Edición 49
Doce poemas de Mery Yolanda Sánchez y una nota de Otro páramo
“Qué pensaste cuando al cerrar los ojos dejaste la carga de tu silencio en mil cuerpos.” Así nos abre su primer verso Mery Yolanda Sánchez con el poema “En qué pensaste”. Así nos muestra la manera elegante, distante pero certera, en que se acerca al dolor y al duelo, a esas grandes palabras que Colombia —a pesar del proceso de paz— apenas empieza a comprender. La muerte es un tema magnético en la poesía y más aún cuando se la ha vivido tan de cerca: es muy fácil encallar en la herida, es muy fácil acudir a la denuncia o al desgarramiento. Pero Mery Yolanda Sánchez evade estas dificultades; no la inquietan, pues su camino es otro.
Trabaja imágenes sugerentes que nos hablan de la muerte sin la necesidad de nombrarla con mayúsculas: “Sigue el ruido en la mitad de las cosas, busca en las bufandas de los desaparecidos”, “Es inevitable, el tiempo dolerá tres veces y el paso de la saliva una herida más.” Su presentación de los hechos no es literal: aún en sus poemas en prosa construye un discurso sinuoso, nos ofrece fragmentos de imágenes tras una bruma. Y nosotros, los lectores, tenemos que reconstruir esos fragmentos para darle sentido al poema así como los afectados por la violencia deben reconstruir a sus fantasmas.
Aparecen destellos muy precisos de objetos cotidianos donde anida el olvido: “el envoltorio un jabón que nadie se atreve a usar”, “perdió los zapatos entre el arroz / al querer huir con una semilla”, “Aprenderé con mis juguetes qué tan cerca está la vejez en la luz del espejo”. Cuando aparece la muerte es fácil quedarse con la sangre o la metáfora abstracta, pero Sánchez la aterriza y si bien nos trae fragmentos, son trozos de una realidad concreta: sospechamos ausencias y presencias reales que conocen el sufrimiento y han visto cómo este se decanta sobre las cosas del mundo.
La poesía de Mery Yolanda Sánchez es dura, por supuesto. Nos obliga a mirarnos y a desenterrar. Pero es un trabajo necesario —aún más en estos tiempos—, que nos permite exorcizar el dolor a través de la palabra limpia, alejada del lugar común y de la crónica. Es la poesía nombrando a la muerte con delicadeza. Aceptando, en todo caso, que eso es lo que nos hace humanos y, concretamente, colombianos, porque la muerte ha hecho parte de nuestra historia. Con Sánchez, entonces, vemos la historia desde la imagen y, en cierto modo, es a través de esta última que nos ayuda a apropiar la primera. Y entre la bruma, muy sutilmente, también nos ofrece hendijas de luz: “Los niños / aprenden el sexo / en las patas del grillo mudo”, “Puedo mostrarte / una luz fuerte / que cruza el mediodía de los muertos, / pero no puedo hablarte del último / vestido de las mariposas, / y de esta necesidad de verte”. Está el amor, que a pesar de todo, late entre nuestra afectada humanidad.
*La siguiente selección de poemas fue tomada del libro Un día maíz (2010) de la colección Un libro por centavos de la Universidad Externado de Colombia
Primera piel
Has vuelto a la individualidad de las cosas. Miras tu taza de café y ya no está el camino por donde pensabas correr. Sabes que no es necesario cambiar las manecillas del reloj, los ruidos tendrán el mismo sentido en cualquier lugar de hora exacta. Recordarás que no podrás dejar hilos sueltos ni calcetines por remendar, allá no encontrarás otras madres. No volverás a las teorías del duelo. Tratarás de recuperar la historia de tu primera piel, pero tu calendario tendrá errores antiguos, donde los pies escriben el miedo en la brújula de las multitudes. Reconocerás que son muchos los que andan sin sombra y al son de una larga duda porque no hay quién repita sus pasos ni devuelva las caricias.
En qué pensaste
Qué pensaste cuando al cerrar los ojos dejaste la carga de tu silencio en mil cuerpos. Cuando descargaste tus vísceras en el baño y te sentiste liviano y liberado de las quejas que eructa la tierra. En tu rostro quedaron señales, miradas pasadas y ajenas. Habrá crecido en ti la cicatriz que resalta la arruga pedazos del juego en la mitad del poniente. Ya ni siquiera eres un hombre común, ni sabrás nunca de los que se han ido después de ti. No imaginarás las cartas que mordemos detrás del muro, ni cómo aprendemos a separar consonantes y evitar adjetivos, porque en los labios de los muertos, la verdad es un error más.
Foto fija
Ayer la escena congelada
repetida y ampliada en esquinas de ciudad.
Hoy tienen instrumentos, cantan y bailan
un cara y sello en el asombro de los niños.
¿Quién detrás de esta familia
espera las monedas para permitirles
que cojan el paso hacia la vida?
¿Quién pone el precio a los pies de la mujer
que perdió los zapatos entre el arroz
al querer huir con una semilla
y ahora danza en calles sin tierra?
La visita
La mujer alista el jarrón para la sed de los pasos nuevos en su casa,
alguien ha entrado a cambiar la hora del café.
Desde la hamaca observa la fragilidad entre sábanas,
podría ser un cuerpo en la mitad de la calle,
un cuerpo sin nadie que lo recoja, un cuerpo sin las maneras de la risa.
Ella deja sobre el envoltorio un jabón que nadie se atreve a usar
y regresa a su cama con una ciudad de más
que le recuerda el tatuaje de su cuello
y el giro a la noche del otro lado del mar.
La loca
Quita almohadas y se sienta en la boca que la sueña
hace homenajes a las ruinas que duermen de pie.
No tiene perfil ni lugar para una sonrisa.
El otro día llegó de rojo
y entró a los besos del baile.
Está en casa y aprende
de los abrazos en su torso.
Duerme y se anuda en los calambres del ciclista
que hace malabares en mil rostros fríos.
La loca descansa en casa
para que los niños
puedan correr sin lluvia de barro en sus bocas vacías.
La inocencia del amanecer
Pedazos de zas debajo de las puertas, trampas en las alcantarillas donde se cuida una sonrisa. Un piano sin vida y una copa de vino servida, partituras del discurso de la mañana prometida. Una mujer vocifera en un patio con ortigas. Una moneda cae para saber quién primero a la horca. En las paredes el dibujo de una niña plena en su llanto. En las cortinas se parte en dos la noche de la espera.
Sigue el ruido en la mitad de las cosas, busca en las bufandas de los desaparecidos, tropieza con los vecinos de cera y olvida no tirar la puerta. Los habitantes del barrio se acostumbran a las presencias, se sabe de alguien que escucha en los asientos vacíos.
La frontera
Preguntan y no esperan las respuestas. Lloran en las calles, frente a las obras de arte lloran. Lloran de perfil ante las listas de los desaparecidos. Están aquí y allá. Después del horror pendulan un halo del abismo en diagonal a la razón. Ya no firman las crónicas ni registran sus pertenencias. Son de aire sus pasos y de salsa parece su vaivén.
De todas maneras ya no estás
Es inevitable, el tiempo dolerá tres veces y el paso de la saliva una herida más. Te arrastrarás por el peso de la culpa y el piso será el espejo de tus siete caídas. Te arrastrarás con tu sangre en el vaso de los asesinos hasta encontrar tu ojo derecho servido en tu puerta. Y en quince años ya no estarás en los recuerdos de los hijos de tus hijos.
Y más allá de toda memoria volverás a ser razón y olvido. Te señalarán el sitio exacto donde entrará el primer aviso, el que te tomará por sorpresa, el que no esperabas y vendrá de tu amigo gemelo, el que amaneció noches de vino y alegría en tu cama. Él te dará la nota inicial porque desde la primera luna supo dónde quedaba tu historia de niño.
Vacilarás en la puerta del palacio porque vendrán hacia ti las almas de tus hermanos.
Canción de cuna
Papá mezcla la tierra y dice que cubra mi pecho.
Lunas nuevas diseñarán la medida de la ropa,
el no me contará historias y tendré llenos mis bolsillos de dudas.
Aprenderé con mis juguetes qué tan cerca está la vejez en la luz del espejo.
Mi padre me enseña a cernir la arena,
a mostrarme el principio de una casa
y el camino donde los sueños se sientan a beber agua.
En la tarde, mi padre abre troncos de madera con un hacha
y recuerda las tantas veces en que
fue llevado hasta el río,
–tu madre me salvó– dice, mientras
su mano fría cae sobre mi cuerpo.
El regreso
Una extraña atmósfera le determina la vida. Un olor denso y pesado, nunca antes presentido, se cuela por el vestido y se esconde entre el ombligo.
Sí, sacaron al muerto, pero su olor se instaló en las axilas de la noche, en los pliegues del pañuelo en desuso; se mantuvo ocho días entre las subidas y bajadas de los inquilinos. Tal vez, Dios también utilizó el ascensor inhalando su propio sabor. Es la costumbre de dormir entre el incienso.
Canto de ciudades
Los niños
aprenden el sexo
en las patas del grillo mudo.
El obrero de asombros
hace la venia a la muñeca que cruza.
Lamentos en borrador
sobre el espejo de la plaza.
La carta
Puedo darte últimas noticias,
contarte cuántas curaciones
en la canción de la guerra.
Puedo mostrarte una luz fuerte
que cruza el mediodía de los muertos,
pero no puedo hablarte del último
vestido de las mariposas,
y de esta necesidad de verte.
Noticia Biográfica
Mery Yolanda Sánchez. Nació en el Guamo, Tolima en 1956. Ha publicado los libros de poesía La ciudad que me habita (1989), Ritual para las noches (1997) y Dios sobra, estorba. Sus poemas, cuentos, comentarios literarios y reseí±as de libros han aparecido en diferentes antologías y magazines del país, Venezuela, Brasil y México. Obtuvo mención de honor en el concurso El cuentista Inédito del Centro de Estudios Alejo Carpentier en 1987 y en 1994. Fue beneficiada con la Beca Nacional 1998 del Ministerio de Cultura por su proyecto Poesía en Escena (propuesta escénica para la presentación de lecturas de poesía que se realiza en Bogotá desde 1993). Ha orientado talleres de poesía para nií±os, jóvenes, población de internos en centros carcelarios y habitantes de la calle. Diseí±ó y ejecutó para el Comité de Derechos Humanos de la Personería de Bogotá el proyecto Puente Experimento Piloto (el teatro, la danza y la literatura como liberadores de la violencia intrafamiliar). Dirige la Asociación Libre para las Artes –Alartes–, entidad de gestión artística y cultural que realiza producción técnica y logística de eventos masivos y de sala.