Edición 56
Cantos sueltos. Antología de Giacomo Leopardi
*Antología preparada por Ana María Pinedo López y Vincenzo Guarracino.
El infinito
Compuesto entre la primavera y el otoño de 1819, inaugura, no sólo cronológicamente, la colección de los Idilios publicados, en principio en el Nuovo Ricoglitore de Milán (1825-1826), y después en las ediciones boloñesas de los Versos de 1826, antes de entrar a formar parte de los Cantos de 1831 y 1835. Considerado el momento de máxima fusión de inspiración y expresión,
el idilio precisa, en forma de límpida y esencial reflexión lírica, las ideas del poeta entorno al tema del placer y del infinito
Siempre amé esta solitaria montaña,
Y este seto, que de tantos lugares
Del último horizonte la vista excluye.
Desde aquí, al contemplar interminables
Espacios de allá y sobrehumanos
Silencios y profundísima quietud,
Yo pensando imagino; y por poco
El alma no se espanta. Y como el viento,
Oigo susurrar entre estas plantas y
Aquel infinito silencio a esta voz
Voy comparando: venís la eternidad
Las estaciones muertas, la presente
Y viva y su sonido. Así, en esta
Inmensidad, te anegas pensamiento:
Y naufragar me es dulce en este mar
El pájaro solitario
Publicado en la edición Starita de los Cantos en 1835, entre El primer amor y El infinito, presenta arduos problemas de datación, siendo por algunos asignado, sobre la base de una nota del Suplemento general de todas mis cartas, a la primera etapa creativa de los Idilios (1819-20) y por otros sin embargo, sobre consideraciones de orden estructural y estilístico, a una fecha posterior a 1828. Colocado por el poeta antes de los Idilios de 1819-1821, el canto, a través de la representación de la vida de un pájaro, pone en escena, entre anhelo y rebelión, una imagen del poeta que se encuentra en una situación existencial dominada por la soledad como condición amada y al tiempo detestada.
Sobre el vértice de la torre antigua,
pájaro solitario, hacia la campaña
cantando vas hasta que muere el día;
y vaga la armonía por este valle.
Primavera entorno
brilla en el aire, y por los campos exulta,
que al mirarla conmueve el corazón.
Se oye a los rebaños balar, mugir manadas
Otros pájaros contentos, compitiendo
Por el cielo libre hacen mil giros
Festejando continuamente la primavera:
Tú, pensativo, te apartas y observas todo;
No compañeros, no vuelos,
Nada alegría, esquivas el divertimento,
Los cantos, y así atraviesas,
Del tiempo y de tu vida, la más bella flor.
¡Oh cuanto se asemejan
Tus costumbres a las mías! Solaz y risa,
De la feliz edad dulce familia,
Y tú, hermano de juventud, amor
Suspiro acerbo de mis provectos días,
No cuido, no sé como; de ellos antes
Casi huyo lejos;
Casi solitario y extraño
A mi lugar nativo,
Paso de mi vivir la primavera.
Este día que ahora cede a la noche,
Festejar se usa en nuestro burgo.
Oyes por lo sereno sonar campanas,
Oyes a menudo el tronar de los petardos
Que resuena lejano de pueblo en pueblo.
Toda ataviada de fiesta
La juventud del lugar
Deja las casas y, por la calle, se expande;
Y mira y es mirada, y en su corazón se alegra.
Yo solitario en esta
Remota parte a la campaña salgo,
Cada diversión y juego
Postergo a otro tiempo: y mientras la mirada
Misma en el aire luminoso
Me hiere el sol, que entre lejanos montes,
Tras el día sereno,
Decayendo se diluye, y parece que diga
Que la bendita juventud se va.
Tú, solitario pajarillo cuando llegar a la noche
Del vivir te concedan las estrellas,
Seguramente de tu atuendo
No te arrepentirás; que de natural es fruto
cada uno de vuestros deseos.
A mí, si de la vejez
el detestado umbral
evitar no imploro,
cuando mudos, estos ojos, sean al corazón de los demás,
y a ellos aparezca vacío el mundo y el día futuro
del día presente será más aburrido y tétrico,
¿qué pensaré de tal deseo?
¿qué de estos años míos? ¿qué de mí mismo?
¡Ah! me arrepentiré, y a menudo,
aunque desconsolado, volveré atrás.
A sí mismo
Compuesto probablemente en Florencia en 1833 (o en la primavera de 1835, en Nápoles, según la hipótesis de Umberto Bosco), fue publicado en la edición Starita de los Cantos de 1835. Tenso y áspero en su sequedad, el canto constituye la expresión lúcida y desolada del nivel de conciencia al que llegó el poeta tras de la fatal desilusión amorosa.
Por siempre reposarás,
Mi agotada alma. Pereció el engaño extremo
Que eterno yo me creí. Pereció. Bien siento.
