Edición 44
Orietta Lozano, poeta colombiana
Orfandad
En la orfandad del silencio
no espero la respuesta,
hurgo, como el águila hurga el aire de su vuelo,
porque la palabra que retorna,
es el cristal donde la luz restalla,
déjame decir en el solar del árbol,
dos sílabas de pájaro temblando.
Acaso estás tan ausente en mis tendones,
tan herido de las yedras de mi pausa,
tan silencio en la espina dorsal de mis palabras,
tan ido de mi lado, tan éxodo por mí,
tan encallado en mí
como ramas temblando de granizo.
Y un día, después del ayer y antes del mañana,
nos podamos encontrar
para arribar por siempre en la azul orilla
de la aurora.
Por ahora, sueño la tortuga
que arrastra la casa hacia su piedra,
los lobos en cardumen,
los peces en jauría;
el cuerpo vuelto arcilla,
en la epidermis de la esfera.
Escribo
como se traza un mapa de membranas,
para que mi aurícula no se piense rota,
y mi hueso sacro no delire espera;
porque de migajas se hace el pan,
reclamando migajas, escribo
delante de nueve cartas que se juntan,
hacia atrás del tiempo en contravía,
a unas horas de regreso,
en las mañanas antiguas del futuro;
como la yedra que hoy se inicia
y empieza a recordarnos.
Huellas
Y el que era invisible a los ojos
también entró al círculo y dijo
que ninguno se lave las manos
que nadie arroje la primera piedra.
Somos la jauría en mitad del desierto
buscando para la sed el agua imposible
y para el hambre la carne desolada.
Aquí comienza y se cierra nuestra desesperación,
la que solemos mirar lánguidamente
en las arterias de los días.
Que alguien revele la palabra primera
cada cual clama su decreto
y el otro no escucha la réplica ni el eco.
Tengamos un ojo de más
pues es tan peligroso
estar demasiado atento a uno mismo
como demasiado atento al otro….
La herida se hace clarividente, advenediza
el peso es también la ligereza
y detrás de la máscara,
otra máscara más.
Nuestros pliegues se contraen
nuestras alas se aligeran
nuestras garras se adhieren a la nada
nuestros nervios, esplendidez y vacío
una nueva raza de astillas, de ruinas y de polvo,
el círculo apenas se forma
en la orilla umbría de los bosques.
Mutas, colmenas,
rastros de luz,
centelleo infinito del reflejo
que nos salva del derrumbe.
Silenciar la palabra
y su enferma confusión.
Condúceme hijo,
Guíame, padre,
aclárame la sombra
que se desflora en el vacío,
en el ojo que contempla el caos.
Verbo y barro, fuego y agua
han entrado en el vacío
que se configura
en la sigilosa huella que camina
por los siglos de los siglos.
Pensamiento
a Alejandra Pizarnik
Vengo del silencio,
mis ojos se secaron como el agua de hace siglos,
me lancé al vértigo de lo extraño y accesible
al final fantástico, al comienzo.
Senté a la muerte en mi silla paralela,
nos miramos y supimos que estábamos perdidas,
supimos de la cita misteriosa,
todo lugar era el exacto, cualquier hora la precisa.
Los hombres la miraban como una doncella condenada,
la contemplaban indecisos, la injuriaban,
y ella la de tantas muertes, se protegía el rostro
con mis manos,
ella siempre supo de mi sueño,
que la buscaba a lo largo de un pasillo,
en lo oscuro de una cueva,
en la geometría de las casas;
y con el miedo de una niña pálida
que acude a su primera cita, a su primera muerte,
se aposentó en mi regazo suavemente,
buscando para su juego
el final fantástico, el comienzo.
Melancolía
Líquida, alabé las palabras en mi fuente.
¡Aleluya!
Una niña con alas de hojalata,
trae palabras de hojalata
que crujen de amargura,
palabras desnudas con dedos azules,
palabras que perdonan.
Las da de alimento a los corderos,
las hunde en la carne del rebaño,
les entierra un alfiler en las arterias,
las vuelve alga, barro, mariposa,
tristes en sus manos,
suaves en sus huesos,
oscuras, en su antifaz de pájaro,
luminosas, brillan como espadas,
caen como lluvia,
se dejan ver entre la niebla,
se arrojan como ráfagas
desde un puente o una nube,
y ante el tridente ansioso, aúllan.
A veces en el filo del cuchillo,
se encuentra una palabra arrodillada.
Palabras gusano de perlas en la vía láctea
iluminando,
cantáridas titubeantes,
anidan como eco solitario en el abismo.
La niña toma en sus manos,
el agua huérfana, que pide ser ángel,
que pide ser lámpara, que pide ser llave.
Cada palabra abrió su ojo,
vertió su luz.
Vea también: Fabiola Acosta: poeta colombiana
Noticia Biográfica
Orietta Lozano (Cali, Colombia). Ha sido Directora de la Biblioteca Municipal en la ciudad de Cali. Tiene ocho libros de poesía publicados: Fuego Secreto, Memoria de los Espejos, El Vampiro Esperado, Antología Amorosa, El Solar de la Esfera, Peldaí±os de Agua y Resplandor del abismo; Albacea de la luz, una novela: “Luminar†y un ensayo sobre Alejandra Pizarnik. Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés.