Edición 16
Diez poemas de Tania Ganitsky
Dicen que la última
llama
se encenderá
en el océano.
En el estómago de la ballena
que hospeda los mitos olvidados,
en su canto,
que conjura el retorno de los dioses.
Pero yo he escondido
unas cerillas
para amparar las llamas
de la tierra.
La voz es un lugar
oscuro
tomado por animales feroces
en los que ya nadie cree.
Para hablar
hay que escapar
del fuego de sus pupilas
y del filo de su hambre.
Para poder decir
miedo o mío
hay que imaginarlos jugando.
Los caballos
no iban a vivir tanto tiempo.
Pero encontraron ofrendas en el sueño
de los muertos.
Allí pastan, beben agua y, a veces,
se acercan
a las manos cubiertas en panela
que se abren como flores dulces a su alrededor.
Doblan el cuello y reciben la ternura
que también debió extinguirse
hace tiempo.
Tigre de Bengala
Para Erik
Cuando sueña consigo mismo, toma la forma de un Tigre de Bengala y atraviesa la selva simulando el amor. A veces se persigue a sí mismo fuera del sueño y despierta asustado, a mi lado.
La noche se cerraba
en tu boca
y no había manera
de liberarla.
Nunca temí tanto
por ti, por el silencio –
en la punta
de tu lengua se apagaba
la última estrella.
Un haiku para Denise
Ella dibuja
al hermano colibrí:
color errante.
Él en el desierto (Segunda nota para el hombre que vi en un sueño)
Desde aquí te veo como todas esas cosas
que aparecen cuando escribo.
Como el tigre sin contorno que se fundió en la intensidad del sol poniente,
y como la serpiente que se desenrosca sueño afuera.
En tus manos resplandecen dos círculos dorados
cuando te limpias la arena que las cubre
y una de tus pupilas tiene la forma de la hormiga que trepaba tu pierna
y empujaste de prisa, asustado.
Me gusta que estés en el desierto porque no te recuerdo ni te invoco,
sólo te imagino.
En el desierto siempre alumbra la primera luz y acaece la primera noche,
su vastedad conviene en que allí pase cualquier cosa:
de noche caminas en puntas de pie para evitar el veneno de los insectos
y estás más alto que cuando te fuiste, como la estatua negra de Pushkin
o la de Peter Pan sobre las rocas.
Tu nariz está más pequeña y tus orejas largas e infladas, porque
has empezado a respirar como los peces: escuchando todo.
Te das la vuelta y descubro algo que quizá sea culpa mía:
tu espalda está marcada por los golpes del viento que castiga
a quien no le da la cara a lo real.
Te ha marcado con números cuya cifra no sé contar.
el pasado hubiera podido ser
cualquier cosa
un árbol que crece cada medio día
una madre que renace
una noche que no se abre y que no estalla
igual que un libro en que no se ha escrito nada
un desierto que descubre su tiempo en liras
and a god that sings us lullabies
pero el pasado, ese no fue el pasado
el pasado es un ángel
que cae de cabeza en el vacío
Un día no tendré escritura.
Sacaré la lengua como los colgados,
inútilmente.
Nunca dominé la gramática del fuego
y mi idioma
siempre se inclinó hacia las cenizas.
Para entonces habré domesticado
el silencio,
que me seguirá como un perro.
Nunca he tenido algo
que decir.
La poesía es el síntoma
de mi silencio.
Algunas imágenes errantes
como los tigres
los caballos
y las piedras
flotan en el aire.
Nada de esto pesa, pasa, aplaza.
Las metáforas
no concilian la distancia poética
de dos abismos.
El mar ha muerto.
El desierto ha muerto.
Lo sé porque una vez envenené
a un caracol con sal
y burbujeaba
igual que este vertedero
de palabras.
Noticia Biográfica
Tania Ganitsky (Bogotá, 1986). Profesional en Estudios Literarios con maestría en Filosofía y en Literatura. En el 2009 ganó el Concurso Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia con la selección de poemas El don del desierto. En el 2014 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Obra Inédita con su primer libro: Dos cuerpos menos (2015). Actualmente cursa un doctorado en Filosofía y Literatura en Inglaterra y adelanta una tesis sobre Emily Dickinson y Paul Celan.