Edición 35
Thomas Harris, poeta chileno
Aullidos
El sonido y la furia del lobo
(Ubi sunt)
Yo, Lobo, con Loba adosada a los huesos,
En el osario de la ciudad yerma, absorto, miro lo que queda
De ella, mi bestia amante de los pámpanos encostrados,
Y llueve sobre mi cuerpo perruno un chaparrón de recuerdos
De los tiempos en que copulábamos con la ferocidad
De las bestias, y el territorio demarcado temblaba
A cada embestida de mi falo en llamas contra sus grupas
De piel exudando la transpiración acre de la temporada
Del celo, después de aullarme sus ganas para que
Con mi legua feroz robara esa fetidez crepuscular.
¿Y qué queda de ti, Loba, ahora, esta noche envenenada?
Rasguño y lamo tu cadáver como una Utopía desgarrada.
Me froto contra tus restos, contra tus huesos y la sangre lacada.
¿Qué será de mis ojos, bermejos, como el Mar Rojo
Sin el hábito animal de tu presencia,
Y mis colmillos demandantes de tu grupa,
Que ahora muestro aguzados a la muerte que ríe en el bosque
Pero esculpiré algún día tu cuerpo de mi cuerpo,
Reharé un día que ya veo despuntar, con mi propia sangre
Y mis heridas, tu flexible abdomen y tus grupas míticas.
La misma luna me susurra que la resurrección de Loba ya adviene.
Por ahora paso la lengua por tus despojos y espero,
Aguardo a que mi saliva asesina te dé los primeros
Y ondulantes pálpitos de mi respiración en el bosque que solloza.
Lobo susurra el plan de la resurrección a Loba asesinada
Este es el plan, le digo a Loba asesinada:
Desquiciarte con mis aullidos
Hasta que el regreso de tu bestialidad domesticada
Por la muerte, que te dieron los Cazadores del Deseo, fatal dádiva,
Tenga que transitar por un laberinto de rituales olvidados
Ya para los dioses del nuevo orden post-medieval,
Y también me aúlles desde el Hades Lupus,
El deseo que te encerraron en un capullo de piel gris,
Fétida a tumba con un réquiem apócrifo:
Te arrojaré motas de mi pelambre, que te guiarán hacia mi
Nuevo palacio animal donde reina el Deseo,
Porque estoy escribiendo el poema del Deseo lupino,
Donde tú serás el más bestial cuerpo a leer,
Y tus gemidos, ritmos y rimas obscenos de tu gruta,
Y también morderé tus ojos y si me los devoro
Los guardaré como dos perlas negras, húngaras,
En mi esófago voraz, porque ya no voy de lobo a hombre
Ni de hombre a lobo.
Y nadie podrá perturbar mi bestialidad.
El momento de los lobos
El bosque umbrío solloza y traga
Para adentro la resina
De los árboles que tiemblan,
Convulsos no de viento sino de ira contenida.
Ira contenida por la muerte de Loba,
Ira acumulada por ira de la ira de Lobo,
Por su amante lupina, ahora de Nadie,
Porque Nadie podrá heredar la Nada,
Por su condición de bestia salvaje,
De hijo de la noche sin carena,
Nave peluda hirsuta que ha fondeado
Su proa de colmillos,
Con tantas muescas ya,
En la hondonada de su gruta clandestina.
Alabemos estas manifestaciones de la Naturaleza,
Lector extraño,
Porque son lo único que va quedando
De los espasmos de la crueldad,
De las formas del amor que no tiembla
En el límite del asesinato y los humores malsanos.
El bosque umbrío solloza y traga para adentro la resina
De la ira contenida,
La resina magenta de la ira,
La ira al pairo de Lobo,
La ira varada que va amamantando a los lobeznos recién paridos
Con la leche cortada de la muerta,
El bosque solloza y se convulsiona,
Y de esas convulsiones surge un lamento blanco,
Un lamento clandestino como amantes virtuales,
Recóndito del bosque umbrío que repite ensambles y letanías;
Que repite la palabra noche,
Que repite el verbo oscuro,
Que repite el adjetivo tinieblas,
Noche hasta más no poder de Noche.
Porque en la reiteración está la fuerza, hermano Lobo,
Acurrucado en tu gruta esperando,
Aguardando el embiste de la hora ciega,
Del instante justo, cuando Odiseo diga,
Como un eco retumbante desde el mar Egeo:
“Ha llegado el momento de la ira”.
La mecánica de la vendetta
Esta es la mecánica de la vendetta, Lobo:
La primera condición: una víctima propiciatoria,
Núbil, translúcida, con una cruz de plata inversa en su cuello.
Y el cuello, frágil, como de un pájaro cubierto de piel.
Un cuello que presienta que la mordida es dulce
Y que tu olor de bestia la arrastre hacia las lindes
Del territorio sacro, donde vegeta en una pintura
Ya abstracta, ese al que llaman Cristo, a la diestra
Del padre, comiéndose las uñas, nimbado de Vacío,
Temblando de impotencia ante los Grandes Inquisidores,
Impoluto, clavado en la Nada, ya sin cojones
Para darle por el culo a los ladrones adosados en el Templo
Como gigantescos moluscos deformes y babosos.
Pero ahora, en estos tiempos que se arrastran,
solo, no puedes, Lobo, mi prójimo,
Hazte una manada de licántropos fulgurantes
Nimbados de ayahuasca y coral índigo,
De una tripulación de lobos de mar sin barco,
Con tres albatros al cuello y siete condenas en el corazón,
Y una manada de perras amarillas que troten por las perdidas
Carreteras del deseo, que desplumen a los buitres
De la catedral en ruinas y corran contigo hasta el abismo.
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Noticia Biográfica
Thomas Harris nació en La Serena, Chile, en 1956. Estudió pedagogía en espaí±ol en la Universidad de Concepción, donde también cursó un magister en literaturas hispánicas. Ha publicado entre 11 libros de poesía, donde destacan Cipango (1992) y Perdiendo la Batalla del Ebr(i)o 2015, entre otros. También ha escrito libros de relatos entre los que destaca su libro Sueí±os sin párpados, que ha sido elogiado por la crítica local. Entre numerosos premios que ha recibido, cabe mencionar el premio Neruda (1996) y el Casa de las Américas de Cuba, (1997). Actualmente se desempeí±a como Jefe de Referencias críticas de la Biblioteca Nacional de Chile y como académico de la cátedra de Poesía del siglo XIX en la Universidad Finis Terrae de Santiago de Chile. Además, es secretario de redacción de la revista “Mapochoâ€, de la Biblioteca Nacional. Actualmente se desempeí±a, también, como poeta invitado en la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile.