Edición 8
Selección de poemas de Adalber Salas
no quiero cruzar la próxima esquina
sé que ahí
a unos pasos
en una espera sin tiempo
me aguarda eso que es más mío
en lugares como éste
que no tocan las palabras
esa luz dura
esa nitidez imposible
que nos salva de lo turbio
y nos fulmina
De Extranjero (bid&co. editor, 2010; Común Presencia, 2012).
cada cosa ronda
la nítida ausencia de su pulpa
aquella primera música inhallable
no cumplida
el verso afásico
que traemos desde la infancia
como un espejo que poco a poco
se nos borra en arenas
y que nos obliga a repetir
su quietud implacable
la nada sustantiva
en torno a la cual gravitan
una por una mis palabras
De Extranjero (bid&co. editor, 2010; Común Presencia, 2012).
Escribir
mendigar
las piedras calcinantes
las sílabas
que secretamente
sostienen mis huesos
De Extranjero (bid&co. editor, 2010; Común Presencia, 2012).
VIII
Al recién nacido hay que darle
de inmediato
un nombre.
Al que ha salido
de la negra violencia del parto,
todavía húmedo
de no existir,
hay que nombrarlo,
para borrar de sus manos y
de su respiración
el susurro de otro océano,
para contener
el barro incierto
de su carne,
hay que conjurar
ese lugar del que ha venido,
la marea brutal
que lo ha abandonado
entre nosotros,
sobre esta tierra que
deberá caminar,
cuyo vientre espeso
está repleto de palabras
que nadie recuerda.
De Heredar la tierra (Común Presencia, 2013).
XI
Amasar un salmo bajo el sol
con aserrín y aliento y agujas,
un salmo que no quepa en los bolsillos,
que pese en la boca
con la rabia dulce del mediodía.
Un salmo con arritmia y sin dios,
que destile un líquido hondo, despierto,
que pueda beberse de un solo trago.
Un salmo que cante los dones difíciles,
los frutos que caen, rotundos como juicios,
en la mirada.
Una alabanza que prefiera
quedarse en la sed,
donde pueda ser para ti pulpa
inhóspita, sequía vertical,
cadencia de un fulgor que no cesa.
De Heredar la tierra (Común Presencia, 2013).
XIV
No el clamor,
sino el murmullo.
El aliento que se extravía
en el laberinto de las consonantes,
sin saber finalmente dónde
hallará de beber.
El garabato que dormita
en una esquina de la página,
hundido en el sueño de la materia rota,
en su santa ilegibilidad.
El musgo que intenta su oración
sobre los dientes cariados de la tierra.
La hierba desperdigada
repitiendo una misma sílaba irredenta.
Los pájaros que escriben
sobre el lomo del cielo
lo que escuchan de los árboles.
Los árboles que cuentan a los pájaros
el mensaje que escuchan de los muertos.
Y bajo todo esto, gratuito,
entregado, el barro lúcido de tu voz.
De Heredar la tierra (Común Presencia, 2013).
X
(Sonatesco y ripioso)
El presidente está triste,
¿qué tendrá el presidente?
¿Será que las transnacionales ya no lo quieren,
o lo quieren demasiado, con el ahínco mineral
de excavadoras, de taladros, de extractoras?
El presidente ha perdido la risa, ha perdido el color.
¿Está desconcertado porque los puntos
se escaparon de las íes? ¿Porque los períodos
son demasiado cortos? ¿Porque todo pasa
y todo queda, pero lo nuestro es pasar?
¡Pobre presidente preso de sus oros negros!
¿Algún ministro le habrá revelado por error
que una bandera no sirve para contradecir la lluvia, para
ahuyentar los perros del frío?
¿Por fin habrá descubierto que país es el nombre de una huida?
¿Será que le desafina el pulso, que tiene arritmia
el himno patrio?
¿Habrá subido de peso? Tal vez el uniforme militar
ya no le queda como antes.
¿La corbata le aprieta, la charretera le da calor?
¡Pobre presidente protoplásmico, preso de sus predios,
proclive a la procacidad, a la prodigiosa
perífrasis sin pudicia, a la prevaricación,
preguntándose si será pasteurizado,
postulado como prohombre prehumano!
Nadie sabe por qué está triste el presidente.
El gabinete está confundido, el ejército desbandado.
¿Será que no duerme por culpa de los disparos, del gas
lacrimógeno, de los gritos que hacen de paredes
en las cárceles?
¿Le quitan el sueño las sirenas
que cortan en pedazos la noche?
¿Le aterra el insomnio porque es como estar muerto,
porque los muertos tampoco saben cerrar los ojos?
(¿Duerme usted, señor presidente?)
De Salvoconducto (Pre-Textos, 2015).
XVII
(Ecopoesía)
Se trata de una poesía que se da como una necesidad
cotidiana, sin preparaciones, regodeos o perturbaciones
de la existencia […]como quien se dispone a ingerir
los alimentos o a defecar.
Adriano González León
La Bonanza es el nombre
del único vertedero legal de este país.
Pero hay unos ciento veinte más, dispersos por su
geografía como breves costras sobre un cuerpo quieto
y desabrido, pueblos sin mapa donde se cultiva cobre
y aluminio, donde se vive del silencio inútil
de las cosas. Uno empieza a comprender lo errados que
estaban algunos de nuestros escritores, odiseos de tasca
y noche patas arriba –no sabían realmente lo que pedían cuando
hablaban de una investigación de las basuras.
Aunque es verdad, nadie como ellos para entender
los estragos del calentamiento global en el hielo
de los whiskeys, los modestos glaciares de este trópico.
El vidrio puede tomar más de cuatro mil
años en descomponerse. Por fortuna,
la poesía no tarda tanto.
Es perfectamente biodegradable.
Uno puede botar cuantos poemas quiera
sin temor, con buena conciencia: no es necesario
reciclarlos. La poesía se pudre sin quejarse,
como una ballena triste y ebria, encallada
en alguna costa sin turistas.
Seguramente el texto va a dar
a uno de los vertederos (no todos los poetas
tienen la buena suerte de terminar sus días en la bonanza),
donde será recibido por esos ángeles
que frotan sus alas como moscas.
De Salvoconducto (Pre-Textos, 2015).
XXIV
(Cosplay)
Toque de diana, llaman a ese sonido que corta
la mañana en dos, hora de levantarse, hacer
la cama, sacudir de la cabeza los lagartos del sueño,
tomar una ducha, afeitarse y colgar
del cuerpo el uniforme nítido, innegable, dejar todos
los efectos personales en su sitio, caminar derecho,
formarse con los demás en el patio, marchar, ir al
comedor, engullir sin morder la mano que da el alimento
con esa rabia santa, la mano que da el plato lleno y la consigna,
la claridad aturdida de una vida en orden, reportarse, salir
a patrullar, dar vueltas por callejones y avenidas sin mucho
ánimo hasta que sea la hora del almuerzo, de conseguirse una
arepa o un puesto de empanadas, montar luego una alcabala en
alguna calle rentable, esperar a ver si cae un carajito sifrino
o un tipo con real, aguantar el calor pegostoso, el sol que
todos los días dice lo mismo, sin modular, esperar tomando
un jugo de patilla o guayaba, orinar detrás del puesto de vigilancia,
pagarle su cuota a los malandros de la zona para que permitan
operar en paz, qué bolas que uno ya ni ve un policía por
aquí, dejar irse a la chama que se puso a gritar
porque le metieron mano cuando la cachaban, agua que no has
de beber, escuchar los cuentos de siempre, a fulano lo mataron
porque debía unas lucas de las verdes y tú sabes que el
honor no es la divisa que vale para el control cambiario,
a mengano también lo quebraron, por pendejo, que lo
pusieron de escolta de la jeva del coronel y se la estaba
cogiendo, a zutano seguro lo ascienden de tanto mamar gí¼evo,
nojoda, y uno aquí montando alcabalas y haciendo rondas,
de esto no se saca una mierda, recoger todo, montarlo
en la camioneta, repartir las ganancias de la tarde, las migajas,
regresar al cuartel aguantando las miradas de desconfianza, acaso
no saben que estamos para proteger y servir, coño,
reportarse, formarse con los demás en el patio, ir al comedor,
engullir sin morder la mano que da el alimento con esa fe destartalada,
mano que da el plato lleno y el temblor, la llegada de la noche
como el revés de un cráneo, ir a las duchas, buscarse alguno
de esos reclutas flaquitos, con ojos de charco sucio, pegarle unos
buenos coñazos entre todos, pa’que se ahombre, doblarlo,
ponerlo de culo y darle duro hasta que salga el semen gris
de las iluminaciones, dejarlo ahí, arrugado, que el marico ese
no quiere pararse, volver a los dormitorios, planchar el uniforme,
limpiar las botas, dejar todos los efectos personales en su sitio, aguardar
hasta que apaguen las luces para hablar de ese golpe que se viene,
que se viene desde que se fundó este país, que se viene, el general
ya hizo la movida, tiene a los ministros en el bolsillo, dicen
que algunos diputados huyeron y ahora están de incógnito
por todo el Caribe, se viene, ya sabes, hasta los mariquitos
de la Armada están con nosotros, nadie va a venir a preguntar
quién coño mató al comendador, sólo hay que aguantarse y
esperar a que den la orden, el futuro es un animal sin ojos
que aprieta un misterio crudo, todavía húmedo, en la boca.
De Salvoconducto (Pre-Textos, 2015).
XXXII
(Ciudad perdida)
la ciudad que se acerca
nos fue negada.
Severo Sarduy
Llueve. En esta ciudad siempre llueve. El agua
cae con una intensidad que sólo pertenece
a las fábulas o los sueños. Cae seria, insistente, casi
sólida, una tela hecha por manos sin ojos, saliva
de una boca que nos cubre. Llueve sobre
cada moneda que circula por los mercados, por los
centros comerciales, en cada billete empapado de
sudor y bilis. Llueve en los tribunales, en los ministerios,
dentro de los archivos, entre las sentencias, las actas,
los artículos, las enmiendas. Llueve en todas las listas.
Llueve como si alguien intentara pedirnos algo, tal vez disculparse,
y la voz se le desmenuzara en gotas. En la calle, ángeles
desdentados resbalan mientras van de puerta en puerta
pidiendo limosna. Las tuberías no se calman, no paran
de contar, obsesionadas con el fluir del tiempo que
las atraviesa. En los cementerios, los muertos pasan
la eternidad que les dimos arreglando filtraciones,
reparando desagües. Las nubes no rezan por la salvación
de nada ni de nadie: han sido bautizadas por los lugares
comunes de la dicha. Llueve: un ademan torpe cubre los edificios,
les humedece la frente, les calla las ventanas. La memoria de
la ciudad es un charco que va creciendo poco a poco,
mojándonos las piernas, reblandeciendo nuestros huesos de papel.
Recuerdos, como peces de piel opaca, nadan por ahí,
contagiando de insomnio a quien los mire.
Nadie puede
decir a ciencia cierta cuándo la lluvia perdió a la ciudad.
Escarabajos ruedan torpemente por las aceras, zamuros vigilan
el tráfico en sus horas de ocio, cuando dejan de redactar
leyes y toman un descanso. Arañas tejen los andamios por los
que caminamos ahora. Los perros predican. Sobre las fachadas
de las casas, crecen breves escamas grises, anodinas. Llueve
sobre la historia de la ciudad, manoseada y dispersa, imposible
ya de reunir. Llueve sobre las cabezas de los santos
que escupen hacia arriba, que andan armados y haciendo
milagros de plomo y cerveza. Llueve bajo el techo del palacio de
gobierno; el musgo, verde como una caricia, crece sobre los bustos
de los próceres, en sus uñas, en sus párpados cansados de tanta
proclama. El repiqueteo se confunde con el ruido de los cabellos
que brotan de las autopistas, inmanejables como quebradas.
Llueve sin vacilación, sin que alguno de nosotros se pregunte
por qué perdimos tan fácilmente estas calles, a quién se
las entregamos. O cómo se llamará la ciudad, ahora que
la humedad ha desteñido su nombre, de qué será sinónimo,
cuándo se parecerá a la misericordia.
De Salvoconducto (Pre-Textos, 2015).
Noticia Biográfica
Adalber Salas Hernández. Caracas, 1987. Poeta, ensayista, traductor. Autor de los poemarios La arena, el vidrio (Editorial Equinoccio, 2008; Ediciones del Movimiento, 2015), Extranjero (bid&co. editor, 2010; Común Presencia, 2012), Suturas (bid&co. editor, 2011) y Heredar la tierra (Común Presencia, 2013). Asimismo, ha publicado el volumen Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana (bid&co. editor, 2013). Ganador del XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita por el volumen Salvoconducto (Valencia, Pre-Textos, 2015). También es coautor del libro Los días pasan y las formas regresan en torno a la obra del escultor Harry Abend. Han sido publicadas sus traducciones de El hombre atlántico, Agatha y Savannah Bay, libros de Marguerite Duras, Artaudlogía, selección de textos de Antonin Artaud, y Elogio de la creolidad de Bernabé, Chamoiseau y Confiant. Junto con Alejandro Sebastiani Verlezza curó la antología Poetas venezolanos contemporáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes. Actualmente se desempeí±a como Co-Director de bid&co. editor, como miembro permanente del consejo de redacción de la Revista POESIA de la Universidad de Carabobo.