Edición 37
Memoria lírica: Eduardo Castillo
Primera página
Libro triste y fugaz en el que tanto
sueño feliz mi corazón inhuma,
de cada verso tuyo se rezuma
una a manera de humedad de llanto.
Nada vales tal vez pero el encanto
de ser siempre sincero te perfuma
que antes de darle forma con la pluma
viví cada poema y cada canto.
Libro que de mis lágrimas naciste
habrás cumplido tu misión secreta
si logras consolar un alma triste.
¿Qué importa lo demás? la gloria es mito,
y el verso más hermoso del poeta
queda en el agua y en la arena escrito.
Sensación matinal
Ávido de la luz de la mañana
azul, abro con manos presurosas
la ventana que da sobre las rosas
y se me entra el jardín por la ventana.
Como para una esta, se engalana
el limonar de nieves aromosas,
y parecen sentir seres y cosas
que ya la primavera está cercana.
El mundo se me ofrece de improviso
con candor primordial de paraíso
y siento ante las aves y las ores.
Y el agua inquieta que la luz zafira
el júbilo de un párvulo que mira
un libro con estampas de colores.
Otro libro
Otro libro… otra copa en que he vertido
–noble licor en límpidos cristales–
el vino de mis viñas otoñales
todo en oro y en púrpura encendido.
Otro libro fugaz, entretejido
con hilos de mis bienes y mis males;
los consagro a los númenes fatales,
a las noches, al silencio y al olvido.
Libro sin vanidad, libro de octubre:
con pompas de arte tu dolor se cubre,
ni el llanto exhibes, ni con ira imprecas…
Rómpete el viento cual fragante pomo,
o que los cierzos te arrebatan como
arrastra el huracán las hojas secas.
Serenidad
He olvidado los bienes y los males
que los hombres me hicieron, y serena
como un atardecer, mi alma se llena
de densas placideces otoñales.
Hasta el recuerdo de tu amor, ya ido
es como esas fragancias indistintas
que guarda un esenciero envejecido,
o como un cuadro, ya descolorido
que desfallece en vagas medias tintas.
Tras el amor y su guerrero estrago
y el inútil rodar de los caminos,
en mi pequeño huerto, y al halago
del tibio atardecer, respiro el vago
olor de los rosales septembrinos.
En el azul se encienden las estrellas
y a la luz del crepúsculo, ya escasa,
miro ante mí, radiosamente bellas,
–mas sin tender las manos hacia ellas–
la gloria que huye y la mujer que pasa.
Oración a satán
Satán yo tuve un alma tan alba como el lino
o como el armiñado toisón de los pascuales
corderos, y las santas Virtudes Teologales
nevaron de azucenas de gracia mi camino.
Más exprimí tus uvas y me embriagué con vino
de tu lagar; fui príncipe de rojas saturnales
y cultivé la flora malsana de los males
en un envenenado jardín luciferino.
Hoy, solo en mi soberbia e indiferente al mundo
de flores y de danzas y músicas circundo
mis horas, con el ansia secreta de olvidar.
Más, oh Satán, oh príncipe rebelde; me quebranta
la pena que te atrajo la compasión de Santa
Teresa: la congoja de no poder amar.
Nocturno trágico
En la noche que cierra
se difunde un encanto
de quietud, sobre el llanto
y el dolor de la tierra
Sobre mí, en las regiones
del orbe estelar, veo
el débil parpadeo
de las constelaciones
Y ésos astros sin nombres
vasta clave no escrita
dicen de la infinita
orfandad de los hombres
Ni ante los golpes de Ella,
la pálida que trunca
dichas y vidas, nunca
palidece una estrella
Respuesta
A los que te dicen: –Poeta, la vida te veda
la entrada a sus claros jardines de gracias y encanto:
eres como pluma que flota en el viento,
como hoja que rueda
y de tus auroras de oro y zafiro ya nada te queda,
–No importa –responde– me queda
la magia del canto.
A los que te dicen: –La gloria te niega sus dones,
te niega sus ínclitos lauros; tu lírico manto
al cierzo cortante de invierno ya ota en girones,
y Amor te rehusa sus dulces, divinas fruiciones,
–No importa –responde– me queda
la magia del canto.
A los que te dicen: –Contigo se ensaña la suerte;
la noche invencible, la noche de duelo y espanto
sobre tu camino su sombra enigmática vierte,
y a ti, con pisar sigiloso se acerca la Muerte,
–No importa –responde– me queda
la magia del canto.
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Noticia Biográfica
Eduardo Castillo. Poeta colombiano, nacido en ZipaquiraÌ el 5 de febrero de 1889, hijo de Alejandro Castillo y Clementina GaÌlves. Fue el mayor de cinco hermanos, autodidacta, llegoÌ a dominar varios idiomas como el portugueÌs, franceÌs, ingleÌs e italiano y a traducir a grandes escritores claÌsicos. PertenecioÌ a los poetas liÌricos de la generacioÌn centenarista que lo tiene como uno de sus mayores representantes junto con Porfirio Barba Jacob y JoseÌ Eustasio Rivera. DejoÌ escritos textos sobre Edgar Allan Poe, JoseÌ AsuncioÌn Silva, Estefan Mallardi, Amado Nervo, Anatole France y RubeÌn DariÌo, entre otros. Tradujo a Oscar Wilde, Baudelaire, D’Annuncio y Verlaine. Fue secretario privado por 14 años del poeta Guillermo Valencia con quien lo uniÌan lazos familiares. Desde su maÌs temprana juventud llevoÌ una vida de bohemia.
Fue colaborador del Nuevo tiempo y de la revista Cromos por maÌs de 20 años. En compañiÌa de AÌngel MariÌa CeÌspedes publicoÌ su libro El Duelo LiÌrico en 1918. Fue nombrado acadeÌmico de la lengua por la Real Academia Española en 1930. Dentro de sus obras estaÌn: El AÌrbol que Canta, Los Siete Carrizos, Tinta Perdida y Cuentos IneÌditos. FallecioÌ en 1938 en BogotaÌ, a los 49 años viÌctima de la morfina.