Edición 39
Animales eléctricos: una muestra del taller de poesía Los Impresentables
Animales Eléctricos
Son los ejercicios, aún más que el enfoque y la selección de sus temas, los que dan identidad a un taller de creación, pues son sus ejercicios los que permiten aprehender y apropiarse los conceptos vistos de una manera única y particular. Si se trabajan bien, son los ejercicios el punto de partida para la creación de un texto literario.
Una noche, trabajando en el diseño de un ejercicio que le permitiera al grupo aplicar lo visto en la sesión dedicada a la imagen poética, me topé con el siguiente poema de Luis Vidales:
El teléfono
El teléfono es un pulpo que cae sobre la ciudad. Sus tentáculos se
enredan en las casas. Con las ventosas de los tentáculos se chupa las
voces de las gentes. De noche —se alimenta de ruidos.
Fue entonces cuando concebí un ejercicio al que llamé: El electrodomesticonimal fantástico. La idea es simple: siguiendo el modelo del poema de Vidales y anexando las características que Octavio Paz nos da de la imagen poética, la tarea es que los asistentes al taller trabajen en la realización de un texto poético en el cual se fundan un electrodoméstico y un animal (ambos términos entendidos de la manera más amplia posible). Los dos elementos son obtenidos al azar y anotados en un simple formato. Eso es todo y hemos tenido todo tipo de resultados.
Estos trece poemas presentados tienen en común haber nacido de este ejercicio, que ya resulta típico del Taller de Poesía Ciudad de Bogotá: Los Impresentables, y fueron compuestos por los asistentes a la versión 2016 de nuestro taller. Son poemas muy bien logrados que nos permiten visitar un singular parque natural creado por la poesía y ver con otros ojos un entorno tan conocido y cotidiano a todos nosotros como lo es nuestro hogar.
Rodolfo Ramírez Soto (Director de Taller)
Adriana Moreno
Animales Eléctricos
Mi cocina está llena de animales salvajes
Es un parque natural de potentes vatios
Mis animales eléctricos mueren salvajemente
Garantía tras garantía
Las bombillas hablan de un escape
Salir del parque
Visitar uno que otro
Poste-tótem
Pero algunos ateos no quieren salir
Discuten
El dios de la luz
los abandona en día de pago
Mis animales eléctricos mueren salvajemente
Ayer la sanduchera aguijoneó
al lavavajillas
por llamar la lluvia
con un grifo
Mis animales eléctricos mueren salvajemente
encuentran paz todas las noches
cuando corto la energía
Cristina Jáuregui
Horno en cautiverio
Un chimpancé es un microondas
con el tiempo contado
Pasa su vida trepado sobre la nevera
La mantiene llena de pelos
Lo conectan sin pensar en su voluntad
—Máquina hastiada—
Día tras día
Toma su energía de la misma fuente
Siempre bosteza a la misma hora
aguardando un bocado que transformar
En su interior vacío
El calor en su boca cerrada.
Juegan con el teclado luminoso
Instalado en su frente
Un minuto y medio
Para demostrar inteligencia
Docilidad programada
Carlos David Contreras C.
Dasypodidae cubica amputae
La nevera es un armadillo frío
amputado y cúbico
una coraza de láminas metálicas
un cubo asustado
Unas manos fugaces
abren su tórax
le introducen nuevas entrañas
para luego arrebatarle
las comidas del día
Es una máquina enferma
sin garras ni hocico
Su ventilador tose los latidos
y solo su cola de enchufe
lo conecta al mundo
Silencioso en el día
envejecido antes de tiempo
nunca tuvo pelo
no grita ni gime
En la noche hace más ruido
canta mal chilla
lo conocen ratones y cucarachas
pero no hablan su lengua de hielo
Santiago Erazo
Peces y tostadoras
Es notable el vacío
en el estómago del pan
frente al precipicio
de la vieja tostadora.
Pez de harina que le teme
al fondo acuoso del calor,
conoce el riesgo de quedar
—por exceso de ardoroso abismo—
teñido de noche.
Como en la barca del diluvio,
los panes viajan por la tostadora
de a dos en dos,
esperando resignados
encallar en un puerto oscuro
de dientes y mares de baba.
En su pecera de metal,
decantan hacia arriba.
Nicolás Forero
Un animal en la sala
Mi televisor es un oso perezoso
Sus hábitos no roen las horas
que pasa enteras en las ramas de la sala
Aunque suave caricia su marcha
todo el que pasa queda encantado con él:
lentos son sus movimientos
lentos los ojos que lo miran
Este oso de suspiros detenidos
que duerme y habla con la luz
parece no moverse con sus patas casi quietas
a él le crecen los sueños por nosotros
a él le crecen las uñas y las cejas
porta lentes va de compras sin moverse
y algún día cumplirá sus ilusiones
Nosotros en cambio
seguimos esperando abatidamente
observamos perezosos
sabemos que movernos
sería innecesario
Sin otra salida
tomamos asiento sin cerrar los ojos
y esperamos manos en frente
que algún día algo suceda
que de un manotazo limpio
nos saque de nuestras vidas
Daniel Bohórquez
Horno lechuza
De madrugada contempla la comida
sobre el plato del horno microondas.
Silencioso, obediente,
atrapado por el crepitar de su cena
contenida en el vientre
de la rapaz-nocturna.
Un hervor nace de su pecho
cuando la criatura lo observa.
Es un pequeño pájaro
temeroso del pico ganchudo
y de la eterna redondez
del disco de plumas que rodea los ojos.
La bestia de fuego ulula,
el cuerpo hambriento la perfora.
