Edición 47
Siete poemas al jazz
Poemas tomados del libro La música callada la soledad sonora: antología de poemas al jazz
Gonzalo Rojas
(Chile 1917 – 2011)
Latín y jazz
Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.
Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y ífrica, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tánatos!
José María Fonollosa
(España, 1922 – 1991)
West 52nd Street
El jazz se está muriendo. Agonizante
aún da lecciones, mientras los siniestros
grupos de blancos buitres le rodean
y hunden su pico en la carne aún viva.
Los negros le abandonan. Tienen prisa
en llegar al despacho, profesiones,
cargos ejecutivos o al Senado.
Se sienten importantes en su empleo
pues pisan un terreno antes prohibido.
Y el jazz se está muriendo sin su ayuda.
Y los blancos aguardan el relevo.
Os quitarán el jazz. Y sin “swing”, preso
en el papel pautado, asomará
su esquelético cuerpo entre las rejas.
Le integrarán, como a vosotros, negros,
en su sólida cárcel de sonidos.
Habría que hacer algo. Debería
alguien romper el vidrio de la alarma
y alertar a la gente. La elección
entre el dolor de un pueblo y la obra de arte
excepcional, no ofrece duda alguna.
Se nos está muriendo el jazz, la música
despreciada y amada. Humana. Mágica.
El oscuro milagro de este siglo.
La gran creación del negro de Norteamérica.
Jorge Eduardo Eielson
(Perú, 1924 – Italia, 2006)
A un pájaro de nombre Charlie
A todos aquellos que, como yo;
aman el jazz y las estrellas.
Si alguna vez confundes
Tu corazón con tu sexo y tu sexo
Con un saxofón que llora
En una calle oscura
O si derramas amor a manos llenas
Sin que nadie lo reciba
Y asustado como un niño te despiertas
Y ya no hay caricia
Ni desayuno tibio
Ni vestido viejo ni vestido nuevo
Y ni una sola gota de materia
Que te recuerde el universo entero
Sino tan sólo
Un saxofón que no te da tregua
Un saxofón que no te da tregua
Es porque Charlie respira
¿Recuerdas cuando tocaba
Round about midnight o Perdido
Y toda Nueva York se arrodillaba
Como si hubiera visto a Dios
En traje oscuro y saxofón de fuego?
Y si descubres el rocío
En el Central Park o Washington Square
Después de haber tomado tanto
Porque ya no tienes lágrimas ni saliva
Para besar a nadie
Cuando quisieras besar a todos
Si olvidas todo huyes de todo pierdes todo
Pero conservas en quién sabe qué bolsillo
La perla atroz de la belleza y la locura
Si lo que llamas vida es solamente
El vino añejo de un instante
El minuto que desaparece cada día
Por el water-closet y regresa transformado
En un pájaro amarillo
Si el café negro y el whisky puro
Se parecen tanto al cabello rubio
De una muchacha que solloza amargamente
Entre tus brazos. Si tu álma frágil
Y tu cuello de basalto tu cigarrillo
Igual a un lucero siempre encendido
Tu pantalón y tu camisa
Siempre en la silla si todo eso
Y muchas otras cosas todavía
Te recuerdan la tristeza y el fulgor
De Harlem bajo la lluvia
Es solamente porque existe
Un saxofón que no te da tregua
Es porque Charlie respira
Porque en sus labios se enciende y se apaga
Una galaxia que no nos aniquila
Como un pensamiento o una cifra aciaga
¿Acaso la música no es la medida
La suma total de cuanto existe
Y nuestra propia vida sólo el sonido
De una orquesta que se afina noche y día?
¿Recuerdas las manos de Bud en el piano
Volando como pájaros vivos
Sobre cascadas de luz y cristales hirvientes?
¿Y la trompeta de Dizzy en la noche
Que todo lo volvía incandescente
Y hasta el Empire State se derretía
Como si fuera de oro puro?
¿Y cuando Max tocaba la batería?
¿Recuerdas sus manos armadas
De millares y millares de centellas
Que él lanzaba a tus oídos
A tu corazón y a tu ombligo?
