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Edición 61

El amor se parece mucho a la tortura



La siguiente selección de poemas fue tomada de El amor se parece mucho a la tortura, uno de los más recientes libros de la colección Un libro por centavos, iniciativa de la Decanatura Cultural de la Universidad Externado de Colombia

 

                                                                                       De Las flores del mal

 

                                                                                       *Traducción de Andrés Holguí­n (Colcultura, 1976)

 

El albatros

 

Se divierten a veces los rudos marineros

cazando los albatros, grandes aves del mar,

que siguen a las naves —errantes compañeros—

sobre el amargo abismo volando sin cesar.

 

Torpes y avergonzados, tendidos en el puente,

los reyes, antes libres, de la azul extensión

sus grandes alas blancas arrastran tristemente

como dos remos rotos sobre la embarcación.

 

Aquel viajero alado, ¡cuán triste y vacilante!

Él antes tan hermoso, ¡cuán grotesco y vulgar!

Uno el pico le quema con su pipa humeante;

otro imita, arrastrándose, su manera de andar.

 

Se asemeja el Poeta a este rey de la altura

que reta al arco y vence las tormentas del mar:

¡desterrado en la tierra, burlado en su amargura.

Sus alas de gigante le impiden caminar!

 

 

 

 

                                                                                       *Traducción de Nydia Lamarque (Ed. Losada, 1965)

 

Correspondencias

 

Naturaleza es templo donde vivos pilares

dejan salir a veces tal cual palabra oscura;

entre bosques de sí­mbolos va el hombre a la ventura,

que lo contemplan con miradas familiares.

 

Como ecos prolongados, desde lejos fundidos

en una tenebrosa y profunda unidad,

vasta como la noche y cual la claridad,

se responden perfumes, colores y sonidos.

 

Así­ hay perfumes frescos como carnes de infantes,

verdes como praderas, dulces como el oboe,

y hay otros corrompidos, ricos y triunfantes,

 

de una expansión de cosas infinitas henchidos,

como el almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe,

que cantan los transportes del alma y los sentidos.

 

 

 

Himno a la belleza

 

¿Vienes del hondo cielo o del abismo sales,

Belleza? Tu mirar, infernal y divino,

vierte confusamente beneficios y crí­menes,

por lo que se te puede comparar con el vino.

 

Tus dos ojos contienen el poniente y la aurora;

esparces más perfumes que ocaso tormentoso.

Tus besos son un filtro y tu boca es un ánfora

que hacen cobarde al héroe y al niño valeroso.

 

¿Sales del negro abismo o bajas de los astros?

Como un perro, el Destino sigue ciego tu falda…

Al azar vas sembrando la dicha y los desastres,

y todo lo gobiernas sin responder de nada.

 

¡Caminas sobre muertos, y te burlas, Belleza!

El Horror, de tus broches no es el menos precioso,

y el Crimen, que se cuenta entre tus caros dijes,

danza amorosamente en tu vientre orgulloso.

 

Deslumbrado, el insecto vuela hacia ti, candela.

Crepita, estalla y dice: “¡Bendigamos la antorcha!”

El amante jadeando sobre su bella amada,

parece un moribundo que acaricia su fosa.

 

¿Qué importa así­ del cielo vengas o del infierno,

Belleza, monstruo enorme, ingenuo y atrevido,

si tu mirar, tu pie, tu faz me abren la puerta

de un Infinito que amo y nunca he conocido?

De Satán o de Dios, ¿qué importa? Ángel, Sirena,

¿qué importa, si me vuelves, —¡hada de ojos sedantes,

ritmo, perfume, luz, ¡oh tú, mi única reina!—

menos odioso el mundo más cortos los infantes?

 

 

 

 

Una carroña

 

Recuerda aquel objeto que vimos, alma mí­a,

un dí­a estival y soleado:

al borde de un camino, una carroña infame

en lecho de piedras sembrado.

 

Con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,

quemante y sudando veneno,

abrí­a de manera abandonada y cí­nica

su vientre de emanaciones lleno.

 

El sol resplandecí­a sobre esa podredumbre,

como para cocerla a punto,

y devolver al céntuplo a la Naturaleza

cuando ella habí­a puesto junto.

 

Y el cielo contemplaba la osamenta magní­fica

expandirse como una flor.

Creí­ste desmayada caer sobre la hierba,

tan fuerte era el hedor.

 

Las moscas bordoneaban sobre aquel vientre pútrido,

del que salí­an batallones de larvas negras,

que corrí­an como lí­quido espeso

por esos vivientes jirones.

 

Todo aquello bajaba, subí­a cual las olas,

o desprendí­ase crujiendo;

dijérase que el cuerpo, lleno de un soplo vago,

multiplicábase viviendo.

 

Y todo eso sonaba con una extraña música,

de agua o de viento era el rumor,

o de grano que con rí­tmico movimiento,

agita y vuelve al harnero

 

Las formas se borraban, no eran ya más que un sueño,

un esbozo confuso y lerdo

en la tela olvidado, al que el artista acaba

solamente por el recuerdo.

 

Y detrás de las rocas, una perra intranquila

nos miraba con ojo airado,

acechando el momento de recobrar en la osamenta

el apetecido bocado.

 

—Y sin embargo, igual serás a esta basura,

a toda esta horrible infección,

estrella de mis ojos, sol de mi vida entera,

¡tú, mi ángel y mi pasión!

 

Sí­, tal habrás de ser oh, reina de las gracias,

después de los últimos rezos,

cuando bajo la hierba florida y lujuriante

te enmohezcas entre los huesos.

 

¡Entonces, oh, mi bella, dile a los gusanos

que te devorarán a besos,

que yo guardé la forma y la esencia divina

de mis amores descompuestos!

 

 

 

 

Los gatos

 

Los amantes fervientes y los sabios austeros,

en su madurez, aman de los gatos la raza;

los gatos, fuertes, suaves, orgullo de la casa,

como ellos sedentarios y como ellos frioleros.

 

Amigos de la ciencia y el deleite a la vez,

al horror y al silencio de las tinieblas fieles,

los tomara el Erebo por fúnebres corceles,

si doblegarse al yugo pudiera su altivez.

 

Al meditar adoptan las nobles actitudes

de las esfinges, que en solitarias latitudes,

en ensueños sin fin se adormecen tranquilas;

 

mágicas chispas brotan de sus ancas fecundas,

y partí­culas de oro, como arenas profundas,

estrellan vagamente sus mí­sticas pupilas.

 

 

 

Spleen

 

Yo tengo más recuerdos que si hubiera mil años.

Un arcón atestado de papeles extraños,

de cartas de amor, versos, procesos y romances,

con pesados cabellos envueltos en balances,

menos secretos guarda que mi triste cabeza.

Es como una pirámide, como una enorme huesa,

con más muertos que la común fosa apetece.

Yo soy un cementerio que la luna aborrece,

y cual remordimiento, van gusanos fornidos

encarnizándose con mis muertos más queridos.

Soy un viejo boudoir con rosas deshojadas,

donde yace un montón de modas anticuadas;

los dolidos pasteles y un Boucher ya apagado,

aspiran allí­ solos un frasco destapado.

 

Nada más largo es que las rengas jornadas,

cuando bajo los gruesos copos de las nevadas,

el tedio, fruto de la sombrí­a incuriosa,

toma las proporciones de la inmortalidad.

—Desde ahora eres solo, ¡oh materia viviente!

un granito rodeado de un espanto inconsciente,

¡embotado en el fondo de un Sahara brumoso!

Vieja esfinge ignorada del mundo presuroso,

olvidada en el mapa, cuyo humor inclemente

a los rayos tan sólo canta del sol poniente.

 

 

 

El reloj

 

¡Reloj!, Dios espantoso, imposible, malvado,

cuyos dedos: “¡Acuérdate!”, dicen amenazantes;

lo mismo que en un blanco los Dolores vibrantes,

se clavarán bien pronto en tu pecho aterrado.

 

Huirá hacia el horizonte el Placer vaporoso,

así­ como una sí­lfide detrás de un bastidor;

cada instante devora de la delicia un trozo

a cada hombre acordada para toda su flor.

 

Tres mil seiscientas veces en cada hora, el segundo

murmura: “¡Acuérdate!” —Y con su voz seca de insecto,

dice el Ahora: Soy el Ayer, y en efecto

me he chupado tu vida con este labio inmundo!

 

¡Remember! Esto memor ¡Acuérdate! (Sonoro

habla todas las lenguas mi labio de metal)

gangas son los minutos, inconsciente mortal,

y no hay que abandonarlos sin extraerles su oro

 

“Acuérdate” que el Tiempo es jugador tenaz,

¡que no hace trampa y gana tiro a tiro! Es la ley.

El día baja; crece la noche, “¡Acuérdate!”

Se agota la clepsidra; el abismo es voraz.

 

La hora va a sonar en que el Azar burlón,

y la Virtud, tu esposa que aún virgen espera;

y el Arrepentimiento (¡oh, posada postrera!),

todo te dirá: “¡Es tarde! ¡Muere, viejo poltrón!”

