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Edición 14

Hugo Francisco Rivella, poesí­a argentina



Yo el toro

 

Entren en mí­.

Las cadenas del ojo han cercado mis huesos. Las ruinas de papel que me hacen invisible tapan con mi dolor la fuga de mi muerte.

¿En dónde está el espejo?

¿El sueño recurrente que me enfrenta a la espada?

No he aprendido a rezar a tus pies Macarena. Estuve condenado sin razón bajo la luna que gotea torpemente.

Por cada toro muerto hay una estrella. Fueguitos. Ruiseñores. La Ví­a Láctea se duerme en mi frente quebrada, y Cristo, que es un hombre con mirada de agua,

me moja, me penetra, me llueve en la cabeza,

me chorrea como un ángel por el lomo y me salva.

Pero

¿Quién salva al hombre?

¿Quién lo redime?

En la flor del cerezo, en los cedrales que cautivan mis cuernos, en la quietud silente del aljibe, en puntas de pie,

para no despertarme

una ronda de toros se desnuda.

 

                                                            de: Yo, el Toro, Alción editora, 2008, Córdoba, Argentina

 

 

 

 

Yo, el toro

 

Todos me miran cuando salgo al ruedo,

lustroso, ardiendo igual que un refucilo,

yo giro la cabeza y pongo en vilo

en los cuernos al hombre con su miedo.

 

Con mis patas traseras piso el suelo

que por última vez mis patas pisan,

y mis pezuñas a la luna trizan

para diseminarla por el cielo.

 

Soy  palabra que emigra del planeta

en busca del pintor, con su paleta

hecha de alondras y de flores secas

 

una mujer bañándose en la fuente,

un caracol, un pez entre la gente

que en la Plaza de Toros está ciega.

 

                                                            de: Yo, el Toro, Alción editora, 2008, Córdoba, Argentina

 

 

 

 

Ritual de la memoria

                                                             a las Madres y a las Abuelas de Mayo

 

Visitar a los muertos.

Indagar la memoria como quien busca olvidos

entre las flores de papel y la luz que el polvo destartala.

Allí­ está mi dolor.

Es una cala redonda y amarilla, una copa con viento de otros mares, azucenas de roca…

Y allí­ están mis muertos

sus ojos que no pesan en las cuencas vací­as

sus costillas de azúcar

que suben a la lluvia lo mismo que palomas de fuegos invisibles,

la cicatriz,

la herida del muerto acuchillado,

la puta que ha comido abismos que dan miedo,

el músico de alambre que sueña en la madera una canción de mimbre y lentejuelas,

el pobre con la panza repleta de gusanos,

el tren de los domingos con fantasmas que cantan

y el pie

que con mi sombra me llaman desde el suelo

 

                                                            de: Zona de otros Dí­as, Secretarí­a de Cultura, Salta, 2006, Argentina

 

 

 

 

Por la ventana madre que da al patio

 

Por la ventana, madre, que da al patio miro llegar los pájaros del agua,

se zambullen en mí­ con sus colores y sus picos de fantasmas confusos.

Vienen calandrias con el pecho blanco y chalchaleros con sus pechos rojos,

quetupí­es amarillos de antifaces negros que a las viudas del rí­o ocultan hechizadas.

Siento un dulce dolor que se derrama y el niño

que salpica de luz mi lejaní­a

me tira un animal sereno, majestuoso que lleva mi nombre y apellido.

 

Madre, estás en mí­ como hace mucho tiempo,

cuando los trenes eran caballos que cruzaban el pueblo

y pasaban muchachas renegridas   a carcajada limpia por mis ojos de trapo.

Por la ventana, madre, que da al patio salgo a danzar mis cicatrices

porque bajo la tipa vas desnuda

y en tus ojos la lluvia se alucina.             .

 

                                                            de: Zona de otros Dí­as, Secretarí­a de Cultura, Salta, 2006, Argentina

 

 

 

 

Soneto en cí­rculo

 

Estás como dormida, mas no es cierto

huele toda la casa a desamparo,

hay llagas en el pan y no hay reparo

para este corazón que está desierto.

 

Del nombre que me llaman no me acuerdo,

no pertenece al hombre que camina

indeciso y que casi ni se anima

a desclavar los ojos del recuerdo.

 

El patio es una hoja de cuaderno

que amarillento vuelve a mi memoria

como a la rama una hoja en el invierno

 

de un árbol viejo soy claro reflejo

mi destino no tiene escapatoria

la muerte me ha atrapado en un espejo.

 

                                                            de: Zona de otros Dí­as, Secretarí­a de Cultura, Salta, 2006, Argentina

 

 

 

 

Huellas en mí­

 

He dejado mis huellas en el crepúsculo, en la taza de té, en los sueños colgados del asombro, en las asimetrí­as del jorobado y en la lengua del mudo tajeando los silencios.

Todo tiene mis huellas.

 

Me sabí­an los planetas alineados con Venus y el equinoccio lento del verano, las noches sin piedad de los suburbios y el Extranjero de Giovanni Quessep. Las tertulias del tigre a orillas de La Habana y el puerto más helado al sur de Bahí­a Blanca.

Yo iba envejeciendo con el recuerdo intacto.

Un dí­a vino el miedo a morder mis palabras.

Las que antes habí­a leí­do de Whitman y Vallejo,

de Scheherazade en trance con el Rey a sus plantas

y la canción antigua del bronx con sus raperos.

 

Las huellas se volvieron de agua,

de vidrio hasta sangrarme.

 

                                                            de: Ojo Astillado, Alción editora, 2013, Córdoba, Argentina

 

 

 

 

Poema del imaginado

                                                            Qué tristeza la de Dios

                                                            de ser todo y ser ninguno,

                                                            ser pasado y ser memoria,

                                                            ser presente y ser futuro.

 

Quizás estuvo con  los ojos deshechos y pensó en la luz,

amasó un muñeco de barro

o… dibujó en la piedra una serpiente

y sopló el barro que lo desmemoriaba.

Lo cierto es que en el hombre,

vuelve a ser el soñado,

el que suelta los nombres del fuego en la tormenta

mientras

el mundo araña su corazón de agua.

 

Pudo ser eso Dios,

o ser lo que es pensado por el Hombre,

no lo que es el inicio, sino lo que resulta de ser trigo y espuma:

Pensamiento.

 

Si el Hombre es quien piensa a Dios

para vivir lo soñado,

el hombre ha de ser la vida

y dios el imaginado.

 

                                                            de: Ojo Astillado, Alción editora, 2013, Córdoba, Argentina

 

 

 

 

Caballo y brasa

                                                            a Jacobo Regen

 

El caballo es una brasa que tirita.

Un pilpinto que vuelve por su cuello

como un collar por el que se deshoja la ternura.

En la brasa se mira  como se mira el mundo

adentro de los dí­as,

se reaviva en la lluvia igual que la ceniza que se moja

y se aturde con su propio galope.

 

La brasa es la memoria del espejo.

La llama agazapada entre los ojos.

Una flor de pétalos ardidos.

 

El caballo enfila hacia la brasa

y la atraviesa

y es el último cometa de la tierra.

 

                                                            de: Caballos en la lluvia, La Carretera y otros poemas

 

                                                            Alción editora, 2001, Argentina

 

 

 

 

Los libros muerden el corazón del que los lee

 

Los libros muerden el corazón del que los lee.

Le meten en el cráneo clepsidras y luciérnagas, asesinos,

desiertos y mares trajinados,

piratas con barcos al asalto, trenes,

putas de terciopelo que beben a sorbos su destino.

Pasajeros sospechosos,

curas homosexuales y banqueros caí­nes, abogados corruptos,

niños que mueren sin haber recorrido el horizonte,

amores imposibles y de los otros.

La luna puntiaguda en  el tejado como un volcán en gajos estallando.

 

Los libros están vivos como el ojo.