(Todo era ritmo entonces
Tambor el cielo entero
Tambor la luna llena
Y todo lo que nos rodeaba
Tambores solamente
Porque de ritmo somos
Y hasta de ritmo
Aunque de falta de ritmo
Morimos. Con nosotros
Nace el ritmo
Que no es tiempo ni sentido
Ni tampoco alborozo
Sino más bien latido
Tambor de piel humana
Que se quema
Huesos que no son huesos
Sino vacío
Infinitas flautas
De oxígeno divino
Que tampoco es nada
Sino ritmo
Luz que rebota
De nota en nota
En nuestro oído
Disfrazada de sonido)
Y si alguna vez
Lejos de caos de nuestro origen
Del insondable gorila que se asoma
Tristemente en tu mirada
Lejos del tiempo y la rutina
De nuestro amor lleno de trapos
De miserables botones faldas y pantalones
Que se arrugan fácilmente
Si de tanto correr tras de la luna
Bajo cipreses que igualmente corren
Sin darte nunca la mano
No te queda sino el ritmo de las cosas
El resplandor de los objetos
Un tambor en la cabeza
Una botella entre los brazos
Si después de tanto goce y tanto llanto
Tanto inmóvil viaje hacia la nada
El rayo violeta de Saturno
Baña tu cuerpo y tus sábanas sucias
Y ya cercano al fin arrojas
La inútil perla al tacho de basura
O como un perro escondes
Tu viejo saxofón debajo de la cama
Si tus costillas tu cráneo tu sonrisa
Tu pasta de dientes con sabor a tierra
Te recuerdan que la vida
Es sólo harina pan para el gusano
Si la sublime rosa suelta
Sus últimos protones en lugar de su perfume
O el cubo de la luz se apaga para siempre
Si te parece que no sabes nada
Porque no puedes decir nada
Ni sobre el amor ni sobre el ritmo
Si en vez de la fórmula sagrada
De la imposible nota jamás escuchada
Encuentras sólo silencio oscuridad entropía
Las calles lluviosas de Harlem
Más lluviosas y frías aún
Si tu cuarto de hotel en penumbra
Se ilumina como un hotel cuando miras
Una vieja fotografía de tu madre joven
Extrañamente azul y sin calzado
Y suena y suena en tu pecho cansado
Un saxofón que no te da tregua
Un saxofón que no te da tregua
Si todo eso no es bastante todavía
No te olvides que Charlie es un pájaro herido
Y que su grito es tu propio grito
Cuando abrazas lleno de rabia
Una extraviada muchacha de cabellos rubios
Y te duelan más que nunca las estrellas
En tu pobre corazón de niño
Y en tu glande estremecido
Félix Grande
(España, 1937 – 2014)
Por los barrios del mundo viene sonando un lento saxofón
Mientras que William Faulkner
halla los agrios del lenguaje,
hoza en Yoknapatawpha
levantándola hirviéndola
cuida la construcción feroz
de una nueva novela y cuida
su innegable talento epilepsíaco;
mientras que William Faulkner
irrumpe en el conflicto negro
con un relincho ambiguo, ahíto
de tradición, desprecio al Norte,
discurso estéril e insensato orgullo,
los negros, muchos negros,
algunos negros, inflamados de
la horrible historia del Mississippi,
con la memoria chorreando
por el sudor del algodón
y varios siglos de negros abuelos
retumbando a sus pies bajo el tiempo y la tierra,
cantan, vense impelidos
a seguir componiendo
música entre paréntesis:
negro spirituals.
Mucho de lo que vimos
es vida entre paréntesis.
Blancos segando arroz en Tarragona
con el agua a los muslos,
las sanguijuelas de los arrozales
alimentándose de ellos.
Periódicos occidentales
informando de blancos muertos
en el frente, o de hambre,
o bajo un viejo caserón derruido.
Blancos en paro. Blancos en exilio.
Blancos dando betún
sobre sus cartucheras.
Blancos bebiendo el vino
de la derrota disfrazada.
Blancos buscando
la propia estimación en los burdeles.
Blancos meditativos, ingresando,
amargura sobre amargura,
en el cinismo, esa
sublimación para los faltos de recursos.
Del Sena al Plata,
del Támesis al Rin,
un rumor blanco busca desperdicios
y hurga en la realidad hostil
y en su razón, dispersa e inarmónica
de parietal a parietal.
Siglos también de abuelos blancos
entre jornadas de trabajo tensas,
fruta difícil, carne retorcida,
el barro insomne de las botas
de los soldados, el capote
de campaña, la emisora que menciona
el Mississippi blanco,
el blanco linchamiento con bala,
la actividad enfebrecida
del ginecólogo oficiando
sobre el mantel que el tirón de la guerra
arrojará en el suelo
quebrando su momentáneo contenido;
los tugurios en donde
blancos desconcertados
se pliegan y se venden, borrachos
de vino y blancura injuriada,
siglos también de abuelos blancos
con sus ingenuos hospitales,
su herencia pavorosa, sus bolsillos
llenos de migas o sus sienes
llameantes de lucidez o de torsión,
hacen pensar en una música
con paréntesis, con incisos,
con bárbaros interrogantes,
con desconcierto, con corcheas de ojos,
mordentes de sarcasmo,
calderones de confusión,
accelerados de vasto gruñido:
blanco spirituals.
(Tú lo sabes, James Baldwin:
no es sólo tu color.
Esa es la lenta trampa
que quisieran hacer reinar.
Tú lo sabes, James Baldwin:
te necesitan negro para odiarte,
para sobrevivir bajo su miedo
mediante el odio. Pero,
tú lo sabes, James Baldwin:
también te necesitan
desclasado, desocupado, disponible
para usarte los brazos
a bajo precio. *Extiendes
tu mirada en los barrios de Europa,
oteas los indios sudamericanos,
te achicharras sobre la India,
te sumes en las periferias
de las ciudades industriales
y ves hermanos de otras razas
discriminados, repudiados
en la otra piel del hombre: el sueldo,
en la otra piel del hombre: la cultura,
en la otra piel del hombre:
la libertad.
Tienes hermanos de otras razas,
todo sudor es familiar,
toda miseria lleva
escupitajos en la piel.)
De Charlie Parker a Edith Piaf
un diluvio de negro spirituals
y de blanco spirituals llueve
sobre la civilización;
llueve piaf; llueve parker, llueven
Manolo Caracol, Louis Armstrong empapa
Discépolo, John Coltrane, Billie Holliday.
Es un agua que se introduce
por las fisuras de los Parlamentos,
por las rendijas de los programas,
por los agujeros de la ONU,
empapada la estrategia, moja
a la inmortalidad y la encoge,
hincha las oscuras maderas
de los ataúdes y congela
todo el grandioso fuego de vivir.
Llueve toda la tarde, llueve
toda la noche: y tras la ventana
en que repiquetea la lluvia
ese diluvio es observado
por un blanco o un negro
mientras que suena un saxofón
y llueve.
Eugenio Montejo
(Venezuela 1938 – 2008)
Adiós al siglo XX
a Alvaro Mutis
Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías…
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.
Oscar Hahn
(Chile, 1938)
San Juan de la Cruz escucha a Miles Davis
I
San Juan en el calabozo (Toledo, 1577)
La trompeta flamea serpentea relampaguea
Su quejido metálico
se hunde y difunde exclama y reclama
un no sé qué que queda balbuciendo
Es el Arcángel San Gabriel dice el Santo
Es el Arcángel que me llama desde el futuro
Es el Arcángel cuya piel es más negra que la noche
y brilla como las heridas de mi alma
Es el sonido de la trompeta como un cauterio suave
II
Miles Davis en el calabozo (New York, 1959)
Los tornados me dan el viento que necesito
para tocar mi trompeta
Oh toque delicado que a vida eterna sabe
Y vi que por la ventana del calabozo
entraba un halo de luz y que en el aire
flotaba una Aparición fulgurante
(Son alucinaciones de la droga Dios mío)
Para ahuyentar al espectro tomé mi trompeta y toqué
Y mientras tocaba el rostro de la Aparición
tenía una expresión como de éxtasis y dijo:
“La música callada la soledad sonora”
Sentí que me crecían alas en la espalda
y empecé a levitar
Entonces apareció un graffiti en lo alto de la pared
que decía:
Qué bien sé yo la fuente que mana y corre
aunque es de noche
Y la sangre que manaba de mi cabeza
por los golpes que me dio el policía
iluminó la celda y dejó de correr
alrededor de la medianoche
Eduardo Langagne
(México, 1952)
Ejecuciones
(Esta vez para Pablo Reyes,
componiendo “Baile de máscaras”)
en los saxofones anida un ave rara
picotea las llaves del instrumento
provocando
melodías extrañamente dulces
rechaza la vieja embocadura
argumentando olores rancios
y la cambia por un trozo de bambú
en el que viene escrita
la partitura que ejecuta por las noches
y el ave rara comienza a enceguecerse
cuando descubre que los ciegos
inventaron la música
y repite la misma melodía
sólo que más lento
tanto como su vuelo posterior hacia el paraguas
donde el ave decide que no llueva
para dormir como un cadáver terco
mientras los saxofones salen a la calle
a encajarle a la ciudad en plena cara
una música vieja
que recuerda el olor de las tabernas
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