En nosotros de los amados engaños,
No sólo esperanza, sino tambien deseo se apagó.
Reposa por siempre. Ya
Palpitaste. Nada vale tu latir
Ni de suspiros es digna la tierra
Amargura y hastío
La vida, no es más; y fango es el mundo.
Resígnate ya. No esperes
Por última vez. Al género humano el hado
No donó que el morir. Ahora desprecia
A ti mismo la Natura, el sucio
Poder que, invisible, al común daño impera
Y la infinita vanidad de todo.
La quietud tras la tempestad
Compuesto en Recanati entre el 17 y el 20 de septiembre de 1829, fue publicado en la edición Piatti de los Cantos de 1831 y posteriormente en la edición Starita de 1835. El canto se inspira, con modulación típicamente idílica pero con intentos que exceden las intenciones puramente figurativas, en la observación de la realidad cotidiana y se eleva a la categoría de «idilio filosofado» (Luigi Russo), proponiendo de nuevo la meditación entorno al tema del placer, ya desarrollado en otras ocasiones en los Cantos y sobre todo en el Zibaldone.
Pasado ha la tempestad:
Oigo a los pajarillos cantar festivos, y a la gallina,
En la calle de nuevo
Que repite su verso. Miro como la quietud
Atraviesa de poniente, a la montaña;
Despéjanse los campos,
Y claro en el valle el río aparece.
Los corazones se alegran, por todas partes
Renacen los sonidos
Regresa el trabajo usual.
El artesano mira el húmedo cielo,
Con su obra en la mano, cantando,
En la puerta de la casa; compiten
Viniendo fuera las muchachas a recoger el agua
De la reciente lluvia;
El verdulero canta
De sendero en sendero
El grito diario.
Mira como vuelve el Sol, como sonríe
Por las colinas y las aldeas. Abre los balcones,
Abre terrazas y ventanas la servidumbre:
Y, de la calle principal, se oye a lo lejos
El tintineo de las campanillas; el carro chirría
La ventura del viajero que su camino reemprende.
Se alegran los corazones.
Tan dulce, tan grata
¿Cuando es, como ahora, la vida?
¿Cuando con tanto amor
El hombre a sus quehaceres se dedica,
Y vuelve a su actividad, o cosa nueva emprende?
¿Cuando de sus males menos se acuerda?
Placer hijo del dolor es;
Alegría vana, que es fruto
Del pasado temor, donde se despertó
Y temió la muerte
Quien la vida aborrecía;
Donde un largo tormento,
Frías, silenciosas, pálidas,
Sudaron las gentes y palpitaron, viendo
Rayos, nubes y viento
Desencadenados por nuestras ofensas.
Oh naturaleza cortés
Estos los dones son
Estos los deleites
Que tú das a los mortales. Salir de la pena
Es el placer entre nosotros.
Penas tú esparces con larga mano; el dolor
Espontáneo surge y de placer, aquel que tanto
Por portento y milagro alguna vez
Nace del quehacer, es un gran logro. ¡Humana
Prole amada de los eternos! Bastante feliz
Si respirar se te consiente
De algún dolor: bendita
Si a ti de todo dolor la muerte sana.

Noticia Biográfica
Giacomo Leopardi (Recanati, Italia, 1798-Nápoles, 1837). Escritor italiano, primogénito de una familia de antigua nobleza. Autodidacta, estudió a los clásicos griegos y latinos, a los moralistas franceses del siglo XVII y a los filósofos de la Ilustración. Erudito, admirado por los intelectuales de su época y por sus traducciones.
La lectura de los clásicos despierta su pasión por la poesía. En Discurso de un italiano sobre la poesía romántica (Discorso di un Italiano intorno alla poesia romantica), toma partido por los clásicos en la disputa que planteaba el romanticismo, argumentando que la poesía clásica establece una intimidad profunda entre el hombre y la naturaleza con una simplicidad y una nobleza de espíritu inalcanzables para la poesía romántica, prisionera de la vulgaridad y del intelectualismo modernos.
El tema del declive político y moral de la civilización occidental y, en particular, de Italia, es central en sus primeros poemas, que pasaron a formar parte de los Cantos (Canti, 1831), obra que pone de relieve la separación del hombre moderno y la naturaleza, considerada como única fuente posible de amor. Leopardi elabora un lenguaje poético moderno que, asumiendo la imposibilidad de evocar los mitos antiguos, describe las afecciones del alma y el paisaje familiar, transfigurado en paisaje ideal. Entre los aí±os 1817 y 1832 lleva un diario en el que anota sus ideas acerca de la literatura, el lenguaje, la política, la religión y la filosofía: Zibaldone, publicado sesenta aí±os después de su muerte (1898). Como poeta, su estilo melancólico y trágico es, inevitablemente, romántico, pero su escepticismo, su expresión precisa y luminosa y el pudor con que contiene la efusión de sentimientos lo acercan más a los clásicos.