Vigilan en el hombre sus arterias cansadas.

Les ponen en el sexo diamantes que se extinguen si la codicia sopla sobre sus corazones.

Los libros guardan sí­mbolos. Señales en la roca.

 

Hurgan la sangre del que está caí­do

y lo levantan.

 

                                                            de: Caballos en la lluvia, La Carretera y otros poemas

 

                                                            Alción editora, 2001, Argentina

 

 

 

 

No pudo con su piel ni con su muerte

 

colgado del cebil ahorcado muerto una flor sin naciente lo perfora y el grito del matón con su patota

era breve y fugaz mi cuerpo niño o equivocadamente niña en los andenes

no puedo con el otro me lastima la boca con su lengua de cuchillos

puto

me gritan y me duele el hueso los ojos que calcan los helechos

maricón culo roto

y me desangro por cada palabra que me asestan

manuel castro manuel lluvia en la lluvia el reflejo del mar en las luciérnagas

el pueblo es una lágrima enterrada en las casas que sangran en silencio.

 

                                                            de: Polvo de Tiza, Inédito

 

 

 

 

Puta

 

Puta.

 

Al alba,

cuando la noche pasa en sus harapos y ella lava su cuerpo con alumbre,

su propio cuerpo,

digo,

una luz almendrada le cabe en los ojos todaví­a,

como si la tormenta registrara la fisura del rayo,

la otra soledad del desahuciado.

 

Puta.

 

Su sexo de cristal se rompe a cada rato

y a cada rato vuelve a lamerla el olvido;

el desamor le cicatriza el asco;

la red del trapecista no la ataja en el salto, ni siquiera la cubre con sus huesos alados.

 

Al final del camino comienza otra distancia.

 

Puta.

 

Mujer de Cristos hueros.

Las puertas de la iglesia se deshojan de tristes,

el cura se persigna cuando cae de rodillas y en la estación XIV

murmura un Dios te salve,

diostesalve con trenes repletos de puñales y en los estribos niños

que no los salva nadie.

 

 

Mujer,

cuando mi sangre tiene abismos innombrables,

me acurruco en tu pecho para lavar mi rastro.

 

                                                            PUTAS, la cacerí­a el ángel, Alción editora, 2011, Argentina

 

 

 

 

Jesús era un suicida

 

Jesús era un suicida, decí­a Borges

¿Y el teólogo en tanto que decí­a?

Si tres personas son el uno y el uno son los tres

¿Cómo se explica la muerte de uno mismo?

Si he de saber entonces que lo vivido tendrá como consecuencia ser el muerto, si he nacido para el infortunio:

¿Qué parte de mí­ es Dios y qué parte lo humano?

Si he de aceptar la muerte pudiendo evitarla:

¿Cómo podré sostener tu llanto en los escombros?

Madre, entre nosotros te diré que soy un desdichado.

 

                                                            de: Piedra del Ángel, UNAEMex, México, 2011


Noticia Biográfica


Hugo Francisco Rivella, nació en Rosario de la Frontera, Salta, Argentina en 1948.  De una vasta obra poética y musical, ha merecido premios a nivel  nacional e internacional, tales como: el Primer Premio Poesí­a VIII Concurso Internacional de Poesí­a Jaime Gil de Biedma y Alba, Nava, Espaí±a, 2010 y el Primer  Premio Poesí­a  Certamen Internacional Gilberto Owen Estrada, México, 2011. Libros editados: Caballos en la Lluvia (Alción) 2001; Zona de Otros Dí­as (Cultura, Salta) 2006; Agua de Mis Manos (Córdoba) 1995; Yo, el Toro (Alción)2008; Centro de Tormentas (Salta)2010; PUTAS (la cacerí­a del ángel) Alción, 2011. Ojo astillado, Alción 2013, Córdoba, Piedra del íngel, UNAMex, México 2012, Espinas en los ojos, Ecuador 2014,  Antologí­a personal. Mexico, editorial Norte Sur 2014



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