado, pongo por caso, a la batalla librada entre los guerrilleros castristas y anticastristas el la bahía de Cochinos. Parece que todo lo vivo y palpitante debía quedar fuera del poema, en el que sólo pueden encontrar cabida problemas individuales y soluciones puramente estéticas Para los que así piensan, la poesía anida en el centro del corazón del hombre como un gusano dentro de una manzana, y nace y se desarrolla, sin contacto con el mundo exterior. Yo pienso, por el contrario, que el poema nace de todos los estímulos que vienen dados al poeta desde fuera, incluida, por supuesto, la tradición literaria, pero teniendo presentes siempre la ideas y las realidades de cualquier tipo que caracterizan al momento histórico en el que el poema se produce.

 

Al mismo tiempo, me parece que esta temática debe ser presentada no como un simple espectáculo que se ofrece a los ojos ultrasensibles del poeta, sino como un problema que tiene planteado el hombre que lo sustenta. Inevitablemente, el poema ha de ser necesario para quien lo escribe, si se quiere que después sea legítimo para quien lo lee.

 

No trato de defender una poesía por su temática, ni de reducir la temática a límites estrechos; trato de hacer exactamente lo contrario, frente a aquellos que se obstinan en eliminar de poema todo lo que no está previamente puesto (o en ocasiones gastado) por la tradición. Del mismo modo que lo que esperanza, alegra o emociona al hombre, también lo que le preocupa lo que le angustia o lo que le amenaza puede aparecer en los poemas que para él se escriben, e incluso es imprescindible que aparezca si no se quiere confinar la poesía en la tierra de nadie de la frivolidad.

 

Los que afirman que la Historia se repite, se limitan a manifestar un deseo, y si la Historia no se repite (salvo por azar), como yo creo, habrá que admitir que el arte tenga características diferentes en cada momento histórico. Escribiendo desde el centro de la Historia y de acuerdo con su marcha, el escritor se quedará, al menos, en la Historia.

 

Escribiendo desde la pretendida inmutabilidad de la naturaleza humana, el escritor se quedará probablemente en el olvido, como si no hubiera existido nunca, aunque su pre-historia inmediata, los residuos culturales que, entre materiales valiosos, arrastra la tradición como una carga muerta, le presten una apariencia de vida, válida sólo ante él o ante quienes se nutren de los mismos residuos.

 

Madrid, marzo de 1963

 

 

 

 

PORQUE ESCRIBÍ ESTOY VIVO

 

(Enrique Lihn)

 

Ahora que quizás, en un año de calma,

piense: la poesía me sirvió para esto:

no pude ser feliz, ello me fue negado,

pero escribí.

 

Escribí: fui la víctima

de la mendicidad y el orgullo mezclados

y ajusticié también a unos pocos lectores;

tendía la mano en puertas que nunca, nunca he visto;

una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

 

Pero escribí: tuve esa rara certeza,

la ilusión de tener el mundo entero entre las manos

—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco

con toda su crueldad innecesaria—.

Escribí, mi escritura fue como la maleza

de flores ácimas pero flores en fin,

el pan de cada día de las tierras eriazas:

una caparazón de espinas y raíces.

De la vida tomé todas estas palabras

como un niño oropel, guijarros junto al río;

las cosas de una magia, perfectamente inútiles

pero que siempre vuelven a renovar su encanto.

 

La especie de locura con que vuela un anciano

detrás de las palomas imitándolas

me fue dada en lugar de servir para algo.

Me condené escribiendo a que todos dudaran

de mi existencia real

(días de mi escritura, solar del extranjero).

Todos los que sirvieron y los que fueron servidos

digo que pasarán porque escribí

y hacerlo significa trabajar con la muerte

codo a codo, robarle unos cuantos secretos.

 

En su origen el río es una veta de agua

—allí, por un momento, siquiera, en esa altura—

luego, al final, un mar que nadie ve

de los que están broncéandose la vida.

Porque escribí fui un odio vergonzante,

pero el mar forma parte de mi escritura misma:

línea de la rompiente en que un verso se espuma

yo pude reiterar la poesía.

 

Estuve enfermo, sin lugar a dudas

y no sólo de insomnio,

también de ideas fijas que me hicieron leer

con obscena atención a unos cuantos psicólogos,

pero escribí y el crimen fue menor,

lo pagué verso a verso hasta escribirlo,

porque de la palabra que se ajusta al abismo

surge un poco de oscura inteligencia

y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

 

Porque escribí no estuve en casa del verdugo

ni me dejé llevar por el amor a Dios

ni acepté que los hombres fueran dioses

ni me hice desear como escribiente

ni la pobreza me pareció atroz

ni el poder una cosa deseable

ni me lavé ni me ensucié las manos

ni fueron vírgenes mis mejores amigas

ni tuve como amigo a un fariseo

ni a pesar de la cólera

quise desbaratar a mi enemigo.

 

Pero escribí y me muero por mi cuenta,

porque escribí porque escribí estoy vivo.


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