Edición 46
Poemas de Josef Amón Mitrani
Poema inédito
Tomates
Yo
hubiera
sido
un
poeta
famoso,
pero
el amor
me pasó
de
verdad,
sin
metáfora,
áspero
como
la
vida real.
Y no
se puede
ser
un
poeta
famoso
siendo
uno
adicto a verla
comer tomates.
Todo
el tiempo
la veo en mi cabeza,
al lado
de su novio,
comiendo tomates.
Él la mira.
Yo la miro.
Se va mucho tiempo en eso.
De 28 poemas minimalistas (2017)
Metáfora fácil
La vida, en general, es como esos dibujitos
que uno veía cuando era un niño,
cuando uno, digo, era más niño que ahora:
ese dibujo animado de un cangrejo ermitaño
que se queda sin concha y encuentra una lata de cerveza
y la convierte en su hogar.
Y sale caminando el cangrejo ermitaño,
tan animal, tan hermoso, con una nueva concha
tan pesada, tan excesiva, tan no animal…
Esa metáfora es facilísima de entender,
no requiere de ejercicios mentales
ni de altos conocimientos de herramientas poéticas y retóricas.
Es un cliché, podría decirse, pero un cliché tan real,
tan cierto, que valdría la pena explicarle al lector
esta fácil metáfora y, así, hacerla más fácil,
más literal, menos poética, menos sublime.
Nosotros somos el cangrejo ermitaño, el animal desnudo,
libre.
Quisiéramos caminar por la playa
y vivir de las frutas
que caen, ya maduras, de los árboles.
Eso somos, eso quisiéramos ser.
Pero ya las frutas se han acabado,
ya todo le pertenece a alguien,
ya no hay dónde vivir ni dónde comer,
ya no somos libres, ya no somos la playa.
Conseguimos un trabajo para comprar las frutas,
nos vestimos de pantalón largo y camisa y zapatos
para poder ir al trabajo para poder pagar un hogar.
Y los astros nos miran desde lejos y piensan:
miren a ese hombre, tan animal, tan hermoso,
con una concha tan pesada, tan excesiva,
tan no animal.
Artistas
Para mi amigo Adam Goldstein,
un artista normal.
Hay artistas muy buenos,
exageradamente buenos,
y hay artistas muy malos,
exageradamente malos.
El resto de artistas son los normales:
ni demasiado buenos ni demasiado malos.
Tú, querido amigo que lee esta estrofa,
si en algún momento te ha dado por escribir
o por bailar o por pintar o por hacer teatro
o por tener una banda de rock
o por tocar el piano,
es bastante probable
que estés en el grupo de los normales:
ni eres exageradamente bueno
ni eres exageradamente malo.
Muy seguramente eres sólo alguien
que pinta
o que va por ahí, por el mundo,
tocando la trompeta que te regalaron
de cumpleaños y que no has dejado de tocar
desde el segundo en que la pusiste en tu boca.
En el primer grupo, el de los muy buenos,
hay muy pocos:
Shakespeare, por supuesto.
Beethoven, por supuesto. Fellini, Tarkovski…
Y en el segundo grupo, el de los muy malos,
hay también muy pocos:
el muchacho, por ejemplo,
que estudia literatura y que anda con su libreta
para arriba y para abajo
y te muestra su nuevo poema, publicado ya,
y ves que la primera estrofa dice algo como:
“Tú, Juliana, eres una flor/
que no tiene ningún color/
y yo soy solo un ardor/
yo soy sólo corazón…”
Y tú lo relees juiciosamente y le dices:
“Busque más su propia voz, mi hermano.
Bájele al azúcar, al caramelo,
bájele a esa rimita toda cacorra”.
Y él te mira como diciendo:
“¿y este quién es para venir a decirme
lo que yo tengo que hacer con mi arte?”.
Pero, normalmente, los artistas son artistas normales.
Sí, estamos de acuerdo con que hay matices
en esa normalidad, pero, a fin de cuentas,
normalidad es normalidad.
Cortázar era un escritor normal,
Christopher Nolan es un cineasta normal,
Cat Stevens es un músico bastante normal…
Lo bonito de esto
es que lo normal es muy bonito.
Es lo de todos.
Es lo del pueblo.
Es la clase media del artista.
Para ser exageradamente bueno,
como Pessoa, como Tolstói, como Vivaldi,
como Van Gogh,
hay que haber nacido así,
y para ser exageradamente malo
se requiere, también, de un talento extraordinario;
se requiere de aquel talento increíble
que tuvieron Mario Benedetti y Ricardo Arjona
para no sentir esa vergüenza tan terrible que nos causa
hacer las cosas tan mal.
En cambio (y lo bonito de todo),
para ser un artista normal hay que trabajar duro,
hay que luchar,
hay que autopublicarse un librito, o un álbum,
o una pintura,
y salir a los bares a vender lo de uno
y a decirle a la gente que sería lindo
que le echaran un vistazo a ese arte que es tan de uno.
Y con todo eso vienen, por supuesto,
las preguntas del artista normal:
“¿Por qué Vargas Llosa, siendo un artista tan normal,
tan exageradamente normal, se gana un Premio Nobel
de Literatura?, ¿…y por qué yo, siendo un artista tan normal,
no me gano ni un café con leche?”.
