Edición 12
Gabriel Chávez Casazola: poesía boliviana
De la velocidad de los fantasmas
En un prólogo leo que un poeta fue prematuramente muerto.
Pero, ¿acaso hay alguien que muere antes de tiempo?
Todos morimos en el momento exacto.
Lo que ocurre es que los muertos jóvenes dejan más cosas pendientes
y tardan mucho en desplazarse
–distraídos y perplejos– para cerrar sus círculos.
Sí, los muertos jóvenes viajan muy lentamente
para poder ajustar cuentas:
sé de una muchacha cuyo fantasma demoró largos veinte años
en recorrer a pie la ruta desde Buenos Aires hasta San Lorenzo,
en el norte,
atravesando pampas y cañaverales,
para poder decir adiós
con una vaharada de perfume a un hombre que fue suyo,
y sé también de un piloto, muerto en cierto accidente,
que demoró diez años en llegar a los sueños de su madre
para revelarle en cuál pico de los molestos Andes
se encontraba, congelado y envejecido,
cual la heroína de Horizontes Perdidos en el Tibet,
su exquisito cadáver treintañero.
Los muertos viejos no.
Los fantasmas de los que han muerto viejos llevan los pies livianos
ya casi alígeros de tan inmateriales
(recuerda A Christmas Carol)
y pueden cerrar cuentas –si aún las tienen– en una misma noche,
en esa misma noche en que los velan.
Los muertos niños
los muertos niños no se van del todo
se quedan atrapados e indefensos entre sus juguetes
sin percatarse de que han muerto,
de que algo ha cambiado radicalmente entre ellos y nosotros.
Por eso, cuando de noche en tu departamento se encienda algún juguete sin motivo
aparente o si, como en cierto palacete de San Isidro en Lima,
un niño se le aparece a una invitada
de voz bella, con toda naturalidad,
jugando tras del escritorio,
es que allí algún pequeño no ha cerrado su círculo
entre sí mismo y la dura razón de la existencia.
Los muertos no nacidos fluyen siempre en el torrente de la sangre de sus madres.
(De La mañana se llenará de jardineros, 2013)
1972
Fue el año en que Nixon visitó la China
que Marco Antonio Campos refutó a Neruda
–Las páginas no sirven. La poesía no cambia
sino la forma de una página–
que estrenaron Solaris (lo dije en otro poema) pero también Aguirre Cabaret Garganta profunda
El hombre de La Mancha Gritos y susurros El útimo tango –ah María Schneider en la tina y
Brando ubicuo, bilocal, al mismo tiempo en el ático parisino y en Villa Corleone, otro y el
mismo– mientras Zefirelli hacía volar a Chiara y Francesco en una nube de flores, Snoopy se
iba de casa junto a Woodstock y Chaplin volvía a Hollywood (ya Osvaldo Soriano lo contó
en una novela suya).
Murieron Chevalier, Alejandra y Kawabata, el primero bailando los otros dos
al filo del espejo
y se despidió de este mundo una princesa
Carolina Matilde de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, bautizada como Princesa Viktoria-
Irene Adelheid Auguste Alberta Feodora Karoline Mathilde de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg
de la que solo queda el nombre en Wikipedia.
También dijo arrivederci el profeta de la usura, que solía contemplarse en los ríos
en noches de plenilunio y enderezar aun las torres con sus cantos.
Una estela explosiva dejó el cohete fallido que propulsaba a la sonda Cosmos hacia Venus
y otra Harry S. Truman, con su cortejo de átomos y carne chamuscada.
Bobby Fischer, el díscolo, el irreductible, venció a Boris Spassky
llevándose el título a casa junto a unas cervezas,
en tanto el odio ensangrentaba los juegos olímpicos de Munich el penal de Trelew
un domingo en Irlanda del Norte el campus de la universidad de El Salvador
en cuanto un terremoto destruía Managua y en Roma
un tal Laszlo Toth atacaba la Pietà de Miguel Ángel con un martillo,
gritando que él era Jesucristo.
Era 1972 y en un país perdido entre montañas,
en una clínica metodista, por puro azar,
nacía yo, que debí haber nacido en otra ciudad y otro hospital;
y poco antes o después nacían otros niños y niñas con los ojos también maravillados,
de este y del otro lado del Ecuador, dedicados ahora, como yo, a este inútil,
maravillosamente inútil oficio de escritura.
Sí, de seguro fueron los efectos del cohete de la Cosmos
el poderoso cóctel de todas esas películas
algo de los últimos alientos de Pound y la Pizarnik,
y sobre todo la estela del poema de Marco Antonio Campos:
Las páginas no sirven. / La poesía no cambia / sino la forma de una página, la emoción, /
una meditación ya tan gastada. / Pero, en concreto, señores, nada cambia. / La poesía no
hace nada. / Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.
Eppur si muove, cuarenta años después
ya solo quedan en pie los poemas de Alejandra, los cantos de Ezra, algo de las novelas de
Kawabata, mucho de los versos de Neruda y casi todas esas cintas
indescriptibles
mientras el resto: Nixon Mao Neftalí Reyes Tarkovski Klaus Kinski Bob Fosse la deliciosa
Linda Lovelace el insoportable Ingmar Bergman la más deliciosa María Schneider el más
insoportable Marlon Brando el ya no se diga Charles Chaplin Osvaldo el Negro Soriano
Charles M. Shulz Maurice Chevalier Carolina Matilde de Schleswig- Holstein-Sonderburg-
Glücksburg el propio Ezra el programa espacial soviético la URSS Truman Bobby Fischer
y todos sus rivales las víctimas y los asesinos el loco del martillo
son ya carne de gusanos y de la desmemoria
como lo seremos los poetas del 72 y Zefirelli y Marco Antonio Campos algún día
pero no su refutación a Neruda que se refuta a sí misma
perdurando
inútil y maravillosa
como la poesía,
como la Loren
como La Pietá
triste, solitaria
y final.
(De La mañana se llenará de jardineros, 2013)
La canción de la sopa
En tiempos de mi abuelo las familias eran grandes
vivían en grandes casas —grandes o chicas, pero grandes,
inclusive diminutas, pero grandes.
Comían alrededor de grandes mesas
mesas fuertes, cubiertas o no de mantel largo
pero bien establecidas en el piso.
Con cucharas enormes comían la sopa
en los grandes mediodías. La sopa extraída con grandes cucharones
de unas enormes soperas.
Se reunían juntos después a oír la radio, a tomar café,
a fumarse un cigarrillo
sin grandes (ni pequeños) cargos de salud o de conciencia.
Mamá, bordando a veces y a veces tejiendo,
veía sucederse a los hijos y a los nietos
en un ininterrumpido y gran bordado.
Papá, la autoridad papá, llegaba todas las tardes a las 6
montado en un gran auto americano o en un gran caballo
o con un gran estilo
de caminar
para pasar la noche junto con los hijos y los nietos que el
tiempo no había interrumpido,
salvo aquél que enfermó, aquél que se fue
dejando un enigma y una sensación de vacío
—una enorme sensación de vacío—
flotando, con el humo de los cigarrillos,
sobre la sobremesa de la cena.
A veces, en esos momentos, papá, la autoridad papá,
dejaba de escuchar los sonidos de la radio y quería estar
solo consigo mismo, simplemente
no estar ahí, tal vez estar corriendo por alguna lejana
carretera con una rubia parecida a mamá cuando no era
mamá, montado en un gran auto americano o en un gran caballo o
con un gran estilo de caminar aún no vejado por el tiempo.
Mamá a su vez algunas sobremesas sentía un nudo
en la garganta, un nudo que después salía flotando de su
boca montado en un gran suspiro,
un enorme nudo que se enredaba en el vapor
de su taza de café, con unas
volutas que le robaban la mirada y la hacían desear
estar sola,
simplemente no estar ahí, escuchando los llantos
de las últimas hijas y los primeros nietos.
Así fueron los años, vinieron los cafés y los cigarrillos
y un día la gran casa se fue quedando sola, las enormes
soperas vacías, las cucharas mudas
de una enorme mudez que a hijas y nietos nos persiguió
a lo largo de miles de kilómetros de carretera, de cable de
teléfono, de grandes ondas que ya no se miden en kilómetros.
Incluso aquél que enfermó, el primero en partir
como cada quien que bebió de esa sopa fue alcanzado por la mudez,
que se metió en su pecho por la gran boca abierta
de un enorme bostezo.
Entonces
compró una breve sopa instantánea
y entre sus mínimas volutas
se permitió un pequeño llanto.
No podía tomar la sopa.
en su diminuto departamento no había una sola cuchara,
una sola mesa bien fundada, algo
que vagamente pudiera parecerse a la felicidad
y sus rutinas.
Entonces pensó en los tiempos de su abuelo o del mío
o del tuyo, cuando las familias eran grandes
vivían en grandes casas —grandes o chicas, pero grandes,
inclusive diminutas, pero grandes—
y veían sucederse a los hijos y a los nietos
en un ininterrumpido y gran bordado
con enormes hilos invisibles abrazándolos a todos en el aire.
(De El agua iluminada, 2010)
Los patios son para la lluvia
cuando ella cae despiertan sus baldosas,
abren los ojos del tiempo sus aljibes.
Y entonces los patios cantan.
Un canto hondo,
en un idioma arcano
que hemos olvidado pero que comprendemos
cuando cae la lluvia sobre los patios
y volvemos a ser niños que oyen llover.
