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Edición 61

Dos poemas de Damián Salguero



Detener el poema significa detener la vida

 

Mira Damián, esto en realidad puede sonar encantador, pero es absurdo.

 

¡¡¡Cauca en llamas!!! He gritado como loco mientras llovía, todos pensaron que andaba con la voz quemada, con los días repletos de universos borrachos con guarapo, tenía miedo de volverme otro y cuando fuera otro volver a ser el que siempre fui, volver y olvidar los paisajes guámbianos, olvidar el macizo, olvidarlo todo. Este mundo es una carnicería de montañas.

 

¡¡¡Cauca en llamas!!! Y mi poema es sólo el resultado de un atardecer dejado a medias mientras me reclutaban en un camión del ejército y me enviaban a una esquina del valle de las papas donde no vería a mis amigos ebrios caer sobre las calles de diciembre. No sé si pueda funcionar la experiencia personal y la ficción dentro de un poema, verás esas son herramientas propias de la narrativa.

 

Mamá lloró mi ausencia, yo lloré la suya mientras el viento del macizo disipaba los recuerdos, los Nasa Yuwe solí­an caminar con maderos al hombro, los campesinos solí­an saludarme con miedo y respeto. Nunca pude detener mi marcha. Mi brigada, solí­a todas las tardes de ocio hacer cí­rculos y practicar boxeo, y lances de cuchillo recordando los viejos tiempos del barrio. Al llegar el cabo todos se quedan callados.

 

Mira, en serio, esta necesidad de experimentación es caduca, lo que está imperando en la estética nacional es ser moderado, si me entiendes, la poesí­a colombiana necesita la mesura del lenguaje, el poema corto, el bello refinamiento japonés, el legado de una poesí­a norteamericana que supo con el silencio crear la poesí­a. Estamos cansados de la estridencia.

 

Los paisajes de Valencia, Cauca eran infinitas flores incendiándolo todo, cuando me tocaba ir a prestar guardia entre los arboles soñaba con alguna mujer morena que tuviera tetas grandes y me dijera mi amor, que supiera alucinar, al llegar a la laguna de Cusi Yaco, soy un niño moreno, con los cachetes colorados, mirando el Cauca y el Huila y soñando una nación indí­gena fabricada con colores, luego el teniente me llama y me dice que me apure, que hay mucho por hacer.

 

Creo sin duda, que la poesía debe ser una manifestación metafísica del lenguaje, por ello que el poema tenga vocablos usados en las hablas coloquiales resta su valor estético. Me mandaron de Valencia a Piamonte. En el escuadrón anti-guerrilla al que pertenecía estaba conformado por chicos que soñaban con volver a casa, que no sabían distinguir el honor del hambre, que no entendían la diferencia entre fe o ganar dinero, aun así, cuando podíamos cantar en medio de la nada cantábamos, o bailábamos o gritábamos, o nos enloquecíamos imaginándonos serpientes escondidas bajos las piedras. Atravesamos un bosque entre dos montañas, la guerrilla empezó a disparar, me escondí bajo las piedras, entonces no valía la pena pensar en el hambre o el dinero, en la mujer que siempre buscaba, el deseo deja de ser una palabra y se vuelve un instinto, ¡Dios mío sálvanos! se escucha entre las estructuras de las piedras las risas de un Dios enfermo.

 

Me tengo que ir, pero así­, la poesí­a es, deja de ser, entonces me voy, me vuelvo aire metafí­sico (carros, la ciudad, la cafeterí­a, le digo, la poesí­a es vida, es la voz de todos los hombres y los dioses, se rí­e y dice la poesí­a es poesí­a nada más, es un lenguaje que afecta el lenguaje. Yo quedo pasmado).

 

Cuando cargaron los cadáveres de mis compañeras, me enviaron al Patí­a, ya no sentí­a nada, mi corazón era un tatuco explotando de tristeza, era la sombra de las ráfagas de metralla, el recuerdo infantil de un soldado triste bajo un sol de agosto, de las calles colombianas, de los parceros que lo único que esperaban de la vida era ser felices y a lo máximo que llegaron fue a soñar y tener fe, y hacer amigos en las colas de los hospitales. En el camión solí­a pensar, ojalá dios no me olvide y tienda su mano para rescatarme de este diluvio. Luego me quedé sin palabras cuando vi el Patí­a, Ardiendo.

 

                                         Nuestras madres han dibujado un desfile 

                                                     en los desiertos patianos, 

                                               esperando a que nazca de la tierra 

                                                            cristos de maí­z.

 

 

 

Poema tres. 

Cambio de topos, ahora, en Palmira escribo:

 

Soy un zorro geométrico nadando en un lago.

Llueve.

La liviandad de la vida, mi sonrisa vacua,

mis sueños todos raros encegueciendo el alba

cantando a todo pulmón un ritual antiguo y cristiano

mi cuerpo en la danza del sol

arde con todo la alegrí­a

geo-sintáctica de las cordilleras.

 

El ardor de cavar el hueso para enterrar la lengua,

el dolor de saber que tengo un corazón hospitalario

lleno de enfermos con dinamita en sus dientes

acostados sobre camillas gráficas,

todos los enfermos me cuentan

sobre el mar que conocieron,

y me ven,

desde dentro de mi corazón

siendo un zorro escarbando en la arena,

perdido entre los guamales,

amando los cafetales,

me ven solo,

con mi piel insolada,

con mi pelaje floral,

mirando el piso

y sembrando cada folí­culo en el suelo,

y digo cada planta es mi pelaje...

 

II

Los enfermos de mi corazón se embriagan

y yo me pongo todo risas

para que nadie sufra la muerte celular del pasado.

Reí­mos, todos, recordando la vida y pensando,

nunca amaremos dos veces de la misma manera.

 

Nada ha pasado, todo sigue vivo, y todos los enfermos rí­en.

Me gustarí­a adentrarme en mi corazón de zorro

y reí­r con esos enfermos que mañana no amanecerán.


Noticia Biográfica


Damián Salguero. 199x. Pereira.



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