Edición 14
Jenny Bernal
el jardinero recolecta con sus guantes viejos
las semillas
toma dulce la tierra infértil
y conjura la siembra entre lágrimas secas
nadie ve cómo él florece
junto a las plantas
que se niegan a nacer
***
¿Cuántos rostros en dirección a la ventana
le preguntan a la noche, en el transporte público?
¿Cuántos de ellos se cubren un poco para que no los vean?
¿Qué minuto extraviado los descubre?
¿Cuántos llorarán al tiempo en el mismo vehículo
en acordes misteriosos?
Qué dirán -los otros- que en su comparsa de miradas
fijan la suya en los que lloran,
y no ríen, ni murmuran, ni les toman de las manos al bajar,
-tal vez en ese acto haya cierta complicidad-
y ante un cuerpo que celebra su tristeza
no haya mucho que decir,
tal vez este
sea el grito más valiente entre los hombres de ciudad.
Autorretrato a la manera de Artaud
I
Soy la jaula
que esconde
un trozo de belleza.
Soy ese ser
al que temía en la infancia,
quien sacude su casa
a gritos
y expulsa a todos
al no soportar del mundo su bondad.
II
Como el grillo
que se perdió
en el más ambicioso horizonte,
habito las horas
escuchando en silencio
(mientras anochece)
su propio canto
de notas agudas.
Los árboles mecen sus sinfonías de tarde
y yo en mi pequeñez
no soy capaz de verlos,
quisiera estar arriba
en sus cúpulas
y no bajo sus hojas secas,
esperando
al invierno más fuerte
para salvarse con su misericordia
de noble verdugo.
III
Mi cuerpo
descansa en una cueva,
los murciélagos
riegan un poco de sus gotas de sangre
para que las flores de allí
crezcan.
IV
He llamado de mil formas
a este valle
de arbustos enfermos.
No intentes consolarme
Dios mío, qué solos se quedan los muertos.
Ante las nubes de ruido
acepto su fiesta,
el abrazo continuo de los hombres sin carga,
las multitudes y su contemplación al asombro,
los niños y su juego de recuerdos,
pero no acepto
las palabras repetidas en la estridencia del día,
las voces abismales de los libros merodeando heridas,
los entierros sepultados por el brindis del licor pasado,
la retórica de la lluvia,
la noche y su insoportable sinfonía de fantasmas.
Y entre lo que acepto y no acepto
nada grita
como tus centinelas de la luz
como tus manos atadas al destino
como tu cuerpo de árbol; sombra al implacable verano.
Nada más conduce a la locura
que la humareda triste
de esta gran puerta
imposible
de la que posees todas las llaves.
Apropósito del Ángel poderoso de Eleftheriou
Ese decir sin habla
abrazar sin prisa, apostar sin miedo
correr por caminos infinitos
sobre versos que nos libran del absoluto frío.
Esa posibilidad de descubrir el reflejo
sin tiempo para avergonzarnos de su verdad
y llorar en mitad del sueño.
Abismo, hallazgo, escalera, amanecer, verano, invierno
ventana, puerta, árbol.
Canto.
Ese privilegio
de devolverle al mundo su asesinada belleza.
XIV
Hemos hablado suficiente
del silencio
ahora
entre las ruinas
hablaremos del ruido.
El fuego de vocales extintas
será extraño ante la incandescencia
asechando los oídos.
Salgan a lucirse
conjuradores de la estridencia.
Vengan a brincar entre escombros
con sus palabras torpes.
Ruido es el pasado
ruidoso el eco febril del amor,
el recuerdo.
Ruido el pacto, la historia
la apuesta
los amigos, las personas
simple, banal, inútil ruido…
No indaguemos la mentira de su habla
es el ruido sólo eso,
se agota súbitamente
y vuelve el viejo tema a rescatarnos.
Por fortuna
aún estamos hechos de silencio.
La casa
Bienvenido a esta casa
su casa,
aquí se respira el frío hiel
de ese aliento ausente.
Bienvenido a esta casa
de enojos y lágrimas,
bien pueda siéntese donde sus pasos se agoten
donde su piel se seque,
la casa ha cambiado un poco
-usted perdone-
pero he evitado pintarla
para que las grietas del tiempo
le regalen un poco de ese matiz familiar.
Es la misma casa, no se asuste
esa misma, que construimos hace tiempo
esperando estar lo suficientemente solos
para habitar en ella.
Alquimia de un hombre
Un buen día le observas
despojándose de quien se cree es,
meditabundo en su mirada de miedo
con ese aliento apagado que produce el vacío
reviviendo cadáveres;
con un credo por camino
y las grietas de sus manos
desviándose entre llagas
que tímidamente bordean su corazón.
Va conservando su sombra
bebiendo sonrisas.
Amando,
porque no hay otra forma
de conducir la lava
hacia esas tierras errabundas
y evocar del aire
el soplo
que espanta la muerte.
Sobre los oficios
Incluso para ser mendigo hay que conocer bien el oficio
saber cuál es la esencia de su infortunio,
buscar de los callejones el mejor espacio para resguardarse del frío
reconocerse un ser vulnerable; vestir su fragilidad de trapos viejos
ver en la mirada del otro un espejo de sus miserias.
Incluso para amar hay que conocer bien el oficio
saber cuál es la esencia de su infortunio,
buscar de los callejones el mejor espacio para resguardarse del frío
reconocerse un ser vulnerable; vestir su fragilidad de trapos viejos
ver en la mirada del otro un espejo de sus miserias.
Incluso para olvidar, perdonar…
hay que conocer el oficio.
Noticia Biográfica
Jenny Bernal (Bogotá, 1987). Promotora de Lectura y escritora.