Bajo la lluvia todas las cosas son renovadas en los patios
y cuando escampa el mundo huele a recién hecho, a sábado de Dios, a primavera.
El canto de los patios en la lluvia borra el dolor del universo y susurra el dolor del
universo
por las lluvias perdidas, por los patios perdidos, por los cantos perdidos,
por ti y por mi que bailamos
bajo la lluvia de Bizancio
arcanas danzas
con movimientos hondos e indescifrables
en los patios de la memoria.
Por ti y por mi que bailamos
que llovemos
que despertamos las estaciones mientras el patio canta
porque la lluvia es para los patios,
esos indescifrables.
(De El pie de Eurídice, 2014)
Elemental
Si yo fuera panteísta —me decías—
escogería venerar a los dioses domésticos,
los dioses del hogar, pequeños y sencillos,
que se esconden tras una planta del jardín,
en la corteza de un mueble de madera
o dentro de un jarrón de cerámica
que alguna vez una muchacha aborigen portó sobre su cabeza
-cómo ondeaba su cintura en equilibrio, su cabello negrísimo.
Los dioses diminutos y traviesos
de la lluvia en verano o del agua cayendo desde la regadera,
la diosa de la acequia en una vieja huerta
que aún frecuenta mi infancia,
las diosas del estanque o de la alberca
—siempre hay algo divino entre las aguas—,
el dios de la puerta, el dios de las almohadas, el dios de los jabones,
el dios de las ventanas,
la turbulenta deidad de la caldera que hierve,
el dios mayor del hogar, escondido (y revelado) en el fuego.
Si yo fuera panteísta, me decías, creería en todos esos dioses.
O en la porción secreta de Dios que hay en todos los elementos
—repuse.
Y mientras conversábamos, al caer de la tarde,
miraba yo con recelo y ternura, al mismo tiempo,
ensombrecidas pero aureoladas de luz nueva,
todas las cosas de la casa.
(De El pie de Eurídice, 2014)
De su estancia
De su estancia en vaya a saberse cuáles ciudades de la confusión
conservaba,
apenas a salvo de la humedad y el calor propio a esa hacienda
estacada en el centro del verano,
unas cuantas revistas que en el cuarto de baño daban cuenta
de un pasado mejor, de unos años
de bullente actividad intelectual,
de grupos activistas, de talleres de cuento, de seminarios
lacanianos,
de círculos de discusión de la Escuela de Frankfurt
y otros misterios reservados para los iniciados en
el buen sexo y los porros de aquella época y de aquellas ciudades de la
confusión
en las que esa mujer altiva y lúcida aprendió a preparar un par
de buenos platos
—por ejemplo, pollo al mole—
que hoy junto a las revistas son todo el patrimonio que perdura
de aquellos años dorados, esplendentes,
en que todos querían cambiar el mundo a fuerza
de bullente actividad intelectual y porros y Gramsci y hasta de Louis Althusser,
hasta que Louis Althusser estranguló a su mujer e ingresó al manicomio
y murió babeando su impotencia y su ira en un camino
lodoso, del color del mole del pollo al mole,
botando sangre como rojos un cuadro de Frida Kahlo,
ese lugar común ahora, por entonces aún un descubrimiento
en una de las tapas de aquellas revistas estacadas
en medio del baño de aquella hacienda,
estacada a su vez
en el centro de esa mujer altiva y lúcida, tan digna
en su derrota
como la golondrina de Wilde cuando decía
despreciar el verano.
(De El agua iluminada, 2010)
Albricias
A Lucía
Como un don o como la retribución de un don
cual una fruta presentada en un ritual simplísimo
la niña ha entrado en la casa, lo ha
visto todo con su escuchar,
todo lo ha oído con su ver y así
tan atenta al universo
que acababa de crear
el primer día
(en el principio era la tiniebla y el espíritu de Dios flotaba
dulcemente, en posición fetal, bajo la faz de las aguas)
hágase la luz
ha dicho
sin apelación a ningún significante
y nos hemos comenzado otra vez a existir
briznas de su costilla,
depuesta la flamígera,
la desnudez desnuda,
su greda fresca, el jardín
recién regado.
(De El agua iluminada, 2010)
De senectute
Y así, de un modo insensible, imperceptible, va uno envejeciendo,
no hay brusca ruptura de la vida, váse extinguiendo
con esa diuturnidad, ese quehacer cotidiano
Marco Tulio Cicerón, “De la vejez”
Como un coral joven, como
una dendrita que extendiera su primer
filo al mundo para asir el tejido,
como un güembé cuando se prende al árbol con uñas breves y raíces
todavía tiernas,
así en algún momento allanó este dolor
la casa del verano
y fue poco a poco instalándose en ella,
construyendo su sillón de hierro sobre el piso del living,
entornillando su plato de aluminio vacío
en la mesa en la que repicaban las cucharas,
hincando un tenedor de ponzoña en los guisos que aromaban la cocina,
acostando su cuerpo de calamar viscoso en nuestra cama,
haciendo un agujero en alguna
tubería del baño
—gota sobre gota que marcaba
las lentas e intermitentes fugas de la dicha.