 

 

 

                                                                                       De Pequeños poemas en prosa o Spleen de Parí­s

                                                                                       *Traducción de José Antonio Millán Alba (Cátedra Letras                                                                                        Universales, 1986)

 

A manera de prólogo

 

A la montaña he subido, dichoso el corazón.

Desde allí­, enteramente, puede verse la ciudad:

Purgatorio, lupanares, infierno, hospitales, prisión.

Toda desmesura florece allí­ como una flor.

 

Y tú ya sabes, ¡oh satán!, dueño de mi aflicción,

Que no subí­ a derramar lágrimas vací­as,

Sino que, como viejo lascivo con su vieja amante,

Así­ querí­a embriagarme de la enorme ramera

 

Cuyo encanto infernal rejuvenece mi vida.

Ya sigas dormida entre las sábanas del amanecer,

Pesada, oscura, resfriada; o ya te engalanes

Con los velos de la noche recamados de oro fino,

 

Te quiero, ¡oh infame capital!

Vosotras, cortesanas,

Y vosotros, bandidos, a menudo brindáis placeres

Que el vulgo profano no sabe comprender.

 

 

 

El extranjero

 

—Dime, hombre enigmático, ¿a quién prefieres? ¿A tu

padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?

—No tengo padre, ni madre, ni hermana ni hermano.

—¿A tus amigos?

—Empleáis una palabra cuyo sentido me es hasta hoy

desconocido.

—¿A tu patria?

—Ignoro bajo qué latitud se encuentra.

—¿A la belleza?

—Gustoso la amaría, diosa e inmortal.

—¿Al oro?

—Lo odio, como vosotros odiáis a Dios.

 

—¿Qué es, entonces, lo que amas, extraordinario ex-

tranjero?

 

—Amo las nubes… las nubes que pasan… allá lejos… ¡las

maravillosas nubes!

 

 

 

Embriagaos

 

Hay que estar siempre borracho. Todo radica ahí­: es la única cuestión. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que destroza vuestras espaldas y os inclina hacia el suelo, es preciso emborracharse sin tregua.

 

¿Y de qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo, pero embriagaos.

 

Y si alguna vez os despertáis en la escalinata de un palacio, en la verde hierba de un foso, en la mustia soledad de vuestro cuarto, habiendo disminuido o desaparecido la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, gime, rueda, canta y habla, preguntadle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el reloj os responderán: «¡Es hora de embriagarse!

 

Para no ser esclavos martirizados por el Tiempo, embriagaos, embriagaos constantemente! De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo».

 

 

 

Las ventanas

 

El que mira desde fuera por una ventana abierta no ve nunca tantas cosas como el que mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, más tenebroso, más deslumbrante, que una ventana iluminada por la luz de un candil. Lo que puede verse al sol es siempre menos interesante que lo que sucede tras un cristal. En ese agujero negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, alienta la vida.

 

Más allá de las oleadas de tejados veo a una mujer madura, arrugada ya, pobre, inclinada siempre sobre algo y sin salir nunca. Con su rostro, su vestido, su gesto, su casi nada, he rehecho la historia de esa mujer o, más bien, su leyenda, y algunas veces me la cuento a mí­ mismo llorando.

 

Si hubiese sido un pobre viejo, habrí­a rehecho la suya con la misma facilidad.

 

Y me acuesto, orgulloso de haber vivido y sufrido en otros distintos de mí­.

 

Puede que me digáis: «¿Estás seguro de que esa leyenda es la cierta?» ¿Qué importa lo que pueda ser la realidad que se encuentra fuera de mí, si me ha ayudado a vivir, a sentir que soy y lo que soy?

 

 

 

                                                                                                                                      De Diarios í­ntimos

*Los Diarios í­ntimos de Baudelaire son un conjunto de anotaciones que realizó entre los años 1859 y 1866, según puede desprenderse del análisis de su Correspondencia. Anotaciones para libros proyectados, cuyos tí­tulos, por otra parte, aparecen en casi todas las hojas: Cohetes y Mi corazón al desnudo, tí­tulos que fueron sugeridos por diferentes textos de Poe.

                                                                                       *Traducción de José Pedro Dí­az (Ed. Galerna, 1979)

 

III

 

Cohetes.

