Edición 42
Poesía salvadoreña: Carlos Ernesto García
Yo no tengo casa
La mitad de lo que amaba ya no está conmigo.
Unos (casi todos) se han quedado.
Otros simplemente partieron.
Mi hermano urgentemente me escribe desde México:
“La casa se derrumba
hay que venderla”
y pienso:
¿es qué aún tenemos casa?
Mi padre se quedó sin comprarse aquella camisa
o aquel pantalón que tanto le gustaba
sin ir al cine los domingos
sin viajar al país con el que tanto soñó
y se conformó con visitar un parque
en donde mirarle el rostro al caballo
y al general que lo montaba en una estatua.
Todo por comprarnos una casa.
Una pequeña y modesta casa donde vivir
y a la que hoy solamente se le ocurre derrumbarse.
Por mí
que se derrumbe si quiere.
Si la mitad de lo que amaba ya no está conmigo
si los niños no se amelcochan frente a la ventana
y si a mi hermana se le quebró la sonrisa frente al espejo
aquella terrible noche de junio
antes de la tormenta y el canto del gallo
si el llanto metálico de un niño
no me provoca una tremenda ternura
que haga nacer una canción de amor entre mis manos
por mí
que se derrumbe;
y que vuelvan a construir un día si quieren
pero será sobre cenizas.
Mi voz
no vibrará más en sus paredes.
Tus cartas de amor Mariana
no llegarán con su olor a perfume hasta mis manos.
Al caer la Navidad
estaré siempre lejos
y solitarias habitaciones poblarán la casa
que según cuenta mi hermano en su carta:
«ya perdió sus primeros cristales».
Está bien
que se derrumbe si quiere
si es así
olvidarla será mi venganza
porque yo hace tiempo
mucho tiempo
que no tengo casa.
Patria
Mi patria es inabarcable y lejana.
En ella no hay banderas que ondeen.
Aquí el sentido de pertenencia
suena absurdo y vacío
como un tronco hueco.
En esta patria
hay un corazón que late con fuerza
desde donde me asomo a una ventana
que da al mar.
Mi patria es inabarcable y lejana.
Inmensa como el silencio.
Las montañas de Fengdu
En las montañas de Fengdu
me dispongo a cruzar
el puente colgante
reservado para los muertos.
Abajo se escucha
el relinchar del río Changjiang
que con sus aguas turbulentas
corre como un caballo furioso.
Una anciana
que sostiene entre sus manos
un cuenco de madera
me invita a tomar de un líquido
que me ayudará en el más allá
a olvidar el pasado.
Homenaje
El invierno en Budapest
tiene un gris añejo.
El Danubio como cuchillo
atraviesa el cuerpo de esta ciudad
que vio mil guerras.
Así lo atestigua
el monumento a los pescadores
que recibieron de Turquía sus flechas.
Desde ahí
la imaginación es capaz de cabalgar
sobre los siglos.
Si visitas Budapest en invierno
sentirás su sabor a luto.
Su sabor a sangre que tiene la tarde.
Primer beso
A una muchacha
cuyo nombre no recuerdo
Cuando te besé
(Fue en casa de una amiga tuya
que me gustaba)
era la primera vez que te besaban.
Sentí tu cuerpo temblar contra la tierra.
Nunca más volví a verte ni besarte
pero cuando te recuerdo
no sé por qué
aún siento tu cuerpo temblar contra la tierra.
A quemarropa el amor
Guardo como pequeñas piedras de mar
días de nieve
regiones habitadas por el miedo
incendios de miradas devastando las calles
reinos de abejas y de hormigas
silvestres floraciones de palabras
atardeceres bajo oscuras arboledas
lápidas polvorientas
sobre historias personales
mesas de café
desde donde controlábamos las piernas
de una mujer que no nos hizo ni caso.
Alojo recuerdos como piedras de mar
y ninguno termina de hacer daño
en la palma de la mano
donde los aprieto con indecente esperanza.
Son recuerdos
como los de un gato jugando en el jardín
con una bala entre las patas
¿o será alguien cargando su revólver?
De un gato que llora en el jardín
¿O será mi madre
que no está en casa desde ayer?
El recuerdo de un hombre que salta la verja
y yo no tengo tiempo
ni ganas para recibirlo.
Los impactos rompen la puerta
mientras irrazonablemente
la luna se aburre allá arriba
y saltando el muro
caigo en un estanque dorado
a salvo de la ballena que arrasa.
Ciudad de hierro
Ahora sé que eres vulnerable.
Que pueden tocar tu corazón
y derrumbarte.
Sé que no sólo es abatible
el verde en la montaña el árbol
en la sierra.
Sino también tú
ciudad de hierro
donde apenas sí germinan
las hojas de la hierba.
Hong Kong, China, 2008.
Silencioso París
El silencio se apaga
por un caminar que asoma
rompiendo la quietud
en los pasillos.
Podría ser cualquiera
de sus viejos clientes.
Por ejemplo: Robespierre
Victor Hugo o Voltaire
El Marqués de Sade o Baudelaire
Oliverio Girondo o Molière
pero me pregunto ¿y por qué no?
algún otro estudiante rebelde
del Louis-Le-Grand
caído en la guerra.
Si uno se asoma
por la rue Saint Jacques
su nombre seguramente
pueda encontrarlo inscrito
en la interminable lista
a la entrada del Liceo.
Pero esta noche
tras la pared de la estancia
que de prestado habito
sólo imagino a un Sartre
que entre el humo de su pipa
contempla de brazos cruzados
la cúpula del Panteón de París
acariciada tiernamente por la luna.
Vea también: Ediciones El Puente en la Habana de los años 60
Noticia Biográfica
Carlos Ernesto García (Santa Tecla, El Salvador, 1960). Poeta, escritor y corresponsal de prensa salvadoreí±o, es autor de los libros de poesía, Hasta la cólera se pudre (Barcelona, 1994) editado ese mismo aí±o en Nueva York, la versión bilingí¼e inglés/espaí±ol de Elizabeth Gamble Miller, bajo el título Even rage will rot; A quemarropa el amor (Barcelona, 1996); La maleta en el desván (Jaén, 2009); Poesía de la diáspora (El Salvador, 2009) y, de la antología personal, Uní« nuk kam shtí«pi (Albania, 2010). También es autor del libro en tono novelado, El Sueí±o del Dragón (Barcelona, 2003) y otro de reportaje, titulado Bajo la Sombra de Sandino (Barcelona, 2007).
Ha sido invitado, por diversas instituciones académicas y culturales de Europa, Asia, América Latina y Estados Unidos y su obra poética, ha sido traducida a varias lenguas, entre las que destacan el inglés, albanés, chino y francés. En la actualidad el joven director argentino, Laureano Clavero, realiza una película documental sobre la vida y obra de Carlos Ernesto, titulada El doble espejo. Desde finales de 1980 vive en Barcelona (Espaí±a).