Como un arrecife de coral, como un manglar de dendritas
las uñas y raíces de este dolor hicieron suya la casa del verano.
Ahora este silencio presagioso que inquieta la biblioteca
y recorre los estantes y la mesa de noche
acaso anuncia que el invasor muy pronto enmohecerá los libros
o desvanecerá sus letras,
entrepalabrándolas
con panfletos y facturas vencidas.
De ahí que sea una urgencia llenar páginas de signos
que más aprisa que la carcoma
que más aprisa que el tumor puedan acusar
recibo
de que existió el verano y existieron las cucharas y los guisos
y la cama de lino feliz y el agua en la regadera
y los libros en la mesa de noche
y este que escribe
y este que escribe.
(De El agua iluminada, 2010)
Vuelo nocturno / Arte poética 1
Esa luz que se apaga
no es un imperio
ni una luciérnaga.
Antoine lo sabía, lo supo volando sobre la Patagonia.
Esa luz que se apaga es una casa que cesa de hacer su ademán]
al resto del mundo,
una mansión
—una humilde mansión si cosa cabe: todas las casas del hombre
son una mansión, todas las mansiones del hombre una cabaña—
una mansión, decía Antoine, que se cierra sobre su amor. O sobre su tedio.
Una luz vacilante a la que
—frío al calor—
unos labriegos reunidos
se aferran
náufragos que balancean un fósforo
ante la inmensidad
desde una isla desierta.
(De El agua iluminada, 2010)
Vuelo nocturno / Arte poética 2
El eje del mundo se ha movido hoy diez centímetros
a la izquierda o a la derecha quién lo sabe
pero los poetas esta noche andan revueltos
y se descalzan
y entran al río
y se ponen
a atrapar
el resplandor
de las estrellas
a atraparlas
con las manos
en el agua.
(De La mañana se llenará de jardineros, 2013)
Una rendija
Y tomando barro de la acequia
el niño formó cinco pajarillos cuando nadie lo veía.
Se alisó entonces el cabello que le cubría la frente
tomó aire
sopló suavemente sobre ellos
y echaron a volar.
(De El agua iluminada, 2010)
Donde el poeta, investido como un personaje de Kozinski, conversa con su hija
Para Clara
Y si de pronto un rayo o un camión se abaten
sobre la palma erguida,
sobre su razón llena de pájaros
y mediodías
si la malaventura hiere su frente de luz
y la desguaza
y convierte en escombros su razón
y su alegría
que era también la nuestra
no te dejes llevar por la tristeza,
hija,
recuerda que detrás de los escombros
siempre quedan semillas
y que algún día,
pronto,
después del rayo y la malaventura
se abrirá la luz
cantarán los pájaros
y nuestra calle y todas las calles del mundo
donde alguna vez hubo palmeras abatidas
se llenarán de felices jardineros
que peinarán
los nuevos brotes
y regarán los mediodías.
Te lo prometo, hija:
la mañana se llenará de jardineros.
(De La mañana se llenará de jardineros, 2013)
Noticia Biográfica
Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972). Poeta y periodista boliviano, considerado “una de las voces imprescindibles de la poesía boliviana contemporáneaâ€. En su país publicó los libros de poesía Lugar Común (1999), Escalera de Mano (2003), y El agua iluminada (2010). Su obra La maí±ana se llenará de jardineros (2013) apareció primero en Ecuador y en 2014 una segunda edición en Bolivia. En el último aí±o, tres editoriales internacionales publicaron antologías de su obra poética, con los títulos Cámara de niebla (El Suri Porfiado, Buenos Aires, 2014), El pie de Eurídice (Gamar, Popayán, 2014) y La canción de la sopa (El íngel, Quito, 2014).
Parte de su poesía se halla traducida al italiano, portugués, inglés, griego, ruso y rumano. Poemas suyos se encuentran incluidos en antologías bolivianas e internacionales. Ha sido invitado a encuentros, festivales y lecturas de poesía en las tres Américas y Europa.
Imparte talleres y cursos de escritura creativa en poesía en Bolivia y también los ha ofrecido en Colombia, Ecuador y México. Es colaborador de revistas internacionales de literatura y columnista en suplementos literarios de su país, donde mantiene los espacios de poesía Mirabiliario y El Estante.
Tiene también libros publicados en otros géneros y editó una Historia de la cultura boliviana del siglo XX premiada como Libro Mejor Editado en su país en 2009. Entre otros premios, ha recibido la Medalla al Mérito Cultural del Estado boliviano. En 2013 fue finalista del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo.