Edición 34
Betsimar Sepúlveda
Todavía hay tiempo para decirle madre, buenas noches,
He vuelto con una bala en mi corazón.
Ahí está mi almohada, quiero tumbarme y descansar.
Si la guerra alguna vez llama a la puerta,
dile que estoy descansando.
Almohadad Zaqtan.
De seguro te han hablado de las mujeres que entraron a la tumba.
De rodillas hincadas en la tierra,
buscando el cuerpo del hijo, del amado, del hombre.
Con su llanto, abrieron profundos surcos en el sudario.
Las has visto…
Desandando entre la sombra desviada de las flores,
repitiéndose, desdoblándose
en las antífonas de un idioma indescifrable.
Han pasado tres días, tres siglos, de tres en tres
germinan los crisantemos en sus cabellos trenzados.
Sobre sus cabezas,
el vuelo bajo de los pájaros
que hicieron nido
en la boca de los huérfanos.
De seguro las has visto…
Magdalena y María, son custodias del réquiem al desencanto,
van por la tierra
buscando los cuerpos que no volverán al lecho.
Cargan con los sudarios,
lo besan, lo huelen, lo sienten,
así resguardan lo que la muerte no se pudo llevar.
Hoy de seguro las ves…
Van envueltas en el misterio doloroso,
pisando sobre los derrumbes humanos
“y después de este destierro, muéstranos a nuestro Jesús, el fruto bendito de nuestro vientre.”
Pero el fruto se pudre en el légamo desolado,
condenado por el señor de la guerra,
y el señor de la guerra, es un luto seminal
esparcido por los cuatro puntos
en cuyo centro
se ahoga el acto de contrición de dios
colgado en el garfio de la venganza.
Nádame espuma, emerjo en forma de sed
se disipa mi lengua en el hambre de la noche
y se arrastra
se retuerce la noche en la entraña de mil pájaros de aire.
Me extravío entre la carne y los sueños,
dios de sangre, vuelve tu rostro a mi jardín de serpientes.
De la nervadura abierta de la luz
cae un pájaro herido de cielo
Desciende como ruina del viento
trueno rojo en el fin de su vuelo
Lloro la belleza de su canto desperdigado por la tierra
Pero la tierra sabe que de pájaros y poetas
se amasa la hostia
en el hambre de Dios
Sobre mi lomo
la soledad es una serpiente que muerde su cola
Entumecida y alucinada
hiende flores y plumas en la carne del amor
Reconozco mi nombre en el eco obsceno
en la permanencia del olvido
Muero de miedo
y mi soledad
muere de mí.
Preguntario
¿Qué es la certeza?
Una mujer de manto negro
con perfumes de nardo
camino a ungir las sienes del amado
en el tercer día en que el alba
despunta sobre Jesuralén.
¿Qué es la lealtad?
Es la tierra abierta
mientras el ojo de Dios alumbra
a la parca de rodillas y hundiendo la semilla
que un día llamaron hombre.
¿Qué es la espera?
Un sudario que va y viene
entre los dedos de una mujer de pie
frente al mar de ítaca.
¿Qué es la pasión?
Seis codornices y una docena de rosas
retozando en los fogones de Tita.
¿Qué es la fe?
Es Li Po
embriagado y con su mejor vestido
en el fondo del lago
atento al poema que le dicta la luna.
Seguramente si la destrucción vuelve revestida de dulzura;
le entregaremos el candor de nuestras claridades impacientes,
la recibiremos con plácemes nocturnos,
le haremos sitio en la estrechez.
Rafael Cadenas.
Anoche volví a soñar con tierra,
mi madre suele decir que soñar con tierra no es buen augurio,
pero en estos tiempos, ya es una fortuna soñar.
Soñé que bajo la tierra, se entretejían las raíces
formaban redes acuosas en un ojo gigante,
en su pupila vi flotar los pechos redondos de Ofelia
y en sus ojos entre abiertos,
me repetí una y otra vez hasta hundirme.
No era el caso despertar, poner mi cuello bajo la hojilla del alba.
Comencé a ascender por la garganta encrispada de otro sueño,
entonces un anciano movió la caña sobre el barro,
“aprender es unirse a las cosas, sentir su intimidad” y fui haiku, lagartija y a su vez, pupila gris y dilatada del monje.
Si todo fuera este sueño, si la fecundidad del azar
te trajera en su golpe de dados,
entonces haríamos a dos manos un tratado de ornitología de los cuerpos y botánica de la razón.
Dicen que el tiempo de Dios es perfecto,
pero fueron los hombres, los que hicieron al Señor
a su imagen y semejanza.
Yo lo sé, yo los vi.
Yo los veo bombardear pueblos enteros
y celebran el thanksgiving
Y Dios bendice a América.
Se me antoja que la paz es un seudónimo de Lázaro llorando su solitario enigma.
Tú y yo, fuimos la asimetría de la distancia,
fuimos los proscritos que cultivaron las flores para Baudelaire
y también un beso y también el significado íntimo de una caricia.
Me hubiera gustado invitar una copa al Chino Valera,
hablarle de su hermoso acierto,
sueño que la felicidad es un viaje por barco y de mi cuerpo,
que tampoco fue dócil, ni amable ni sabio.
Pero tú también sabes de esto.
Tú que me amaste implacablemente, zurdamente, alcohólicamente.
Hoy somos fuegos insulares,
buscando extender un punto cardinal, una bandera de cuerpos invictos, una estación de gentiles alisios.
Te contaba que anoche volví a soñar con la tierra,
giraba un resplandor y pensé en Borges,
en realidad, en los ojos de Borges
que le bastaron tres centímetros del espejo cósmico
para ver el poniente en Querétaro, la osamenta de su mano,
a mí, tal vez a ti, de seguro a nosotros y al inconcebible universo.
Y te he hablado de un sueño y de revelaciones y de los pechos flotantes de Ofelia en la pupila acuosa de la tierra,
y de la apostasía del hombre por la paz y el amor y de Borges y el aleph.
Todo para distraerte del poema donde pude haber dicho que eres
relámpago lento, llama indivisible, semilla honda de yagrumo, puñado de espera, ardor que todo lo calla, humedad de estepa renacida, sierpe solar de nuestro mito, patria mía,
un cuerpo, un silencio, un hijo, un abrazo y el pan después de la guerra.
Suéñame, suéñanos como si encontrarnos en la mirada se tratara
de una profesión de fe.
Entre la cumbre del Everest
y la Fosa de las Marianas
hay un hombre haciendo caligrafía en el aire
“sin pecado original” se lee.
A partir de entonces, el hombre
pudo entender el lenguaje de los animales,
la teología de la poesía
y la metafísica de la mujer que desnuda
juega con la arena entre sus pies.
Postal para despedirme de Bogotá.
Estación calle 76
Se abren las puertas del vagón, en segundos engulle y trasboca todos los cuerpos.
Ha echado a andar, entonces puedo verlos encriptados en sus trajes oscuros, como si sobre ellos pesara el luto de mil viudas.
No es una tragedia, es un largo gusano negro que se ha comido el fin de sus historias.
Estación Héroes
El frío, ese ángel terrible se hace lento y pesa sobre la ciudad, devora sin prisas la expresión de sus rostros, la memoria de los cuerpos. Hay anchos abismos en las cuencas de sus ojos, tal vez por eso, no se buscan, no se hallan en el otro.
Caminan y yacen tan formales…tan lejos, van tan lejos de su propio centro.
Estación Flores
Se tocan, se evitan, se olvidan. Son una sola agonía, son el mismo eco profundo de esta ciudad que se repite en la lluvia, es necesario que llueva para lavarse de la muerte agazapada en las esquinas, para limpiar la mugre de los que crecen contrahechos en las grietas de sus calles.
Llueve, llueve y no hay consuelo, se lleva el agua la tierra, los sueños, los rostros de la ciudad.
Estación calle 22
Veo la pesada serpiente metálica arrastrándose lenta, lleva dentro hombres y mujeres de vuelta a sus casas, a sus camas, al matorral sombrío de las rutinas, a la belleza confortable de sus tedios.
Veo más, los veo a ellos, los otros.
Malabaristas, tragafuegos, equilibristas, recicladores, pordioseros, maní, tinto, flores, sexo, calendarios, desplazados.
Me convenzo que somos imperceptibles, que todos nos iremos de esta ciudad y ella no sabrá de nuestra ausencia. Ni el frío, ni la lluvia, ni la plaza ni el semáforo habrán guardado una breve imagen de nosotros. Después de todo, ¿qué hicimos para merecerla?
Pero ellos…los otros.
Su pan lo cotizó el parpadeo de un semáforo, encendieron el fuego y alimentaron los raquíticos perros, se desnudaron y dieron su sexo y su hambre, deambularon con sus fantasmas, cantaron a las esquinas, abrigaron con sus cuerpos los callejones y le entregaron los sueños a los demonios, cargaron la basura con solemnidad arzobispal, pero no juzgaron lo que sus ojos vieron, no visitaron templos ni honraron estatuas.
Oráculos obscenos, de sus bocas escuchamos siempre el mismo pregón, nada prometieron salvo el inventario de los puñales nocturnos.
Como los árboles, ellos se quedarán, permanecerán como las gargantas de sus muertos.
Son el milagro atroz que sostiene las noches de esta ciudad. Son la sangre brutal con la que se enciende el alba gris de esta ciudad.
En la desnuda redondez de mi hombro
comienza la franja de un nuevo lenguaje
un yo de minúsculas selvas,
la sustancia de un espléndido animal
fugado al centro de tu mano
sin Judas, ni Jesús sería dios
José Saramago
Un poema seco y doble por los vencidos, los caídos, los hermosos perdedores, sobre cuyas sienes nunca retoñará el laurel.
Por las camas que no conocieron el sueño del hombre
ni el sudor del amor en el cuerpo de su mujer.
Por el árbol que no dio otra flor, que la soga pendiendo de una garganta vencida.
Por el bolero que no tuvo nombre de mujer.
Por las flores de plástico que honran solemnes las cruces y los nichos de las viejas carreteras.
Por el hijo que no conoció su llanto ni el pecho de la madre.
Por el borracho, el vagabundo, la prostituta, el loco y los amantes que sucumbieron al arrepentimiento y la conversión…pérdida irreparable.
Por los evangelios de Judas y Magdalena que ardieron en las llamas santas de la infamia, pero sus palabras serán nuestras llagas encendidas.
Por John Lennon, Gonzalo Arango, Aquiles Nazoa, Jimmy Hendrix y sus poemas a medio terminar, porque cuando dios se embriaga, la muerte lleva prisa.
Por los caídos de Sodoma y Gomorra, en la noche en que los ángeles conspiraron contra la fiesta de los cuerpos.
Por las milongas sin parejas ni salón.
Por la silla vacía de dios en la mesa de los pobres.
Por el gol después del último pitazo.
Por el “pudo haber sido”, el “si yo hubiera”, las conjugaciones del verbo ser en presente patético.
Por Bonnie y Clye, y su última fuga con el botín del amor hacia la eternidad.
Por la parca, que esta mañana se perdió en el camino que la conducía a mi puerta.
Por el beso que no le di al amigo, antes de perderse en el camino de la parca.
Por las butacas de cine, desamparadas de besos y manos afanosas.
Por las piedras que dejaron de ser puentes para ser muros.
Por los pitones del toro, que no alcanzaron a izar la bandera roja y líquida sobre el hombre en la arena.
Por los desaparecidos, que por duelo tienen olvido y sobre sus huesos gobierna el impostor.
Por los últimos ojos que vieron morir a Cristo.
Por el adiós que se queda en las fronteras y los morros.
Por la bala que no detuvo al canalla.
Por Petra, Cartago, Babilonia, Machu Pichu, Chichén Itzá, Palenque, ciudades que los hombres levantaron para albergar el amor y salvarse de la soledad, hoy son victorias sobre el olvido.
Un poema seco y doble, por los vencidos, los caídos, los hermosos perdedores…por mí, que no tengo as de diamantes y doblo la apuesta en la posibilidad de sobremorir más allá de la terrible frontera, en la no sombra.
Como ellos, apuesto todo, pierdo todo en la privilegiada derrota ganada a pulso y aún me queda la vida…salud!
Vea también:
poemas de Charles Bukowski, publicados recientemente por la editorial Visor.
Noticia Biográfica
Betsimar Sepúlveda (Venezuela) es poeta, correctora y coordinadora de los programas de promoción de lectura y creación literaria, con énfasis en la reconstrucción de la memoria colectiva y el patrimonio inmaterial. Como poeta tiene en su haber tres libros publicados: Ruta al vientre azul (Venezuela 2004), Cadáver de Lirio (Venezuela 2006). Profesión de Fe (Colombia 2013). Parte de su obra conforma las antologías: Las chicas van al baile (Casa del Poeta Peruano, 2012) y Resistencia en la tierra Antología de poesía social y política de nuevos poetas de Espaí±a y América (Ocean Sur, 2014). Es invitada permanente a diversos festivales y conversatorios a nivel internacional. Como escritora e investigadora es invitada en calidad de jurado y conferencista sobre temas de cultura, literatura y patrimonio inmaterial.