Y las respuestas van a tener que ver con la suerte,
con el mercadeo,
con los contactos que uno pueda tener,
con las circunstancias,
con el dinero que se tenga,
con las épocas, con el grupo de amigos, con todo eso…
Y el artista normal llega a su casa
y pone un disco de Beethoven
y sabe, lo sabe claramente, que hasta allá no se puede,
que llegar hasta Beethoven sería imposible,
pero de todas formas saca
su lapicero y su cuaderno
y prepara su nuevo proyecto
y sabe, en su corazón, que algún día
le va a llegar una carta que diga:
“He visto lo suyo. Me lo encontré
por casualidad en el café La Lupita,
me ha emocionado profundamente…
Gracias, de verdad, por hacer lo que hace,
no le haga caso a tanto pelafustán que hay por ahí”.
Y el artista normal escribe o pinta
o baila o taca la guitarra
y mira para el techo y prende un cigarrillo
y se va quedando dormido, tranquilo,
humanamente tranquilo,
humanamente normal…
De Lluvia de astronautas (2014)
Voladora
Hay veces en que dejo de leer el libro que estoy leyendo y me quedo ahí tirado y la memoria se pone a vagar un poco por esas callecitas donde la vida se hacía ligera o sea suave o sea voladora y me pongo a traer imágenes de whisky como armándome una peli en el alma y me acuerdo de cosas como que una vez estábamos haciendo el amor y yo estaba adentrísimo tuyo pero no me era sufiente lo adentro que estaba porque yo quería enterrarme más y más y más y que tú me dijeras que me entierre más y más y más y que yo te decía que cómo hacíamos para estar más pegados y tú me decías que lo que más te gustaba de mí era que yo sudaba muchísimo cuando hacía el amor y yo ahí tirado acordándome de esas cosas y me parece que había algo bello en eso porque yo nunca era cursi y hacer el amor contigo tampoco era cursi sino más bien agresivo y musical pero habían momentos como ese de “quiero estar más adentro” “lo que más me gusta de ti es que sudas mucho cuando haces el amor” en que ser cursi era una parte cheverona de todo lo que nos habíamos inventado y yo ahí adentro tuyo y me daban ganas de llorar de tantas lucecitas en el cráneo y me daban ganas de salir corriendo a comprar una botella de tequila para seguir haciendo el amor toda la noche y levantarse en la mañana y salir a caminar hablando de libros y de las nuevas pelis que habían llegado a Colombia y la mejor de todas era esa canadiense en la que hablaban un francés que tú podías entender sin leer los subtítulos y que la nominaron al oscar por la actuación de ese señor de Algeria pero eso sí lo mejor de todo era cuando nos cansábamos de hablar de cine y nos poníamos a hablar de un día en que tú eras chiquita (no tan chiquita) y estabas esperando el bus del colegio y estabas toda vestidita de blanco porque tenías clase de educación física y el vigilante del edificio te tiraba café sin culpa y a ti te tocaba subirte al bus toda llenita de café y te ponías a llorar y cuando llegabas al colegio llamabas a tu mamá para que te trajeran ropita nueva recién lavadita y yo sigo ahí y la memoria sigue vagando un poco por esas callecitas donde la vida se hacía ligera y me pongo a pensar en todo eso con el libro cerrado en mi panza y le doy un beso al libro como si fuera la biblia o un diario sagrado y me voy quedando dormido mientras me voy metiendo poco a poco en el mundo de los sueños que es un mundo tan raro pero tan lindo porque no tiene memoria ni esta nostalgia que tenemos todos cuando recordamos la vida cuando se hacía ligera o sea suave o sea voladora por eso me gusta tanto dormir porque acordarme de las cosas lindas del pasado es bonito sólo por las cosas lindas del pasado pero en la vida real no es tan bonito porque en el presente el mundo no es tan musical.
De Mamarracho de meditaciones imposibles (2012)
Un remolino de arena pasa con todas las respuestas sobre ver
un remolino de arena pasar.
Qué miedo estar solo,
pero qué tranquilo.
Vea también: poemas del gran Eduardo Carranza publicados por la colección “Un libro por centavosâ€.
Noticia Biográfica
Josef Amón Mitrani (Bogotá, 1987). Filósofo de la Universidad de los Andes (con una tesis sobre autores presocráticos). Magister en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana (grado Magna Cum Laude, medalla al mérito académico y una tesis laureada sobre el poeta cubano José Lezama Lima). Estudios en dramaturgia y guion para el cine en la escuela Black María. Escritor de los libros Mamarracho de Meditaciones imposibles (2012), Lluvia de astronautas (2014) y 28 poemas minimalistas (en proceso de publicación por la Editorial de la Universidad del Norte). Mantiene un blog de cuentos titulado Relatos y trabaja en la edición final de una novela titulada Cosas normales. Se ha despeí±ado como editor, columnista, investigador y maestro. Actualmente es profesor de tiempo completo del Departamento de Espaí±ol de la Universidad del Norte, donde enseí±a “Competencias comunicativasâ€, “Comunicación y escritura†y dirige el club de lectura “La ruta de las palabras†y “Te cuento†(el Taller de Escritura Creativa de la Universidad del Norte).