De sus entrañas el plato
y la noche que anima a las criaturas
acompaña al hombre solitario
mientras consume la cena.
Juan Felipe Jaramillo
Ballena de vapor
Sobre una corriente de arrugas
emprende el viaje por la manga
en busca de telas y costuras
más cálidas que la acojan.
Cinco rémoras
—contando el pulgar—
la acompañan.
Esquiva los botones flotantes
que se agolpan para verla pasar:
ella les regala un chorro de vapor.
A veces una canción que viene de arriba
confunde su canto, la desorienta
y encalla en una mesa de planchar.
Tamara Mathov
El reloj
El círculo viscoso se agranda,
y cuando se agranda agarra
otro estante en la biblioteca.
Ella engorda de segundos,
de moscas ciegas en su suelo.
Las espirales se ensanchan
camuflan libros entre sus huecos,
parecen más grises, más de otro tiempo.
Se pegan también recuerdos,
los mastica por partes
los vuelve puro agujero.
Alguien juega a rellenarlos,
pero se achican, deformados
no se extrañan, se escurrieron.
Si se la mira, parece muerta,
quietita sin comerse nada.
Sus espirales ya no crecen.
Si se la mira, se es más fuerte,
no se acerca por los lados,
no envuelve.
Pero quien se distrae
se sorprende aglutinado.
Lo cazan tres agujas
y se lo traga el centro,
un tiempo que no se entiende
en qué momento pasó tan rápido.
Lida Viviana Pineda
Max
Garras como cuchillas rasgan alfombras
trituran sus fibras
borran las lágrimas grabadas en la espuma
de viejos almohadones en retazos.
Corre
sus bigotes acarician los muros
barren las gotas desprendidas de su hocico
aderezando la sala.
¿Lo ves?
ojos perdidos en las esquinas
desgarra con sus colmillos
juega a ser vaso
va perdiéndose en su cóctel
hipnotizado por el brillo de sus colores.
¿Satisfecho?
ha quedado zumo en su mandíbula
el ronroneo en la sala duerme
Las filosas garras consumidas
acechan a su víctima en un rincón de la casa.
Ginna Urueña
General Electric
Mi nevera es un pez desteñido
con escamas magnéticas
branquias rotas
aletas roídas
y oxidados huesos
En sus ojos de vidrio
amarillo intermitente
se reflejan imágenes borrosas
y en su corazón mecánico
atrasado torpe triste
se acumulan recuerdos
Sin su ambición carroñera
rechaza la limosna vegetal
de las manos que hurgan sus entrañas
mientras se queja
en un charco de agua turbia
inmóvil herido
con la boca abierta
Michael David Durán
Plumas de hielo
Tus graznidos intermitentes me llaman
Como al metal liso y suave
acaricio tu plumaje de sombra
elegante y a prueba de escarcha
Anidaste en este espacio de mi vida
con tus torpes movimientos nocturnos
Dentro de ti la energía es hielo
Tuyo es el imperio del frío
Por un costado de tu pecho
Se abre la dimensión donde se congela el tiempo
fabricas glaciares en mi cocina
gélidos cristales que tu corazón impulsa
Eres ave que no vuela
Se estremece tu lomo en la madrugada
cuando tímidamente respondes
los coqueteos amorosos de la estufa
Ante su rugido de fuego tiemblan tus alas
y sobre cada fogón plumas de hielo se derriten
Stephen Bislik
Pseudosoneto a la Kafka
Sus patas las blancas espaldas pinchan
traduciendo emociones aplacadas.
Alma que en su interior es destripada
en alfanumérica tecla agoniza.
Una bomba no la exterminaría
ni suela de teni podría aplastarla,
respira en universos de palabras
con ululada antena nuclearia.
La encuentra Papá en el tocador
el sofá hasta debajo de la cama.
Dice no aguantar con voz de Baygón
que ella le da mal aspecto a la casa.
Mi máquina de escribir su mal de oído,
carroña: los tácata que tanto odia.
Jerson José Hernández
Las noches azules
Hoy no encontré la aspiradora debajo de mi cama
ni escuché el potente aspirar de viento y polvo
que llena sus pulmones extensos
De pronto y contra cualquier agüero
habrá desplegado sus alas metálicas
y volado con el cable enredado entre las nubes
hasta llegar a la Antártida
Para demostrar que las morsas
también hacen basura
Que las focas y los osos polares
esconden los esqueletos quebrados de los peces
debajo de los icebergs
Que pingüinos y narvales
nadan entre aceites rezumados
y el arcoíris triste de los combustibles
Pero yo quisiera creer
que mi aspiradora se escondió
—junto a otras—
en un gran boquete
Lejos Más allá de las canteras Más allá
Después de haber trepado
por la espalda de los montes
A esperar
Porque ¿quiénes sino ellas
van a limpiar lo que quede del mundo
cuando las bombas atómicas
se esparzan sobre la tierra
como un insecticida florecido?
Las aspiradoras observarán desde su refugio
el último fogonazo nuclear
como un flash fotográfico
y en sus memorias
permanecerá suspendido por un instante
el eco de los hombres
En silencio descenderán
y poblarán la tierra
Sobre sus caparazones industriales
llevarán muchísimos sacos
con millones de huevos
y poblarán la tierra
Con paciencia automatizada
limpiarán el suelo vastísimo
Sabrán vivir sin agua
sin corriente eléctrica
Omnívoras devorarán
los vestidos de flores
las pistolas de juguete
el sabor de las fresas
las noches azules
la profundidad de los estanques
y el invierno de los edificios vacíos
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