Creo que ya escribí en mis notas que el amor se parece mucho a la tortura o a una operación quirúrgica. Pero esta idea puede ser desarrollada del modo más amargo. Aun cuando los dos amantes estuvieran muy enamorados y muy llenos de deseos recíprocos, uno de los dos estará, siempre más tranquilo, o menos poseído que el otro. Ése, o ésa, es el operador o el verdugo; el otro es el

sujeto, la víctima. ¿Escucháis esos suspiros, preludios de una tragedia de deshonra, esos gemidos, esos gritos, esos estertores? ¿Quién no los ha proferido, quién no los ha irresistiblemente arrancado? ¿Y qué encontráis peor que eso en la tortura aplicada por cuidadosos torturadores? Esos ojos extraviados de sonámbulo, esos miembros cuyos músculos se sacuden y se contraen como bajo la acción de una pila eléctrica, ni la embriaguez, ni el delirio, ni el opio en sus más furiosos resultados, os ofrecerán, por cierto, tan espantosos, tan curiosos ejemplos. Y el rostro humano, que Ovidio creía hecho para reflejar los astros, helo aquí que no expresa más que una ferocidad loca, o que se distiende en una especie de muerte. Porque, ciertamente, yo creería cometer un sacrilegio aplicando la palabra éxtasis a esta especie de descomposición.

 

¡Espantoso juego en el que es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de sí mismo!

 

Una vez preguntaron delante de mí en qué consistía el mayor placer del amor. Alguien respondió naturalmente: en recibir, y otro: en darse. Este dijo: ¡placer de orgullo!, y aquél: ¡voluptuosidad de humillación! Todos estos cerdos hablaban como la Imitación de Cristo. Al fin apareció un impúdico utopista que afirmó que el mayor placer del amor era el de formar ciudadanos para la patria.

 

Por mi parte, yo digo: la voluptuosidad única y suprema del amor consiste en la certidumbre de hacer el mal. El hombre y la mujer saben, de nacimiento, que toda voluptuosidad se encuentra en el mal.

 

 

 

 

X

 

Cohetes.

Encontré la definición de lo Bello, de lo que es Bello para mí. Es algo ardiente y triste, algo un poco vago, que abre paso a la conjetura. Voy, si se quiere, a aplicar mis ideas a un objeto sensible, por ejemplo, al objeto más interesante en la sociedad, a un rostro de mujer. Una cabeza seductora y bella, quiero decir, una cabeza de mujer, es una cabeza que hace soñar a la vez —pero de manera

confusa— de voluptuosidad y de tristeza; que arrastra una idea de melancolía, de lasitud y hasta de saciedad, —o una idea contraria, es decir, un ardor, un deseo de vivir, asociado a un reflujo de amargura, como proveniente de la privación o la desesperanza. El misterio, el pesar, son también características de lo Bello.

 

Una bella cabeza de hombre no arrastra consigo necesariamente —al menos a los ojos de otro hombre, pero quizá sí a los ojos de una mujer—, esta idea de voluptuosidad que en un rostro de mujer es una provocación tanto más atractiva cuanto más melancólico es en general el rostro. Pero esta cabeza contendrá también algo de ardiente y de triste; necesidades espirituales, ambiciones tenebrosamente rechazadas; la idea de un poder rugiente y sin empleo; algunas veces la idea de una insensibilidad vengadora (porque el tipo ideal del dandy no es de desdeñar en este asunto); algunas veces también —y éste es uno de los caracteres más interesantes de la belleza— el misterio; y al fin (para tener el coraje de confesar hasta qué punto me siento moderno en estética), la desgracia. No pretendo que la Alegría no pueda asociarse con la Belleza; pero digo que la Alegría es uno de sus ornamentos más vulgares, mientras que la melancolía es, por así decirlo, su compañera ilustre, hasta el punto de que casi no puedo concebir (¿será acaso mi cerebro un espejo embrujado?) un tipo de Belleza en el que no haya Desgracia. —Apoyado en —otros dirán: obsedido por— esas ideas, se comprende que me sería difícil no llegar a la conclusión de que el más perfecto tipo de Belleza viril es Satanás, a la manera de Milton.


Noticia Biográfica


Charles Pierre Baudelaire (Parí­s 1821-1867). Poeta, ensayista, traductor (tradujo a Edgar Allan Poe). Autor de la novela La fanfarlo. Junto con Rimbaud está considerado uno de los pioneros de la lí­rica moderna. En su visión poética del mundo sobresalen la inteligencia, una observación aguda de las pasiones humanas y una gran ironí­a. Sus obras más importantes son Las flores del mal, donde algunos poemas fueron prohibidos en su época por “inmorales” y Spleen de Parí­s (Pequeí±os poemas en prosa), que revolucionó la forma poética y es un texto donde la modernidad surge plena a través de una concepción original de la naciente metrópoli. También sobresalen El pintor de la vida moderna, una serie de ensayos crí­ticos, y Los paraí­sos artificiales, unas exquisitas y hondas reflexiones sobre el consumo del haschisch y otras sustancias delirantes.



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